Ciudad
del Vaticano, 12 de julio de 2015 (Vis).-Terminado el encuentro con
los ''constructores de la sociedad'', el Papa se trasladó en
papamóvil a la catedral de Asunción, reconstruida a pincipios del
siglo XIX y que alberga en su interior la ''Cruz de la Porra'', del
siglo XV, la única que queda de las ventinueve que Cristobal Colón
habría plantado en tierra durante sus cuatro viajes a América. A la
entrada del templo, que tiene cabida para mil personas, esperaba al
Papa el alcalde Arnaldo Samaniego, que le entregó las llaves de la
ciudad, mientras una orquesta de 220 harpas paraguayas interpretaba
músicas tradicionales. En la catedral estaban reunidos los
sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, así como los
movimientos católicos de Paraguay con los que el Santo Padre rezó
las primeras vísperas para después pronunciar un breve discurso,
''Qué
lindo es rezar todos juntos las Vísperas -dijo- ¿Cómo no soñar
con una Iglesia que refleje y repita la armonía de las voces y del
canto en la vida cotidiana? Y lo hacemos en esta Catedral, que tantas
veces ha tenido que comenzar de nuevo; esta Catedral es signo de la
Iglesia y de cada uno de nosotros: a veces las tempestades de afuera
y de adentro nos obligan a tirar lo construido y empezar de nuevo,
pero siempre con la esperanza puesta en Dios; y si miramos este
edificio, sin duda no los ha defraudado a los paraguayos. Porque Dios
nunca defrauda, y por eso le alabamos agradecidos.
''La
oración litúrgica, su estructura y modo pausado -explicó
Francisco- quiere expresar a la Iglesia toda, esposa de Cristo, que
intenta configurarse con su Señor. Cada uno de nosotros en nuestra
oración queremos ir pareciéndonos más a Jesús. La oración hace
emerger aquello que vamos viviendo o deberíamos vivir en la vida
cotidiana, al menos la oración que no quiere ser alienante o solo
preciosista. La oración nos da impulso para poner en acción o
revisarnos en aquello que rezábamos en los salmos: somos nosotros
las manos de Dios ''que alza de la basura al pobre'' y somos
nosotros los que trabajamos para que la tristeza de la esterilidad se
convierta en la alegría del campo fértil. Nosotros que cantamos
que ''vale mucho a los ojos del Señor la vida de los fieles'', somos
los que luchamos, peleamos, defendemos la valía de toda vida humana,
desde la concepción hasta que los años son muchos y las fuerzas
pocas. La oración es reflejo del amor que sentimos por Dios, por los
otros, por el mundo creado; el mandamiento del amor es la mejor
configuración con Jesús del discípulo misionero. Estar apegados a
Jesús da profundidad a la vocación cristiana, que, interesada en el
''hacer'' de Jesús –que es mucho más que actividades–, busca
asemejarse a Él en todo lo realizado. La belleza de la comunidad
eclesial nace de la adhesión de cada uno de sus miembros a la
persona de Jesús, formando un ''conjunto vocacional'' en la riqueza
de la diversidad armónica.
''Las
antífonas de los cánticos evangélicos de este fin de semana nos
recuerdan el envío de Jesús a los Doce. Siempre es bueno crecer en
esa conciencia de trabajo apostólico en comunión. Es hermoso verlos
colaborando pastoralmente, siempre desde la naturaleza y función
eclesial de cada una de las vocaciones y carismas. Quiero exhortarlos
a todos ustedes, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y
seminaristas, obispos, a comprometerse en esta colaboración
eclesial, especialmente en torno a los planes de pastoral de las
diócesis y la Misión Continental, cooperando con toda su
disponibilidad al bien común. Si la división entre nosotros provoca
la esterilidad, no cabe duda de que de la comunión y la armonía
nacen la fecundidad, porque son profundamente consonantes con el
Espíritu Santo''.
''Todos
tenemos limitaciones, y ninguno puede reproducir en su totalidad a
Jesucristo, y si bien cada vocación se configura principalmente con
algunos rasgos de la vida y la obra de Jesús, hay algunos comunes e
irrenunciables. Recién hemos alabado al Señor porque ''no hizo
alarde de su categoría de Dios'' y esa es una característica de
toda vocación cristiana, ''no hizo alarde de su categoría de
Dios''. El llamado por Dios no se pavonea, no anda tras
reconocimientos ni aplausos pasatistas, no siente que subió de
categoría ni trata a los demás como si estuviera en un peldaño más
alto''.
''La
supremacía de Cristo es claramente descrita en la liturgia de la
Carta a los Hebreos; nosotros acabamos de leer casi el final de esa
Carta: ''Hacernos perfectos como el gran pastor de las ovejas'' y
esto supone asumir que todo consagrado se configura con Aquel que en
su vida terrena, ''entre ruegos y súplicas, con poderoso clamor y
lágrimas'' alcanzó la perfección cuando aprendió, sufriendo, qué
significaba obedecer; y eso también es parte del llamado.
''Terminemos
de rezar nuestras Vísperas. El campanario de esta Catedral fue
rehecho varias veces; el sonido de las campanas antecede y acompaña
en muchas oportunidades nuestra oración litúrgica: hechos de nuevo
por Dios cada vez que rezamos, firmes como un campanario, gozosos de
repicar predicar las maravillas de Dios, compartamos el Magnificat y
lo dejemos al Señor hacer – que Él haga-, a través de nuestra
vida consagrada, grandes cosas en el Paraguay''.
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