CIUDAD DEL VATICANO, 9 NOV 2011 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles al Salmo 119, el más largo, construido como un acróstico que comienza cada estrofa con una de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Se centra en la Torah del Señor, es decir, en la Ley, “un término –dijo el Papa- que en su acepción más amplia hay que entender como enseñanza, instrucción y dirección de vida. La Torah es revelación, Palabra de Dios que interpela al ser humano y origina una respuesta de obediencia confiada y de amor generoso”.
“La fidelidad del Salmista nace de la escucha de la Palabra, que hay que custodiar en lo más profundo del ser, meditándola y amándola, como hizo la Virgen María que ‘custodiaba, meditándolas en su corazón’ las palabras y los eventos maravillosos a través de los cuales Dios se revelaba, pidiendo el consenso de su fe”, agregó el pontífice, observando que el Salmista afirma que es “bienaventurado” el que camina con la Ley del Señor. Pero la “bienaventurada” por excelencia es María, “no solo porque llevó en su seno al Salvador, sino sobre todo porque acogió el anuncio de Dios y custodió con atención y amor su Palabra”.
El Salmo 119 está construido en torno a esta Palabra de vida y bienaventuranza y, si su tema central es la Palabra y la Ley, los versículos que lo componen están repletos de sinónimos como “preceptos, decretos, promesa” y de verbos relacionados con ellos: “conocer, amar, meditar, vivir”. “Todo el alfabeto se anuda en las 22 estrofas de este salmo –subrayó el Santo Padre- y también todo el vocabulario de la relación confiada del creyente con Dios. Encontramos la alabanza, el agradecimiento y la confianza, pero también la súplica y el lamento, siempre entrelazados, eso sí, con la certidumbre de la gracia divina y de la potencia de la Palabra de Dios. Incluso en los versículos más marcados por el dolor y la oscuridad están abiertos a la esperanza y a la fe”.
La ley de Dios que es “centro de la existencia”, requiere “una escucha obediente, pero no servil, sino filial, confiada y responsable. La escucha de la Palabra es el encuentro personal con el Señor de la vida” y “el cumplimento de la Ley es seguir a Jesús”. De ahí que el Salmo 119 “nos oriente hacia el Evangelio”, explicó el Papa, que se detuvo en particular sobre el versículo 57: “Mi parte es el Señor; he decidido observar sus palabras”.
“El término ‘parte’ –dijo- recuerda el reparto de la tierra prometida entre las tribus de Israel, cuando a los levitas, (la tribu de los sacerdotes), no se les asignó ninguna porción del territorio porque su ‘parte’ era el Señor mismo. (...) También hoy las palabras del salmo son muy importantes para nosotros. En particular para los sacerdotes, llamados a vivir solo del Señor, sin otro tipo de seguridades, teniéndole como único bien y única fuente de vida. En esta óptica se comprende la libre elección del celibato por el Reino de los cielos, que hay que redescubrir en toda su fuerza y su belleza”.
Igual importancia revisten esos versículos del salmo para los creyentes “pueblo de Dios, que solo a Él pertenece, llamados a la radicalidad del Evangelio, testigos de la vida que nos dio Cristo, nuevo y definitivo Sumo Sacerdote que se ofreció en sacrificio por la salvación del mundo. El Señor y su Palabra: esta es nuestra ‘tierra’, donde vivir en comunión y alegría”, finalizó el pontífice.
AG/ VIS 20111109 (600)
“La fidelidad del Salmista nace de la escucha de la Palabra, que hay que custodiar en lo más profundo del ser, meditándola y amándola, como hizo la Virgen María que ‘custodiaba, meditándolas en su corazón’ las palabras y los eventos maravillosos a través de los cuales Dios se revelaba, pidiendo el consenso de su fe”, agregó el pontífice, observando que el Salmista afirma que es “bienaventurado” el que camina con la Ley del Señor. Pero la “bienaventurada” por excelencia es María, “no solo porque llevó en su seno al Salvador, sino sobre todo porque acogió el anuncio de Dios y custodió con atención y amor su Palabra”.
El Salmo 119 está construido en torno a esta Palabra de vida y bienaventuranza y, si su tema central es la Palabra y la Ley, los versículos que lo componen están repletos de sinónimos como “preceptos, decretos, promesa” y de verbos relacionados con ellos: “conocer, amar, meditar, vivir”. “Todo el alfabeto se anuda en las 22 estrofas de este salmo –subrayó el Santo Padre- y también todo el vocabulario de la relación confiada del creyente con Dios. Encontramos la alabanza, el agradecimiento y la confianza, pero también la súplica y el lamento, siempre entrelazados, eso sí, con la certidumbre de la gracia divina y de la potencia de la Palabra de Dios. Incluso en los versículos más marcados por el dolor y la oscuridad están abiertos a la esperanza y a la fe”.
La ley de Dios que es “centro de la existencia”, requiere “una escucha obediente, pero no servil, sino filial, confiada y responsable. La escucha de la Palabra es el encuentro personal con el Señor de la vida” y “el cumplimento de la Ley es seguir a Jesús”. De ahí que el Salmo 119 “nos oriente hacia el Evangelio”, explicó el Papa, que se detuvo en particular sobre el versículo 57: “Mi parte es el Señor; he decidido observar sus palabras”.
“El término ‘parte’ –dijo- recuerda el reparto de la tierra prometida entre las tribus de Israel, cuando a los levitas, (la tribu de los sacerdotes), no se les asignó ninguna porción del territorio porque su ‘parte’ era el Señor mismo. (...) También hoy las palabras del salmo son muy importantes para nosotros. En particular para los sacerdotes, llamados a vivir solo del Señor, sin otro tipo de seguridades, teniéndole como único bien y única fuente de vida. En esta óptica se comprende la libre elección del celibato por el Reino de los cielos, que hay que redescubrir en toda su fuerza y su belleza”.
Igual importancia revisten esos versículos del salmo para los creyentes “pueblo de Dios, que solo a Él pertenece, llamados a la radicalidad del Evangelio, testigos de la vida que nos dio Cristo, nuevo y definitivo Sumo Sacerdote que se ofreció en sacrificio por la salvación del mundo. El Señor y su Palabra: esta es nuestra ‘tierra’, donde vivir en comunión y alegría”, finalizó el pontífice.
AG/ VIS 20111109 (600)