Ciudad
del Vaticano, 11 julio 2013
(VIS).-Ofrecemos a continuación el comunicado emitido esta mañana
por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e
Itinerantes con
ocasión de la Jornada Mundial del Turismo 2013:
El 27 de septiembre celebramos la
Jornada Mundial del Turismo, bajo el tema que la Organización
Mundial del Turismo nos propone para el presente año: “Turismo y
agua: proteger nuestro futuro común”. Éste está en línea con el
“Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua”,
que, en el contexto del Decenio Internacional para la Acción “El
agua, fuente de vida” (2005-2015), ha sido proclamado por la
Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de poner de
relieve “que el agua es fundamental para el desarrollo sostenible,
en particular para la integridad del medio ambiente y la erradicación
de la pobreza y el hambre, es indispensable para la salud y el
bienestar humanos y es crucial para lograr los Objetivos de
Desarrollo del Milenio”.
También la Santa Sede desea unirse a
esta conmemoración, aportando su contribución desde el ámbito que
le es propio, consciente de la importancia que el fenómeno del
turismo tiene en el momento actual, y de los retos y posibilidades
que ofrece a nuestra acción evangelizadora. Éste es uno de los
sectores económicos con un mayor y rápido crecimiento a nivel
mundial. No debemos olvidar que durante el pasado año se superó el
hito de mil millones de turistas internacionales, a lo que hay que
sumar las cifras aún mayores del turismo local.
Para el sector turístico, el agua es
de crucial importancia, un activo y un recurso. Es un activo en
cuanto que la gente se siente naturalmente atraída por ella y son
millones los turistas que buscan disfrutar de este elemento de la
naturaleza durante sus días de descanso, eligiendo como destino
ciertos ecosistemas donde el agua es su rasgo más característico
(humedales, playas, ríos, lagos, cataratas, islas, glaciales o
nieve, por citar algunos), o buscan aprovecharse de sus numerosos
beneficios (singularmente en balnearios y centros termales). Al mismo
tiempo, el agua es también un recurso para el sector turístico y es
indispensable, entre otros, en hoteles, restaurantes y actividades de
ocio.
Teniendo una visión de futuro, el
turismo supondrá un real beneficio en la medida en que gestione los
recursos de acuerdo con los criterios de una “green economy”, una
economía cuyo impacto ambiental se mantenga dentro de unos límites
aceptables. Estamos llamados, pues, a promover un turismo ecológico,
respetuoso y sostenible, el cual puede ciertamente favorecer la
creación de puestos de trabajo, apoyar la economía local y reducir
la pobreza.
No hay duda de que el turismo tiene un
papel fundamental en la conservación del medio ambiente, pudiendo
ser su gran aliado, pero también un feroz enemigo. Si, por ejemplo,
buscando un beneficio económico fácil y rápido, se consiente que
la industria turística contamine un lugar, éste dejará de ser un
destino deseado por los turistas.
Sabemos
que el agua, clave del desarrollo sostenible, es un elemento esencial
para la vida. Sin agua no hay vida. “Sin embargo, año tras año va
aumentando la presión sobre este recurso. Una de cada tres personas
vive en un país con escasez de agua entre moderada y alta, y es
posible que para 2030 la escasez afecte a casi la mitad de la
población mundial, ya que la demanda podría superar en un 40% a la
oferta”. Según datos de las Naciones Unidas, en torno a 1000
millones de personas no tienen acceso al agua potable. Y los desafíos
relacionados con este tema aumentarán significativamente en los
próximos años, singularmente porque está mal distribuida,
contaminada, desperdiciada, o se priorizan algunos usos de modo
incorrecto o injusto, a lo que se unirán las consecuencias del
cambio climático. También el turismo compite muchas veces con otros
sectores por su uso y no pocas veces se constata que el agua es
abundante y se despilfarra en las estructuras turísticas, mientras
que para las poblaciones circundantes escasea.
La gestión sostenible de este recurso
natural es un desafío de orden social, económico y ambiental, pero
sobre todo de naturaleza ética, a partir del principio del destino
universal de los bienes de la tierra, el cual es un derecho natural,
originario, al que se debe subordinar todo ordenamiento jurídico
relativo a dichos bienes. La Doctrina Social de la Iglesia insiste en
la validez y en la aplicación de este principio, con referencias
explícitas al agua.
Ciertamente, nuestro compromiso a
favor del respeto de la creación nace de reconocerla como un regalo
de Dios para toda la familia humana y de escuchar la petición del
Creador, que nos invita a custodiarla, sabiéndonos administradores,
que no señores, del don que nos hace.
