Ciudad
del Vaticano, 20 noviembre 2014
(VIS).-Esta mañana el Papa Francisco visitó la sede de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) , con ocasión de la segunda Conferencia
Internacional sobre Nutrición que tiene lugar en Roma del 19 al 21
de noviembre.
A
su llegada, el Santo Padre fue recibido por el director general de la
FAO José Graziano da Silva, por el director general Adjunto, Oleg
Chestnov y por mons.Luigi Travaglino. Observador permanente de la
Santa Sede ante ese organismo.
En
el Salón de Plenos el Pontífice dirigió a los presentes el
discurso que reproducimos a continuación:
''Con
sentido de respeto y aprecio, me presento hoy aquí, en la Segunda
Conferencia Internacional sobre Nutrición. Le agradezco, señor
Presidente, la calurosa acogida y las palabras de bienvenida. Saludo
cordialmente al Director General de la FAO, el Prof. José Graziano
da Silva, y a la Directora General de la OMS, la Dra. Margaret Chan,
y me alegra su decisión de reunir en esta Conferencia a
representantes de Estados, instituciones internacionales,
organizaciones de la sociedad civil, del mundo de la agricultura y
del sector privado, con el fin de estudiar juntos las formas de
intervención para asegurar la nutrición, así como los cambios
necesarios que se han de aportar a las estrategias actuales. La total
unidad de propósitos y de obras, pero sobre todo el espíritu de
hermandad, pueden ser decisivos para soluciones adecuadas. La
Iglesia, como ustedes saben, siempre trata de estar atenta y solícita
respecto a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material
de las personas, ante todo de los que viven marginados y son
excluidos, para que se garanticen su seguridad y su dignidad.
Los
destinos de cada nación están más que nunca enlazados entre sí,
al igual que los miembros de una misma familia, que dependen los unos
de los otros. Pero vivimos en una época en la que las relaciones
entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha
recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y
económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al
que ya está excluido. Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y
de un trabajo decente. Este es el cuadro del mundo, en el que se han
de reconocer los límites de planteamientos basados en la soberanía
de cada uno de los Estados, entendida como absoluta, y en los
intereses nacionales, condicionados frecuentemente por reducidos
grupos de poder. Lo explica bien la lectura de la agenda de trabajo
de ustedes para elaborar nuevas normas y mayores compromisos para
nutrir al mundo. En esta perspectiva, espero que, en la formulación
de dichos compromisos, los Estados se inspiren en la convicción de
que el derecho a la alimentación sólo quedará garantizado si nos
preocupamos por su sujeto real, es decir, la persona que sufre los
efectos del hambre y la desnutrición.
Hoy
día se habla mucho de derechos, olvidando con frecuencia los
deberes; tal vez nos hemos preocupado demasiado poco de los que pasan
hambre. Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la
desnutrición se ve obstaculizada por la ''prioridad del mercado'' y
por la ''preminencia de la ganancia'', que han reducido los alimentos
a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso
financiera. Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento
está ahí, en la esquina de la calle, y pide carta de ciudadanía,
ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base
sana. Nos pide dignidad, no limosna.
Estos
criterios no pueden permanecer en el limbo de la teoría. Las
personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia;
no sólo la justicia legal, sino también la contributiva y la
distributiva. Por tanto, los planes de desarrollo y la labor de las
organizaciones internacionales deberían tener en cuenta el deseo,
tan frecuente entre la gente común, de ver que se respetan en todas
las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y,
en nuestro caso, la persona con hambre. Cuando eso suceda, también
las intervenciones humanitarias, las operaciones urgentes de ayuda o
de desarrollo – el verdadero, el integral desarrollo – tendrán
mayor impulso y darán los frutos deseados.
El
interés por la producción, la disponibilidad de alimentos y el
acceso a ellos, el cambio climático, el comercio agrícola, deben
ciertamente inspirar las reglas y las medidas técnicas, pero la
primera preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen
del alimento diario y han dejado de pensar en la vida, en las
relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por la
supervivencia. El santo Papa Juan Pablo II, en la inauguración en
esta sala de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en 1992, puso
en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la
''paradoja de la abundancia'': hay comida para todos, pero no todos
pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo
excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros
ojos. Esta es la paradoja. Por desgracia, esta ''paradoja'' sigue
siendo actual. Hay pocos temas sobre los que se esgrimen tantos
sofismas como los que se dicen sobre el hambre; pocos asuntos tan
susceptibles de ser manipulados por los datos, las estadísticas, las
exigencias de seguridad nacional, la corrupción o un reclamo
lastimero a la crisis económica. Este es el primer reto que se ha de
superar.
