CIUDAD DEL VATICANO, 24 OCT 2007 (VIS).-Benedicto XVI prosiguió con la figura de San Ambrosio, obispo de Milán, la catequesis que durante la audiencia general de los miércoles dedica a los Padres de la Iglesia. A la audiencia, celebrada en la Plaza de San Pedro, asistieron mas de 30.000 personas.
Ambrosio (340 ca. - 397), considerado uno de los cuatro máximos doctores de la Iglesia, aprendió de Orígenes a conocer y a comentar la Biblia. "Trasladó al ambiente latino -explicó el Papa- la meditación de las Escrituras, iniciando en Occidente la práctica de la "lectio divina", la cual orientó su predicación y escritos, que brotan precisamente de la escucha (...) de la Palabra de Dios".
Con él, los catecúmenos "aprendían primero el arte de vivir bien para prepararse después a los grandes misterios de Cristo" y su predicación partía "de la lectura de los Libros Sagrados, para vivir en conformidad con la revelación divina".
"Es evidente que el testimonio personal del predicador y la necesidad de ser ejemplo para la comunidad cristiana -observó el Santo Padre- condicionan la eficacia de la predicación. Desde este punto de vista es también decisivo el contexto vital, la realidad de la Palabra vivida".
Benedicto XVI recordó que San Agustín relata en sus Confesiones que su conversión no se debía "solamente a las hermosas homilías" de Ambrosio, que conoció en Milán, sino ante todo "a su testimonio y al de su Iglesia milanesa, que cantaba y rezaba compacta como un cuerpo sólo". El obispo de Hipona narra también su sorpresa al ver como Ambrosio, cuando estaba sólo, leía las Escrituras con la boca cerrada, ya que en aquel tiempo la lectura estaba concebida para ser proclamada en voz alta, para facilitar su comprensión.
"En esa lectura, (...) donde el corazón se esfuerza por comprender la palabra de Dios -subrayó el Santo Padre-, se entrevé el método de la catequesis ambrosiana: la Escritura íntimamente asimilada, sugiere los contenidos que se deben anunciar para convertir los corazones. (...) La catequesis es, pues, inseparable del testimonio de vida".
"Quien educa en la fe -dijo- no puede correr el riesgo de aparecer como un clown, que interpreta un papel, (...) sino que debe ser como Juan, el discípulo amado, que apoyaba la cabeza en el corazón de su Maestro y allí aprendía la forma de pensar, de hablar y de actuar".
San Ambrosio murió la noche del Viernes Santo, con los brazos extendidos en forma de cruz. "Así expresaba -concluyó el Papa- su participación mística en la muerte y en la resurrección del Señor. Esta fue su última catequesis. En el silencio de las palabras, hablaba todavía con el testimonio de su vida".
AG/AMBROSIO/... VIS 20071024 (430)