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domingo, 14 de febrero de 2016

La cultura ancestral y el capital humano de México son la base para un compromiso solidario


Ciudad del Vaticano, 14 de febrero de 2016 (Vis).-''Vengo como misionero de misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella. Buscando ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre, quiero, a su vez, rendirle homenaje a este pueblo y a esta tierra tan rica en culturas, historia y diversidad''. Estas fueron las palabras del Papa Francisco en su primer discurso pronunciado en tierra mexicana ante las autoridades y los representantes de la sociedad civil reunidos en el Palacio Nacional de Ciudad del México donde el Santo Padre fue recibido por el Presidente Enrique Peña Nieto con quien se había entrevistado previamente regalándole un mosaico de Nuestra Señora de Guadalupe realizado por los artistas mosaicistas del Estudio del Mosaico Vaticano.

''México es un gran País -exclamó Franciscso- Bendecido con abundantes recursos naturales y una enorme biodiversidad que se extiende a lo largo de todo su vasto territorio. Su privilegiada ubicación geográfica lo convierte en un referente de América; y sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le dan una identidad propia que le posibilita una riqueza cultural no siempre fácil de encontrar y especialmente valorar. La sabiduría ancestral que porta su multiculturalidad es, por lejos, uno de sus mayores recursos biográficos. Una identidad que fue aprendiendo a gestarse en la diversidad y, sin lugar a dudas, constituye un patrimonio rico a valorar, estimular y cuidar.

Pero, para el Papa la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven porque poco más de la mitad de la población está en edad juvenil. ''Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana, da esperanza y proyección -afirmó el Pontífice- Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este ''bien común'' que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo''.

Francisco subrayó que el pueblo mexicano afianza su esperanza ''en la identidad que ha sido forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que, para poder superar las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las Instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona. Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tiene que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de ''una política auténticamente humana'' y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte''.

''A los dirigentes de la vida social, cultural y política -agregó- les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz. Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales''.

El Papa aseguró al Presidente Nieto que, en ese esfuerzo, el Gobierno mexicano ''puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor''.


''Me dispongo a recorrer este hermoso y gran País como misionero y peregrino que quiere renovar con ustedes la experiencia de la misericordia como un nuevo horizonte de posibilidad que es inevitablemente portador de justicia y de paz -finalizó- Y me pongo bajo la mirada de María, la Virgen de Guadalupe, le pido que me mire, para que, por su intercesión, el Padre misericordioso nos conceda que estas jornadas y el futuro de esta tierra sean una oportunidad de encuentro, de comunión y de paz''.

A los obispos de México: Tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios.


Ciudad del Vaticano, 14 de febrero de 2016 (Vis).-Desde el Palacio Nacional el Papa se trasladó ayer en papamóvil a la cercana Plaza de la Constitución -conocida también como ''Zócalo'' y lugar altamente simbólico porque surge sobre los restos del antiguo centro político y religioso de la capital del imperio azteca Tenochtitlán- donde está la Catedral de la Asunción. El templo, construido en roca volcánica, se yergue sobre el lugar ocupado por un templo dedicado a la divinidad azteca Xipe. Hernán Cortés hizo construir alli una iglesia con el material de los antiguos santuarios y el Papa Clemente VII la declara catedral en 1530, mientras su sucesor, Pablo III la eleva a ''metropolitana'' en 1567. La construcción del templo actual comienza en 1657 pero se concluye solamente en 1813.

El Santo Padre habló a los obispos manifestando ante todo su alegría por poder posar la propia mirada sobre la ''Virgen Morenita'' y por encontrarse en la catedral ''casita'' prolongada, pero siempre ''sagrada'', dijo, que pidió la Virgen de Guadalupe.

''Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano -afirmó- entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de su gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas. Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas.Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos''.

El Papa pidió a los presentes que le permitieran hablar partiendo de la Guadalupana, de la mirada de la Virgen de Guadalupe: una mirada de ternura, una mirada capaz de tejer, una mirada atenta y cercana, no adormecida y también una mirada de conjunto y unidad. Así, todo el discurso de Francisco al episcopado partió de estas características, aplicadas de vez en vez a las necesidades y esperanzas de los mexicanos, desde la reconciliación del pasado con un futuro relegado a un ''mañana que se escabulle'', hasta la denuncia de la violencia y el narcotráfico, sin olvidar la mirada especial para las poblaciones amerindias ni la que sigue a los miles de migrantes.

Sigue el texto del discurso del Papa:

Una mirada de ternura

Ante todo, la ''Virgen Morenita'' nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.

Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?

Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, que en México estaba como en su casa, ha querido recordar que: ''Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad''. Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una ''red que recogía ciento cincuenta y tres peces'' no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.

Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, ''descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios''.

Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿ acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ''carros y caballos'' de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la ''columna de fuego'' que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor.

El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del ''cogito'', que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca. Y, precisamente en este mundo así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una ''fiesta del grito''. A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir, porque ''Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano''.

En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes ''han visto al Señor'' , de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esta comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de ''beber el cáliz del Señor'', el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado . ¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no es en las del Padre? Fuera de las ''cosas del Padre'' perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.

Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada. Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar, han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza. Me preocupan tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, ''la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban'' . Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, formas de nominalismo, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.

Una mirada capaz de tejer

En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la ''Morenita''. Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros. Sean, por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.

Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego, enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada, como figura del propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad de reclinarse. No comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los hilos mestizos de nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse a esta ''sincatábasis''.

Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.

Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del ''laberinto de la soledad'' en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida. Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener certezas provisorias, -como aquel ''cogito'' famoso- olvidándose de tener anidada en su corazón la sed de Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos y no sólo una parte. No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido -sean deuteronómicos- y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque el mañana será una tierra ''rica de frutos'' aunque nos plantee desafíos no indiferentes.

Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.

Una mirada atenta y cercana, no adormecida

Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si se duermen en sus laureles! Es necesario no desperdiciar la herencia recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están asentados sobre espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, fieles ''hasta el final'', que han ofrecido la vida para que la Iglesia pudiese cumplir la propia misión. Desde lo alto de ese podio están llamados a lanzar una mirada amplia sobre el campo del Señor para planificar la siembra y esperar la cosecha.

Los invito a cansarse, a cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo requiere atención pastoral a las personas y a los grupos, que esperan poder salir al encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa conversión pastoral – y subrayo conversión pastoral- de nuestras comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús . Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia, y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo de las distancias que pueden existir en esta Conferencia Episcopal; no las conozco, pero superar la tentación de la distancia y del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autoreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar, cercano, en su rostro, que la proximidad y la condescendencia, ese agacharse y acercarse, pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza.

Como enseña la bella tradición guadalupana, la ''Morenita'' custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.

Sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, este encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.

El primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de sus sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a leer sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de contar cuanto ''han hecho y enseñado'', y también para no echarse atrás cuando se sienten un poco rebajados y no puedan hacer otra cosa que llorar porque ''han negado al Señor'' , y también para sostener, en comunión con Cristo, cuando alguno, abatido, saldrá con Judas ''en la noche'' . En estas situaciones, que nunca falte la paternidad de ustedes, Obispos, para con sus sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el corazón del apóstol no fue hecho para cosas pequeñas.

La necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una ''casita sagrada''. Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje diminutivo -una casita sagrada- y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se adaptaron a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la modestia. La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral, no podrá hacer menos que comprenderse como una ''casita'' en la cual sus hijos pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se permanece si se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante. El protagonista de la salvación es el mendigo.''Casita'' familiar y al mismo tiempo ''sagrada'', porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la ''casita'' en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente ''quitándose las sandalias'' para confesar la propia insuficiencia.

Este habernos olvidado de este ''quitarse las sandalias'' para entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los hombres y de la sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo generoso en favor de los legítimos derechos humanos le faltará la savia vital que puede provenir sólo de un manantial que la humanidad no podrá darse jamás a sí misma.


Una mirada de conjunto y de unidad

Sólo mirando a la ''Morenita'', México se comprende por completo. Por tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia hoy les confía y siempre les confío requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en comunión. La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.

El episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una permanente formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno no faltó; el espíritu de colegialidad ha crecido; las intervenciones pastorales han influido sobre sus Iglesias y sobre la conciencia nacional; los trabajos pastorales compartidos han sido fructuosos en los campos esenciales de la misión eclesial como la familia, las vocaciones, la presencia social. Mientras nos alegramos por el camino de estos años, les pido que no se dejen desanimar por las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo posible por promover, entre ustedes y en sus diócesis, el celo misionero, sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana. Redescubrir que la Iglesia es misión es fundamental para su futuro, porque sólo el ''entusiasmo, el estupor convencido'' de los evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les ruego, por tanto, cuidar especialmente la formación y la preparación de los laicos, superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.

A este Pueblo mexicano, le ayudaría mucho un testimonio unificador de la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón de los esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de universalidad sin la cual la razón, resignada a módulos parciales, renuncia a su más alta aspiración de búsqueda de la verdad. La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes.. Esto es esencial, hermanos. Esto no está en el texto pero me sale ahora. Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios que después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. Comunión y unidad entre ustedes. La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de Obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la Palabra del Señor, alimentada con su Cuerpo y guiada por su Espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.

No se necesitan ''príncipes'', sino una comunidad de testigos del Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle la barca de la Iglesia en México. Recuerden que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Madre Iglesia, sabe bien que el Pastor amado será encontrado sólo donde los pastos son herbosos y los riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de los compañeros del Esposo que, alguna vez por desidia o incapacidad, conducen la grey por lugares áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de nosotros pastores, compañeros del Supremo Pastor, si dejamos vagar a su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se encuentra!

Permítanme una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la ''luz verde'' que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la presunta ''tierra prometida'' es tan fácil como se piensa. Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe, de la fe de ese pueblo, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad. Que no les suceda a ellos que, colgando sus cítaras, se enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose en ''exilados de sí mismos''. Testimonien juntos que la Iglesia es custodia de una visión unitaria del hombre y no puede compartir que sea reducido a un mero ''recurso'' humano. No será vana la premura de sus diócesis en el echar el poco bálsamo que tienen en los pies heridos de quien atraviesa sus territorios y de gastar por ellos el dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al final, enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba caído sobre el camino .


Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón ''no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre''?.

Misa en la basílica de Guadalupe: Dios despierta la esperanza de los descartados


Ciudad del Vaticano, 14 de febrero de 2016 (Vis).-La jornada del Papa concluyó ayer con la celebración de la santa misa en la basílica de Nuestra Señora de Gudalupe, el principal santuario de México y el santuario mariano más grande del mundo al que acuden cada año más de 20 millones de peregrinos. El santuario surge, según la tradición, tras las cinco apariciones de la Virgen -entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531- al indio Juan Diego, que con su tío Juan Bernardino, fue uno de los primeros nativos convertidos al cristianismo en 1521. El nombre Guadalupe se deriva de la deformación de la palabra indígena Coatlaxopeuh (Vencedora de la serpiente). La Virgen de Guadalupe fue proclamada Patrona de México en 1737, Patrona y Emperadora de las Américas en 1910 y de Filipinas en 1935. Por ese motivo ante la basílica están izadas las 24 banderas de los países americanos y de Filipinas.

En el santuario se venera la imagen milagrosa de la Virgen impresa en la tilma, una capa de fibra de cactus, de Juan Diego, cuya simbología es altamente significativa. Del viente de María irradian luces y llamas: es la madre del Niño Sol. Los rasgos del rostro de la Virgen no son ni de española ni de india, sino de mestiza. Tiene los pies sobre la luna y la pierna izquierda, en flexión, indica el camino (pergrinación) y la danza( fiesta en las culturas precolombinas). Su túnica es de color rosa con extrañas flores superpuestas, una de las más pequeñas con cuatro pétalos y colocada en el vientre de la imagen representa en las culturas indígenas la presencia divina, el origen de la vida. También lleva un colgante, una cruz que siempre en las culturas indígenas mesoamericanas tenía el mismo significado que la flor: plenitud e inmortalidad, que para los cristianos se traduce en signo de redención. El manto verdeazulado , color del jade y de la turquesa, símbolos de realeza y virginidad, está cuajado de estrellas cuya distribución no es casual: es el mapa del cielo del invierno de 1521, año de las apariciones de María.

La basílica actual, conocida como ''Basílica nueva de Santa María de Guadalupe'', que alberga la imagen y tiene cabida en su interior para 12.000 personas, mientras la explanada externa puede acoger a otras 30.000, se inauguró el 12 de octubre de 1976 y fue edificada para sustituir al primer templo construido en el siglo XVII, que a causa del peso se estaba derrumbando. La basílica antigua, actualmente sometida a un complejo proceso de restauración, está dedicada a Cristo Rey. El complejo del santuario también comprende la Capilla de las Rosas, donde la Virgen se encontró por primera vez con Juan Diego y brotaron las rosas que el indio llevó a la presencia de Fray Juan de Zumárraga como señal de su aparición y la Capilla del Pocito, edificada sobre una fuente de aguas curativas .

El Papa que había recorrido en papamóvil - aclamado por decenas de miles de fieles, los 16 kilométros que separan la capital mexicana del cerro de Tepeyac, donde está el santuario, llegó a la basílica antigua a las 16,45 (hora local, 23,45 hora de Roma) y desde allí fue en procesión a la nueva basílica donde presidió la santa misa a la que asistieron más de 35.000 personas.
En su homilía, Francisco, comentando el evangelio de la Visitación, recordó que María fue a visitar a su prima Isabel, ''sin demoras, sin dudas, sin lentitud'', subrayando que el encuentro con el ángel a María ''no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del ''sí'', un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás''.

''Escuchar este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial -señaló Francisco- María, la mujer del sí, también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten ''que no valían nada''.Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba así mismo como ''mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno'' se volvía ''el embajador, muy digno de confianza''.

''En aquel amanecer de diciembre de 1531-rememoró- se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de su Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos''.

En ese amanecer, ''Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador. Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la ''altura de las circunstancias'' o no ''aportar el capital necesario'' para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos''.

''Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: ''¿Qué puedo aportar si no soy un letrado?''. Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación''

''Por eso -dijo Francisco- creo que hoy nos va a hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle como lo hizo aquel otro hijo que la quería mucho:

''Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.

No perturbar el viento de tu frente;
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra trasparente.

Las horas se desploman; sacudidos,
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.

Mirarte, Madre; contemplarte apenas,
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas''.

''Y en silenio, y en este estar mirándola -continuó el Papa repitiendo las palabras de la Virgen a Juan Diego- escuchar una vez más que nos vuelve a decir: ''¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?'' ''¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?'' . Ella nos dice que tiene el ''honor'' de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores''.

''¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? -repitió el Pontífice- No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al corazón. ¿Acaso no soy tu madre? ¿Acaso no estoy aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, tus hermanos''.

Una vez finalizada la santa misa, el Papa hizo entrega a la Virgen de una diadema de oro y plata y después, como había pedido, permaneció alrededor de veinte minutos solo en el Camarín, rezando y mirando a la imagen de la Guadalupana, allí custodiada.


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