Ciudad
del Vaticano, 29 de junio de 2015 (Vis).-En la solemnidad de los
santos apóstoles Pedro y Pablo, el Santo Padre ha bendecido en la
basílica vaticana los palios destinados a los arzobispos
metropolitanos nombrados a lo largo del año. Por voluntad de
Francisco, el palio -la banda de lana blanca adornada con cruces
negras que simboliza la oveja colocada sobre los hombros del Buen
Pastor y llevada por el Papa y los arzobispos como signo de
comunión- ya no ha sido impuesto por el Obispo de Roma, sino
entregado privadamente por él para ser impuesta en un segundo
momento por el nuncio apostólico del país de origen para valorizar
la sinodalidad.
Después
de la bendición de los palios, colocados antes del rito bajo el
altar de la Confesión del apóstol Pedro, el Papa presidió la
concelebración eucarística con los nuevos arzobispos
metropolitanos. Como es habitual, en la solemnidad de los santos
patronos de Roma, estaba presente en la santa misa una delegación
enviada por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé I,
guiada por el metropolitano de Pérgamo, Ioannis (Zizioulas) a quien
acompañaban el metropolitano de Silyvria, Maximo, y el padre Heikki
Huttunen, de la Iglesia Ortodoxa de Finlandia.
En
la homilía, que reproducimos a continuación, el Santo Padre, habló
de la valentía de los apóstoles cuando la primera comunidad
cristiana estaba acosada por la persecución y recordó que también
en nuestros días sigue habiendo persecuciones, ''atroces, inhumanas
e inexplicables'' ... a menudo bajo la mirada y el silencio de todos
y exhortó a los arzobispos metropolitanos a ''enseñar a rezar
rezando, a anunciar la fe creyendo y a dar testimonio con la vida''.
''La
lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la
primera comunidad cristiana acosada por la persecución. Una
comunidad duramente perseguida por Herodes que ''hizo pasar a
cuchillo a Santiago, hermano de Juan'' y ''decidió detener a Pedro…
Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel''.
Sin
embargo, no quisiera detenerme en las atroces, inhumanas e
inexplicables persecuciones, que desgraciadamente perduran todavía
hoy en muchas partes del mundo, a menudo bajo la mirada y el silencio
de todos. En cambio, hoy quisiera venerar la valentía de los
Apóstoles y de la primera comunidad cristiana, la valentía para
llevar adelante la obra de la evangelización, sin miedo a la muerte
y al martirio, en el contexto social del imperio pagano; venerar su
vida cristiana que para nosotros creyentes de hoy constituye una
fuerte llamada a la oración, a la fe y al testimonio.
Una
llamada a la oración. La comunidad era una Iglesia en oración:
''Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia
oraba insistentemente a Dios por él'' . Y si pensamos en Roma, las
catacumbas no eran lugares donde huir de las persecuciones sino,
sobre todo, lugares de oración, donde santificar el domingo y
elevar, desde el seno de la tierra, una adoración a Dios que no
olvida nunca a sus hijos.
La
comunidad de Pedro y de Pablo nos enseña que una Iglesia en oración
es una iglesia en pie, sólida, en camino. Un cristiano que reza es
un cristiano protegido, custodiado y sostenido, pero sobre todo no
está solo.
Y
sigue la primera lectura: ''Estaba Pedro durmiendo… Los centinelas
hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó
el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el
hombro… Las cadenas se le cayeron de las manos''.
¿Pensamos
en cuántas veces ha escuchado el Señor nuestra oración enviándonos
un Ángel? Ese Ángel que inesperadamente nos sale al encuentro para
sacarnos de situaciones complicadas, para arrancarnos del poder de la
muerte y del maligno, para indicarnos el camino cuando nos
extraviamos, para volver a encender en nosotros la llama de la
esperanza, para hacernos una caricia, para consolar nuestro corazón
destrozado, para despertarnos del sueño existencial, o simplemente
para decirnos: ''No estás solo''.
¡Cuántos
ángeles pone el Señor en nuestro camino! Pero nosotros, por miedo,
incredulidad o incluso por euforia, los dejamos fuera, como le
sucedió a Pedro cuando llamó a la puerta de una casa y una
sirvienta llamada Rosa, al reconocer su voz, se alegró tanto, que no
le abrió la puerta .