El
segundo reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad, una
palabra que tenemos la sospecha que inconscientemente la queremos
sacar del diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un
creciente individualismo y por la división; esto termina privando a
los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las
instituciones. Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente
todo el mundo. En efecto, la solidaridad es la actitud que hace a las
personas capaces de salir al encuentro del otro y fundar sus
relaciones mutuas en ese sentimiento de hermandad que va más allá
de las diferencias y los límites, e impulsa a buscar juntos el bien
común.
Los
seres humanos, en la medida en que toman conciencia de ser parte
responsable del designio de la creación, se hacen capaces de
respetarse recíprocamente, en lugar de combatir entre sí, dañando
y empobreciendo el planeta. También a los Estados, concebidos como
una comunidad de personas y de pueblos, se les pide que actúen de
común acuerdo, que estén dispuestos a ayudarse unos a otros
mediante los principios y normas que el derecho internacional pone a
su disposición. Una fuente inagotable de inspiración es la ley
natural, inscrita en el corazón humano, que habla un lenguaje que
todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables
entre sí. Como las personas, también los Estados y las
instituciones internacionales están llamados a acoger y cultivar
estos valores: amor, justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de
diálogo y escucha recíproca. De este modo, el objetivo de nutrir a
la familia humana se hace factible.
Cada
mujer, hombre, niño, anciano, debe poder contar en todas partes con
estas garantías. Y es deber de todo Estado, atento al bienestar de
sus ciudadanos, suscribirlas sin reservas, y preocuparse de su
aplicación. Esto requiere perseverancia y apoyo. La Iglesia Católica
trata de ofrecer también en este campo su propia contribución,
mediante una atención constante a la vida de los pobres, de los
necesitados, en todas las partes del planeta; en esta misma línea se
mueve la implicación activa de la Santa Sede en las organizaciones
internacionales y con sus múltiples documentos y declaraciones. Se
pretende de este modo contribuir a identificar y asumir los criterios
que debe cumplir el desarrollo de un sistema internacional ecuánime.
Son criterios que, en el plano ético, se basan en pilares como la
verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad; al mismo tiempo,
en el campo jurídico, estos mismos criterios incluyen la relación
entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida y a una
existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre
cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de
compartir la riqueza económica del mundo.
Si
se cree en el principio de la unidad de la familia humana, fundado en
la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los seres
humanos, ninguna forma de presión política o económica que se
sirva de la disponibilidad de alimentos puede ser aceptable. Presión
política y económica, aquí pienso en nuestra hermana y madre
tierra, en el planeta, si somos libres de presiones políticas y
económicas para cuidarlo, para evitar que se autodestruya. Tenemos
adelante Perú y Francia dos conferencias que nos desafían, cuidar
el planeta. Recuerdo una frase que escuché de un anciano hace muchos
años, Dios siempre perdona… las ofensas, los maltratos, Dios
siempre perdona, los hombres perdonamos a veces, la tierra no perdona
nunca. Cuidar a la hermana tierra, la madre tierra para que no
responda con la destrucción. Pero, por encima de todo, ningún
sistema de discriminación, de hecho o de derecho, vinculado a la
capacidad de acceso al mercado de los alimentos, debe ser tomado como
modelo de las actuaciones internacionales que se proponen eliminar el
hambre.
Al
compartir estas reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al
Dios rico en misericordia, que bendiga a todos los que, con
diferentes responsabilidades, se ponen al servicio de los que pasan
hambre y saben atenderlos con gestos concretos de cercanía. Ruego
también para que la comunidad internacional sepa escuchar el llamado
de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común
conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para
salvar la vida en el planeta. Gracias''.
Después
de su discurso, el Papa saludó al personal de la FAO agradeciéndoles
su espíritu de solidaridad y su comprensión que va más allá de
los documentos y su capacidad para ver ''los rostros apagados y las
situaciones dramáticas de personas sometidas a la dura prueba del
hambre y de la sed''. ''El agua -dijo- no es gratis como pensamos
tantas veces. Será un gran problema que podría llevarnos a una
guerra''. Y reiteró de nuevo que aquellos para quienes trabaja la
FAO ''piden dignidad y no limosna. Esta es vuestra tarea: asegurar
que cada uno de ellos tenga dignidad''.