Ciudad
del Vaticano, 19 febrero 2015 (VIS).-Ayer, Miércoles de Ceniza, el
Santo Padre presidió la tradicional procesión penitencial desde la
Iglesia de San Anselmo del Aventino hasta la basílica de Santa
Sabina, en la misma colina romana. Tomaron parte en ella numerosos
cardenales, arzobispos y obispos, así como los monjes benedictinos
de San Anselmo, los padres dominicos de Santa Sabina y los fieles.
Tras
la procesión, Francisco presidió la celebración eucarística con
el rito de la bendición y la imposición de la ceniza. El Papa la
recibió de manos del cardenal Josef Tomko, titular de la basílica,
y seguidamente la impuso a los cardenales y a algunos monjes,
religiosos y fieles.
La
homilía tuvo como hilo conductor las lecturas de la misa,
comenzando por el pasaje del profeta Joel, enviado por Dios para
llamar a su pueblo al arrepentimiento y a la conversión, debido a
los desastres causados por una plaga de langostas que devastaba Judea
''Solo el Señor -dijo Francisco- puede salvar del azote y por lo
tanto hay que suplicarle con la oración y el ayuno, confesando el
propio pecado''. El profeta insiste en la conversión interior
pidiendo al pueblo que retorne a Dios con todo su corazón. Una
súplica que significa ''emprender el camino de una conversión no
superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que toca lo
más profundo de nuestra persona: el corazón, que es la sede de
nuestras sentimientos, el centro en que maduran nuestras decisiones y
nuestras actitudes''.
El
llamamiento de Joel no se dirige solamente a los individuos;
involucra a la comunidad, es una convocación para todos, que se
detiene en particular en la oración de los sacerdotes, reiterando
que debe ir acompañada de lágrimas. ''Nos hará bien a todos,
especialmente a nosotros, los sacerdotes, pedir al comienzo de esta
Cuaresma, el don de las lágrimas -prosiguió el Papa- para que
nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más
auténticos y sin hipocresías. Nos hará bien plantearnos la
pregunta: ¿Yo lloro?, ¿El Papa llora?, ¿Los cardenales lloran?
,¿Los obispos lloran?, ¿Los consagrados lloran?, ¿Los sacerdotes
lloran? ¿El llanto está en nuestras oraciones?''.
Un
mensaje que recoge también el evangelio de hoy en el que Jesús
relee las tres obras de piedad previstas por la ley mosaica: la
limosna, la oración y el ayuno que, con el pasar del tiempo ''habían
sido corroídas por la herrumbre del formalismo interior, o incluso
se habían convertido en un signo de superioridad social'' y Jesús
pone de relieve una tentación común en estas tres obras, la
hipocresía ( citada tres veces): "Cuando hagáis limosna, no
toquéis la trompeta delante de vosotros, como hacen los hipócritas.
Cuando recéis no hagáis como los hipócritas que aman orar de pie,
para ser vistos por la gente. Y cuando ayunéis no os pongáis
melancólicos como los hipócritas''. ''Sabed hermanos- dijo el
Obispo de Roma- que los hipócritas no saben llorar, se han olvidado
de cómo se llora, no piden el don de las lágrimas''.
''Cuando
se hace algo bueno -observó- casi instintivamente nace en nosotros
el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para
obtener una satisfacción. Jesús nos invita a llevar a cabo estas
obras sin ninguna ostentación, y confiando sólo en la recompensa
del Padre "que ve en lo secreto".
''El
Señor no se cansa nunca de tener misericorida de nosotros y quiere
ofrecernos una vez más su perdón,que todos necesitamos,
invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del
mal, purificado por las lágrimas,para tomar parte en su gozo. ¿Cómo
aceptar esta invitación? Nos lo sugiere San Pablo: "Os
suplicamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios" . Este
esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana, es dejarse
reconciliar. La reconciliación entre nosotros y Dios es posible
gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó
en sacrificar a su único Hijo.... "En El, podemos llegar a ser
justos, en El podemos cambiar, si aceptamos la gracia de Dios y no
dejamos pasar en vano este "momento favorable". Por favor,
detengámonos un momento y dejémonos reconciliar con Dios'',
exclamó el Santo Padre.
Y,
como signo de la voluntad de dejarse reconciliar con Dios, ''además
de las lágrimas lloradas en secreto'', Francisco indicó el rito
público de la imposición de las cenizas en que el celebrante
pronuncia las frases : "Polvo eres y en polvo te convertirás''
o "Convertíos y creed en el evangelio" . ''Ambas fórmulas
-explicó- son un recordatorio de la verdad de la existencia humana:
somos criaturas limitadas, pecadores siempre necesitados de
penitencia y conversión. ¡Que importante es escuchar y acoger
este llamamiento en nuestro tiempo! La llamada a la conversión sirve
entonces de empuje a volver, comohizo el hijo de la parábola, a los
brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a llorar en ese
abrazo, a fíarse de El y a confiar en El''.