Ninguna
comunidad cristiana puede ir adelante sin el apoyo de la oración
perseverante, la oración que es el encuentro con Dios, con Dios que
nunca falla, con Dios fiel a su palabra, con Dios que no abandona a
sus hijos. Jesús se preguntaba: ''Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche?''. En la oración, el creyente
expresa su fe, su confianza, y Dios expresa su cercanía, también
mediante el don de los Ángeles, sus mensajeros.
Una
llamada a la fe. En la segunda lectura, San Pablo escribe a Timoteo:
''Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el
mensaje… Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá
librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del
cielo'' . Dios no saca a sus hijos del mundo o del mal, sino que les
da fuerza para vencerlos. Solamente quien cree puede decir de verdad:
''El Señor es mi pastor, nada me falta'' .
Cuántas
fuerzas, a lo largo de la historia, ha intentado –y siguen
intentando– acabar con la Iglesia, desde fuera y desde dentro, pero
todas ellas pasan y la Iglesia sigue viva y fecunda,
inexplicablemente a salvo para que, como dice san Pablo, pueda
aclamar: ''A Él la gloria por los siglos de los siglos''
.
Todo
pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas,
naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre
Cristo, a través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos
pecados, permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque
la Iglesia no es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y
tampoco de los fieles, es única y exclusivamente de Cristo. Solo
quien vive en Cristo promueve y defiende a la Iglesia con la santidad
de vida, a ejemplo de Pedro y Pablo.
Los
creyentes en el nombre de Cristo han resucitado a muertos, han curado
enfermos, han amado a sus perseguidores, han demostrado que no existe
fuerza capaz de derrotar a quien tiene la fuerza de la fe.
Una
llamada al testimonio. Pedro y Pablo, como todos los Apóstoles de
Cristo que en su vida terrena han hecho fecunda a la Iglesia con su
sangre, han bebido el cáliz del Señor, y se han hecho amigos de
Dios.
Pablo,
con un tono conmovedor, escribe a Timoteo: '' Yo estoy a punto de ser
sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido
bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora
me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me
premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que
tienen amor a su venida''.
Una
Iglesia o un cristiano sin testimonio es estéril, un muerto que cree
estar vivo, un árbol seco que no da fruto, un pozo seco que no tiene
agua. La Iglesia ha vencido al mal gracias al testimonio valiente,
concreto y humilde de sus hijos. Ha vencido al mal gracias a la
proclamación convencida de Pedro: ''Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo'', y a la promesa eterna de Jesús .
Queridos
arzobispos, el palio que hoy recibís es un signo que representa la
oveja que el pastor lleva sobre sus hombros como Cristo, Buen Pastor,
y por tanto es un símbolo de vuestra tarea pastoral, es un ''signo
litúrgico de la comunión que une a la Sede de Pedro y su Sucesor
con los metropolitanos y, a través de ellos, con los demás obispos
del mundo''.
Hoy,
junto con el palio, quisiera confiaros esta llamada a la oración, a
la fe y al testimonio.
La
Iglesia os quiere hombres de oración, maestros de oración, que
enseñéis al pueblo que os ha sido confiado por el Señor que la
liberación de toda cautividad es solamente obra de Dios y fruto de
la oración, que Dios, en el momento oportuno, envía a su ángel
para salvarnos de las muchas esclavitudes y de las innumerables
cadenas mundanas. También vosotros sed ángeles y mensajeros de
caridad para los más necesitados.
La
Iglesia os quiere hombres de fe, maestros de fe, que enseñéis a los
fieles a no tener miedo de los muchos Herodes que los afligen con
persecuciones, con cruces de todo tipo. Ningún Herodes es capaz de
apagar la luz de la esperanza, de la fe y de la caridad de quien cree
en Cristo.
La
Iglesia os quiere hombres de testimonio. Decía san Francisco a sus
hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario,
también con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente.
Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes,
convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del
Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las
potencias de este mundo, a ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros
testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, testigos que,
aun perteneciendo a diversas confesiones cristianas, han contribuido
a manifestar y a hacer crecer el único Cuerpo de Cristo. Me complace
subrayarlo en la presencia –que siempre acogemos con mucho agrado–
de la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla,
enviada por el querido hermano Bartolomé I.
Es
muy sencillo: porque el testimonio más eficaz y más auténtico
consiste en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que
se predica con la palabra y lo que se enseña a los otros.
Enseñad
a rezar rezando, anunciad la fe creyendo, dad testimonio con la
vida''.