Ciudad
del Vaticano, 28 de octubre de 2015 (Vis).-La audiencia general de
esta semana ha tenido un carácter especial. Ha sido una audiencia
''interreligiosa'' -con motivo del 50 aniversario de la Declaración
del Concilio Vaticano II ''Nostra Aetate'' sobre las relaciones de la
Iglesia Católica con las religiones no cristianas- que ha contado
con la presencia de representantes de diversas religiones y de los
participantes en el Congreso Internacional organizado con motivo de
ese aniversario por el Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso en colaboración con la Comisión para las Relaciones
Religiosas con el Judaísmo del Consejo Pontificio para la Promoción
de la Unidad de los Cristianos y con la Universidad Pontificia
Gregoriana.
Antes
de comenzar la catequesis en la Plaza de San Pedro el Papa fue al
Aula Pablo VI para saludar a los enfermos, ancianos y a las personas
con diversos problemas de salud que, debido a las malas condiciones
atmosféricas, no pudieron asistir a la audiencia al aire libre.
Francisco los recordó también, una vez llegado a la Plaza, pidiendo
unos minutos de silencio y oración por todos ellos.
La
audiencia se abrió con los saludos de los cardenales Jean-Louis
Tauran, Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso, y Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para
la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Después de la lectura
de un párrafo en diversas lenguas de la “Nostra Aetate”, tomó
la palabra el Santo Padre que dio la bienvenida y manifestó su
agradecimiento a todos los presentes para recordar juntos el 50
aniversario del documento conciliar.
''El
Concilio Vaticano II -dijo- fue un momento extraordinario de
reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia
Católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los
signos de los tiempos de cara a una actualización orientada por una
doble fidelidad: fidelidad a la tradición de la Iglesia y fidelidad
a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Porque
Dios, que se reveló en la creación y en la historia, que habló por
medio de los profetas y plenamente en su Hijo hecho hombre se dirige
al corazón y al espíritu de toda persona que busca la verdad y los
caminos para practicarla''.
Francisco,
reiterando que el mensaje de la Declaración Nostra Aetate es siempre
actual, citó al respecto diversos puntos de la misma: La creciente
interdependencia entre los pueblos; la búsqueda humana del sentido
de la vida, del sufrimiento, de la muerte, de las preguntas que
siempre acompañan nuestro camino; el origen común y el destino
común de la humanidad;la unidad de la familia humana; las religiones
como búsqueda de Dios o del Absoluto, dentro de los diversos grupos
étnicos y culturas; la mirada benevolente y atenta de la Iglesia
sobre las religiones que no rechaza nada de lo que en ellas hay de
verdadero y bello; la Iglesia mira con estima a los creyentes de
todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral; la
Iglesia, abierta al diálogo con todos, es a la vez fiel a las
verdades en que cree, comenzando por la que afirma que la salvación
ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, el único Salvador, y que
el Espíritu Santo obra como fuente de paz y amor.
En
estos últimos años, como recordó el Pontífice, han sido numerosas
las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las
religiones no cristianas encaminadas a promover la amistad y la unión
entre las personas. Entre ellas, citó especialmente el encuentro en
Asís el 27 de octubre de 1986 promovido por san Juan Pablo II.
Asimismo
resaltó la gran transformación experimentada en los últimos 50
años en la relación entre los cristianos y los judios. ''La
indiferencia y la oposición se han convertido en cooperación y
benevolencia -subrayó- De enemigos y extraños nos hemos
convertido en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración
Nostra Aetate, allanó el camino: "Sí" al redescubrimiento
de las raíces judías del cristianismo; "No" a cualquier
forma de antisemitismo y condena de cualquier injuria, discriminación
y persecución que de ellos se derivan. El conocimiento, el respeto y
la estima mutua son el camino que, si es válido sobre todo para la
relación con los judios, también se aplica a las relaciones con
otras religiones''. ''Pienso en particular en los musulmanes -añadió
Francisco- que, como nos recuerda el Concilio - "adoran al único
Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, creador
del cielo y de la tierra, que habló a los hombres: Se refieren a la
paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a
María, su Madre virginal, esperan el día del juicio, y practican
la oración, las limosnas y el ayuno''.
''El
diálogo que necesitamos no puede dejar de ser abierto y respetuoso:
entonces será fructífero. El respeto mutuo es condición y, al
mismo tiempo, objetivo del diálogo interreligioso: respetar el
derecho de los demás a la vida, a la integridad física, a las
libertades fundamentales, es decir, la libertad de conciencia, de
pensamiento, de expresión y de religión. El mundo nos mira a
nosotros, a los creyentes, nos exhorta a cooperar unos con otros y
con los hombres y mujeres de buena voluntad que no profesan ninguna
religión, nos pide respuestas efectivas sobre muchos temas: la paz,
el hambre, la miseria que aflige a millones de seres humanos, la
crisis ambiental, la violencia, en particular la cometida en nombre
de la religión, la corrupción, la decadencia moral, la crisis de la
familia,de la economía, de las finanzas, y sobre todo de la
esperanza. Nosotros, los creyentes no tenemos recetas para estos
problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Tenemos que
rezar. La oración es nuestro tesoro, al que nos acercamos según las
respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la
humanidad'', afirmó el Obispo de Roma.
También
constató que la violencia y el terrorismo han favorecido ''una
actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. De hecho,
aunque ninguna religión es inmune a los riesgos de desviaciones en
los individuos o grupos fundamentalistas o extremistas hay que mirar
los valores positivos que viven y proponen, y que son fuente de
esperanza''. Del diálogo basado en la confianza pueden brotar la
amistad y la cooperación en muchos campos, especialmente en el
servicio a los pobres, los jóvenes, los ancianos, en la acogida de
los migrantes, en la atención a los excluidos, así como en la
defensa de un bien común, como el medio ambiente.
De
cara a esa cooperación, el inminente Jubileo extraordinario de la
Misericordia brinda una oportunidad extraordinaria en el ámbito de
las obras de caridad. ''Y en ese campo, donde cuenta, sobre todo, la
compasión -destacó Francisco- pueden unirse a nosotros tantas
personas que no se sienten creyentes o que están en busca de Dios
y de la verdad; personas que ponen en el centro el rostro del otro,
sobre todo el del hermano o la hermana necesitados. Pero la
misericordia a la que estamos llamados abraza toda la creación que
Dios nos confío para que fuéramos sus custodios, no sus
explotadores o, peor aún, sus destructores. Tendríamos que
proponernos siempre dejar el mundo mejor de cómo lo encontramos''.
El
Papa concluyó instando a todos a rezar por el futuro del diálogo
interreligioso. ''Y a rezar unos por otros, somos hermanos
-exclamó- Sin el Señor, nada es posible; con El, todo se hace
posible !Que nuestra oración, cada uno según su propia tradición,
se adhiera plenamente a la voluntad de Dios, que quiere que todos
los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la
gran familia humana en la armonía de la diversidad!''.
Acabados
los saludos en diversas lenguas, el Papa invitó a todos a rezar al
Señor, siguiendo la tradición propia, pidiéndole que nos hiciera
más hermanos entre nosotros y más servidores de nuestros hermanos
necesitados.