CIUDAD DEL VATICANO, 11 SEP 2006 (VIS).-Benedicto XVI se despidió esta mañana del arzobispado de Munich para desplazarse en helicóptero al santuario mariano de Altötting, el corazón religioso de Baviera, al que acuden más de un millón de peregrinos al año.
Según la leyenda el obispo Rupertus von Salzburg bautizó en este lugar en el siglo VIII al primer duque bávaro de fe católica. En 1330 se colocó en el primitivo templo una imagen de la Virgen María con el Niño Jesús y en 1489 la iglesia fue escenario de dos apariciones de Nuestra Señora que le dieron la fama de la que todavía disfruta. El templo custodia además, en urnas de argento, los corazones de todos los reyes de Baviera.
A su llegada a Altötting, el Santo Padre fue recibido entre otros, por Edmund Stoiber, ministro presidente de Baviera y por el obispo de Passau, monseñor Wilhelm Schraml. Tras detenerse unos breves minutos en el interior de la iglesia, Benedicto XVI presidió la Santa Misa celebrada en la explanada del templo.
El Papa observo que en las lecturas de la Misa "encontramos tres veces, siempre de forma diversa, a María, la madre del Señor como una persona que reza". En los Hechos de los Apóstoles "María guía en la oración a la Iglesia naciente, es casi la Iglesia orante en persona. Y así, junto a la gran comunidad de santos y como centro suyo, está todavía ante Dios e intercede por nosotros, pidiéndole que envíe nuevamente su Espíritu a la Iglesia y al mundo".
En el Evangelio, las bodas de Caná, "pide a su Hijo que ayude a los amigos que se encuentran en dificultad" pero se dirige a Ël, "no solamente como a un hombre, sobre cuya fantasía y disponibilidad a ayudar cuenta", sino que "confía una necesidad humana a su poder (...) que va más allá de la acción y la capacidad humanas". Sin embargo, "no dice a Jesús qué es lo que tiene que hacer; (...) no le pide en absoluto un milagro, (...) sencillamente le confía la situación y deja la decisión en sus manos".
En María vemos, por una parte, explicó el Papa, "su atención afectuosa por los seres humanos, la prontitud materna con que advierte las situaciones difíciles, su bondad cordial y su disponibilidad a ayudar", pero también "la humildad y la generosidad de aceptar la voluntad de Dios, confiando que su respuesta será para nuestro bien".
La respuesta de Jesús a María: "Mujer, ¿qué nos importa a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora", no presupone desatención, sino que anticipa "el lugar de María en la historia de la salvación" cuando en la Cruz, Jesús "hará de su madre la madre de todos sus discípulos. (...) María representa la mujer nueva y definitiva, compañera del Redentor y madre nuestra: el apelativo, aparentemente poco afectuoso, expresa en cambio la grandeza de su misión".
Cristo y su madre están unidos, subrayó el Papa, por la aceptación de la voluntad de Dios que María hace patente durante la Anunciación. "En este doble sí, la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María le da el cuerpo. Lo que tienen que ver uno con otra es este doble sí. (...) El Señor se refiere con su palabra a este punto de su unidad profunda".
Por eso, "Jesús no actúa nunca solo para sí, ni para complacer a los demás. Actúa partiendo siempre de la voluntad del Padre". En el episodio de Caná "no juega con su poder en un asunto, en el fondo, personal. Da una señal, con la que anuncia su hora. (...) En la señal de la transformación del agua en vino, en la señal del regalo de fiesta, anticipa su hora ya desde este momento".
"Su hora definitiva -concluyó el Papa- será el regreso al final de los tiempos, pero anticipa constantemente este momento en la Eucaristía, en la que llega siempre, ya ahora. (...) La adoración del Señor en la Eucaristía ha encontrado (...) en Altötting un lugar nuevo. María y Jesús están juntos".
Durante la misa se recordó en particular el 11 de septiembre de 2001: "Cinco años después del ataque terrorista al World Trade Center de Nueva York, rezamos por la paz en el mundo", se leyó en una de las plegarias.
Concluida la celebración eucarística, Benedicto XVI inauguró dentro del santuario la nueva Capilla de la Adoración. Después se trasladó a pie al convento de Santa Magdalena, donde almorzó con su séquito.
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