Ciudad
del Vaticano, 14 de febrero de 2016 (Vis).-La jornada del Papa
concluyó ayer con la celebración de la santa misa en la basílica
de Nuestra Señora de Gudalupe, el principal santuario de México y
el santuario mariano más grande del mundo al que acuden cada año
más de 20 millones de peregrinos. El santuario surge, según la
tradición, tras las cinco apariciones de la Virgen -entre el 9 y el
12 de diciembre de 1531- al indio Juan Diego, que con su tío Juan
Bernardino, fue uno de los primeros nativos convertidos al
cristianismo en 1521. El nombre Guadalupe se deriva de la deformación
de la palabra indígena Coatlaxopeuh (Vencedora de la serpiente). La
Virgen de Guadalupe fue proclamada Patrona de México en 1737,
Patrona y Emperadora de las Américas en 1910 y de Filipinas en 1935.
Por ese motivo ante la basílica están izadas las 24 banderas de los
países americanos y de Filipinas.
En
el santuario se venera la imagen milagrosa de la Virgen impresa en la
tilma, una capa de fibra de cactus, de Juan Diego, cuya simbología
es altamente significativa. Del viente de María irradian luces y
llamas: es la madre del Niño Sol. Los rasgos del rostro de la Virgen
no son ni de española ni de india, sino de mestiza. Tiene los pies
sobre la luna y la pierna izquierda, en flexión, indica el camino
(pergrinación) y la danza( fiesta en las culturas precolombinas). Su
túnica es de color rosa con extrañas flores superpuestas, una de
las más pequeñas con cuatro pétalos y colocada en el vientre de la
imagen representa en las culturas indígenas la presencia divina, el
origen de la vida. También lleva un colgante, una cruz que siempre
en las culturas indígenas mesoamericanas tenía el mismo significado
que la flor: plenitud e inmortalidad, que para los cristianos se
traduce en signo de redención. El manto verdeazulado , color del
jade y de la turquesa, símbolos de realeza y virginidad, está
cuajado de estrellas cuya distribución no es casual: es el mapa del
cielo del invierno de 1521, año de las apariciones de María.
La
basílica actual, conocida como ''Basílica nueva de Santa María de
Guadalupe'', que alberga la imagen y tiene cabida en su interior para
12.000 personas, mientras la explanada externa puede acoger a otras
30.000, se inauguró el 12 de octubre de 1976 y fue edificada para
sustituir al primer templo construido en el siglo XVII, que a causa
del peso se estaba derrumbando. La basílica antigua, actualmente
sometida a un complejo proceso de restauración, está dedicada a
Cristo Rey. El complejo del santuario también comprende la Capilla
de las Rosas, donde la Virgen se encontró por primera vez con Juan
Diego y brotaron las rosas que el indio llevó a la presencia de Fray
Juan de Zumárraga como señal de su aparición y la Capilla del
Pocito, edificada sobre una fuente de aguas curativas .
El
Papa que había recorrido en papamóvil - aclamado por decenas de
miles de fieles, los 16 kilométros que separan la capital mexicana
del cerro de Tepeyac, donde está el santuario, llegó a la basílica
antigua a las 16,45 (hora local, 23,45 hora de Roma) y desde allí
fue en procesión a la nueva basílica donde presidió la santa misa
a la que asistieron más de 35.000 personas.
En
su homilía, Francisco, comentando el evangelio de la Visitación,
recordó que María fue a visitar a su prima Isabel, ''sin demoras,
sin dudas, sin lentitud'', subrayando que el encuentro con el ángel
a María ''no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que
tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó
y puso en movimiento una actitud por la que María es y será
reconocida siempre como la mujer del ''sí'', un sí de entrega a
Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el
sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en
camino al encuentro con los demás''.
''Escuchar
este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial -señaló
Francisco- María, la mujer del sí, también quiso visitar los
habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san
Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea,
de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su
lengua, para servir a esta gran Nación. Así como acompañó la
gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de
esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño
Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos
nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten ''que no
valían nada''.Esta elección particular, digamos preferencial, no
fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan,
que se llamaba así mismo como ''mecapal, cacaxtle, cola, ala,
sometido a cargo ajeno'' se volvía ''el embajador, muy digno de
confianza''.
''En
aquel amanecer de diciembre de 1531-rememoró- se producía el primer
milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario
custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la
esperanza de su hijo Juan, la esperanza de su Pueblo. En ese amanecer
Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los
sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que
sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese
amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero
resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir,
perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos''.
En
ese amanecer, ''Juancito experimenta en su propia vida lo que es la
esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para
supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este
Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era
la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa
obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o
perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María,
empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón
misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.
Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera
bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro
santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y
culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios,
especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la
''altura de las circunstancias'' o no ''aportar el capital
necesario'' para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios
es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones,
especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de
situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin
reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios
son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para
poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de
tantos que salen a nuestros caminos''.
''Al
venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan
Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos,
desesperaciones, tristezas y decirle: ''¿Qué puedo aportar si no
soy un letrado?''. Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas
las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay
espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación''
''Por
eso -dijo Francisco- creo que hoy nos va a hacer bien un poco de
silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle
como lo hizo aquel otro hijo que la quería mucho:
''Mirarte
simplemente, Madre,
dejar
abierta sólo la mirada;
mirarte
toda sin decirte nada,
decirte
todo, mudo y reverente.
No
perturbar el viento de tu frente;
sólo
acunar mi soledad violada,
en
tus ojos de Madre enamorada
y
en tu nido de tierra trasparente.
Las
horas se desploman; sacudidos,
muerden
los hombres necios la basura
de
la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte,
Madre; contemplarte apenas,
el
corazón callado en tu ternura,
en
tu casto silencio de azucenas''.
''Y
en silenio, y en este estar mirándola -continuó el Papa repitiendo
las palabras de la Virgen a Juan Diego- escuchar una vez más que
nos vuelve a decir: ''¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué
entristece tu corazón?'' ''¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo
el honor de ser tu madre?'' . Ella nos dice que tiene el ''honor'' de
ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los
que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube
hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto.
En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino,
carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros
dolores''.
''¿Acaso
no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? -repitió el Pontífice- No te
dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos
vuelve a enviar, como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir,
sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos
santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan
sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu
parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios
compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va
con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al
hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al
desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes
solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten
paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro
Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al corazón. ¿Acaso
no soy tu madre? ¿Acaso no estoy aquí?, nos vuelve a decir María.
Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis
hijos, tus hermanos''.
Una
vez finalizada la santa misa, el Papa hizo entrega a la Virgen de
una diadema de oro y plata y después, como había pedido, permaneció
alrededor de veinte minutos solo en el Camarín, rezando y mirando a
la imagen de la Guadalupana, allí custodiada.
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