La atención al medio ambiente es un
tema importante para el Papa Francisco, al cual ha hecho numerosas
alusiones. Ya en la celebración eucarística de inicio de su
ministerio petrino invitaba a ser “custodios de la creación, del
designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del
medio ambiente; no dejemos - decía - que los signos de destrucción
y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro”, recordando
que “todo está confiado a la custodia del hombre, y es una
responsabilidad que nos afecta a todos”.
Profundizando en esta invitación,
afirmaba el Santo Padre durante una audiencia: “Cultivar y
custodiar la creación es una indicación de Dios dada no sólo al
inicio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su
proyecto; quiere decir hacer crecer el mundo con responsabilidad,
transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos
(...) Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de
dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la ‘custodiamos’,
no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que
cuidar. Estamos perdiendo la actitud del estupor, de la
contemplación, de la escucha de la creación”.
Si cultivamos esta actitud de escucha,
podremos descubrir cómo el agua también nos habla de su Creador y
nos recuerda su historia de amor para con la humanidad. Elocuente es
al respecto la oración de bendición del agua que la liturgia romana
emplea tanto en la Vigilia pascual como en el ritual del bautismo, en
la cual se recuerda que el Señor se ha servido de este don como
signo y memoria de su bondad: la Creación, el diluvio que pone fin
al pecado, el paso del mar Rojo que libera de la esclavitud, el
bautismo de Jesús en el Jordán, el lavatorio de pies que se
transforma en precepto de amor, el agua que mana del costado del
Crucificado, el mandato del Resucitado de hacer discípulos y
bautizarlos... son hitos fundamentales de la historia de la
Salvación, en los que el agua adquiere un elevado valor simbólico.
El agua nos habla de vida, de
purificación, de regeneración y de transcendencia. En la liturgia,
el agua manifiesta la vida de Dios que se nos comunica en Cristo. El
mismo Jesús se presenta como aquél que sacia la sed, de cuyas
entrañas manan ríos de agua viva, y en su diálogo con la
samaritana afirma: “el que beba del agua que yo le daré nunca más
tendrá sed”. La sed evoca los anhelos más profundos del corazón
humano, sus fracasos y sus búsquedas de una auténtica felicidad más
allá de sí mismo. Y Cristo es quien ofrece el agua que sacia la sed
interior, es la fuente del renacer, es el baño que purifica. Él es
la fuente de agua viva.
Por
esto, es importante insistir en que todos los implicados en el
fenómeno del turismo tienen una seria responsabilidad a la hora de
gestionar el agua, de manera que este sector sea efectivamente fuente
de riqueza a nivel social, ecológico, cultural y económico. Al
tiempo que se debe trabajar por reparar el mal causado, también ha
de favorecerse su uso racional y minimizar el impacto, promoviendo
políticas adecuadas e implementando equipamientos eficientes, que
ayuden a proteger nuestro futuro común. Nuestra actitud frente a la
naturaleza y la mala gestión que podamos hacer de sus recursos no
pueden gravar ni sobre los demás ni, menos aún, sobre las futuras
generaciones.
Es necesaria, por tanto, una mayor
determinación por parte de políticos y empresarios. Pues si bien
todos son conocedores de los desafíos que el problema del agua nos
plantea, somos conscientes que eso debe aún concretarse en
compromisos vinculantes, precisos y evaluables.
Esta situación requiere sobre todo un
cambio de mentalidad que lleve a adoptar un estilo de vida diverso,
caracterizado por la sobriedad y la autodisciplina. Se ha de
favorecer que el turista sea consciente y reflexione sobre sus
responsabilidades y sobre el impacto de su viaje. Debe poder alcanzar
la convicción de que no todo está permitido, aunque personalmente
pueda asumir el coste económico. Hay que educar y favorecer los
pequeños gestos que nos permitan no desperdiciar ni contaminar el
agua y que al mismo tiempo nos ayuden a valorar aún más su
importancia.
Hacemos nuestro el deseo del Santo
Padre de “que todos asumiéramos el grave compromiso de respetar y
custodiar la creación, de estar atentos a cada persona, de
contrarrestar la cultura del desperdicio y del descarte, para
promover una cultura de la solidaridad y del encuentro”.
Con san Francisco, el “poverello”
de Asís, elevamos nuestra alabanza a Dios, bendiciéndole por sus
criaturas: “Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es
muy útil y humilde y preciosa y casta”.