Ciudad
del Vaticano, 28 de septiembre de 2015 (Vis).-''Bienaventurados los
misericordiosos,porque ellos alcanzarán misericordia'' es el lema
elegido por el Santo Padre para el Mensaje para la XXI Jornada
Mundial de la Juventud que se celebrará en julio de 2016 en
Cracovia (Polonia) y cuyo texto reproducimos a continuación. El
texto está fechado en el Vaticano, el 15 de agosto de 2015,
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
Queridos
jóvenes:
''Hemos
llegado ya a la última etapa de nuestra peregrinación a Cracovia,
donde el próximo año, en el mes de julio, celebraremos juntos la
XXXI Jornada Mundial de la Juventud. En nuestro largo y arduo camino
nos guían las palabras de Jesús recogidas en el “sermón de la
montaña”. Hemos iniciado este recorrido en 2014, meditando juntos
sobre la primera de las Bienaventuranzas: ''Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos'' .
Para el año 2015 el tema fue ''Bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios'' En el año que tenemos por
delante nos queremos dejar inspirar por las palabras:
''Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia''.
1.El
Jubileo de la Misericordia
Con
este tema la JMJ de Cracovia 2016 se inserta en el Año Santo de la
Misericordia, convirtiéndose en un verdadero Jubileo de los Jóvenes
a nivel mundial. No es la primera vez que un encuentro internacional
de los jóvenes coincide con un Año jubilar. De hecho, fue durante
el Año Santo de la Redención (1983/1984) que San Juan Pablo II
convocó por primera vez a los jóvenes de todo el mundo para el
Domingo de Ramos. Después fue durante el Gran Jubileo del Año 2000
en que más de dos millones de jóvenes de unos 165 países se
reunieron en Roma para la XV Jornada Mundial de la Juventud. Como
sucedió en estos dos casos precedentes, estoy seguro de que el
Jubileo de los Jóvenes en Cracovia será uno de los momentos fuertes
de este Año Santo.
Quizás
alguno de ustedes se preguntará: ¿Qué es este Año jubilar que se
celebra en la Iglesia? El texto bíblico del Levítico 25 nos ayuda a
comprender lo que significa un “jubileo” para el pueblo de
Israel: Cada cincuenta años los hebreos oían el son de la trompeta
(jobel) que les convocaba (jobil) para celebrar un año santo, como
tiempo de reconciliación (jobal) para todos. En este tiempo se debía
recuperar una buena relación con Dios, con el prójimo y con lo
creado, basada en la gratuidad. Por ello se promovía, entre otras
cosas, la condonación de las deudas, una ayuda particular para quien
se empobreció, la mejora de las relaciones entre las personas y la
liberación de los esclavos.
Jesucristo
vino para anunciar y llevar a cabo el tiempo perenne de la gracia del
Señor, llevando a los pobres la buena noticia, la liberación a los
cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos. En Él,
especialmente en su Misterio Pascual, se cumple plenamente el sentido
más profundo del jubileo. Cuando la Iglesia convoca un jubileo en el
nombre de Cristo, estamos todos invitados a vivir un extraordinario
tiempo de gracia. La Iglesia misma está llamada a ofrecer
abundantemente signos de la presencia y cercanía de Dios, a
despertar en los corazones la capacidad de fijarse en lo esencial. En
particular, este Año Santo de la Misericordia ''es el tiempo para
que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le
ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la
misericordia del Padre''.
2.Misericordiosos
como el Padre
El
lema de este Jubileo extraordinario es: ''Misericordiosos como el
Padre'' y con ello se entona el tema de la próxima JMJ. Intentemos
por ello comprender mejor lo que significa la misericordia divina.
El
Antiguo Testamento, para hablar de la misericordia, usa varios
términos; los más significativos son los de hesed y rahamim. El
primero, aplicado a Dios, expresa su incansable fidelidad a la
Alianza con su pueblo, que Él ama y perdona eternamente. El segundo,
rahamim, se puede traducir como “entrañas”, que nos recuerda en
modo particular el seno materno y nos hace comprender el amor de Dios
por su pueblo, como es el de una madre por su hijo. Así nos lo
presenta el profeta Isaías: ''¿Se olvida una madre de su criatura,
no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se
olvide, yo no te olvidaré!''. Un amor de este tipo implica hacer
espacio al otro dentro de uno, sentir, sufrir y alegrarse con el
prójimo.
En
el concepto bíblico de misericordia está incluido lo concreto de un
amor que es fiel, gratuito y sabe perdonar. En Oseas tenemos un
hermoso ejemplo del amor de Dios, comparado con el de un padre hacia
su hijo: ''Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a
mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí;( )¡Y
yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos!
Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con
lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que
alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le
daba de comer'' . A pesar de la actitud errada del hijo, que bien
merecería un castigo, el amor del padre es fiel y perdona siempre a
un hijo arrepentido. Como vemos, en la misericordia siempre está
incluido el perdón; ella ''no es una idea abstracta, sino una
realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de
un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus
entrañas por el propio hijo.( )Proviene desde lo más íntimo como
un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de
indulgencia y de perdón'' .
El
Nuevo Testamento nos habla de la divina misericordia (eleos) como
síntesis de la obra que Jesús vino a cumplir en el mundo en el
nombre del Padre . La misericordia de nuestro Señor se manifiesta
sobre todo cuando Él se inclina sobre la miseria humana y demuestra
su compasión hacia quien necesita comprensión, curación y perdón.
Todo en Jesús habla de misericordia, es más, Él mismo es la
misericordia.
En
el capítulo 15 del Evangelio de Lucas podemos encontrar las tres
parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, de la moneda
perdida y aquélla que conocemos como la del “hijo pródigo”. En
estas tres parábolas nos impresiona la alegría de Dios, la alegría
que Él siente cuando encuentra de nuevo al pecador y le perdona.
¡Sí, la alegría de Dios es perdonar! Aquí tenemos la síntesis de
todo el Evangelio. ''Cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa
moneda perdida; cada uno de nosotros es ese hijo que ha derrochado la
propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y
ha perdido todo. Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona
nunca. Es un padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra
libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos
acoge como a hijos, en su casa, porque jamás deja, ni siquiera por
un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está en fiesta
por cada hijo que regresa. Está en fiesta porque es alegría. Dios
tiene esta alegría, cuando uno de nosotros pecadores va a Él y pide
su perdón''.
La
misericordia de Dios es muy concreta y todos estamos llamados a
experimentarla en primera persona. A la edad de diecisiete años, un
día en que tenía que salir con mis amigos, decidí pasar primero
por una iglesia. Allí me encontré con un sacerdote que me inspiró
una confianza especial, de modo que sentí el deseo de abrir mi
corazón en la Confesión. ¡Aquel encuentro me cambió la vida!
Descubrí que cuando abrimos el corazón con humildad y
transparencia, podemos contemplar de modo muy concreto la
misericordia de Dios. Tuve la certeza que en la persona de aquel
sacerdote Dios me estaba esperando, antes de que yo diera el primer
paso para ir a la iglesia. Nosotros le buscamos, pero es Él quien
siempre se nos adelanta, desde siempre nos busca y es el primero que
nos encuentra. Quizás alguno de ustedes tiene un peso en el corazón
y piensa: He hecho esto, he hecho aquello… ¡No teman! ¡Él les
espera! Él es padre: ¡siempre nos espera! ¡Qué hermoso es
encontrar en el sacramento de la Reconciliación el abrazo
misericordioso del Padre, descubrir el confesionario como lugar de la
Misericordia, dejarse tocar por este amor misericordioso del Señor
que siempre nos perdona!
Y
tú, querido joven, querida joven, ¿has sentido alguna vez en ti
esta mirada de amor infinito que, más allá de todos tus pecados,
limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti y mirando tu
existencia con esperanza? ¿Eres consciente del valor que tienes ante
Dios que por amor te ha dado todo? Como nos enseña San Pablo, ''la
prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando
todavía éramos pecadores''. ¿Pero entendemos de verdad la fuerza
de estas palabras?
Sé
lo mucho que ustedes aprecian la Cruz de las JMJ – regalo de San
Juan Pablo II – que desde el año 1984 acompaña todos los
Encuentros mundiales de ustedes. ¡Cuántos cambios, cuántas
verdaderas y auténticas conversiones surgieron en la vida de tantos
jóvenes al encontrarse con esta cruz desnuda! Quizás se hicieron la
pregunta: ¿De dónde viene esta fuerza extraordinaria de la cruz? He
aquí la respuesta: ¡La cruz es el signo más elocuente de la
misericordia de Dios! Ésta nos da testimonio de que la medida del
amor de Dios para con la humanidad es amar sin medida! En la cruz
podemos tocar la misericordia de Dios y dejarnos tocar por su
misericordia. Aquí quisiera recordar el episodio de los dos
malhechores crucificados junto a Jesús. Uno de ellos es engreído,
no se reconoce pecador, se ríe del Señor; el otro, en cambio,
reconoce que ha fallado, se dirige al Señor y le dice: ''Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino''. Jesús le
mira con misericordia infinita y le responde: ''Hoy estarás conmigo
en el Paraíso'' . ¿Con cuál de los dos nos identificamos? ¿Con el
que es engreído y no reconoce sus errores? ¿O quizás con el otro
que reconoce que necesita la misericordia divina y la implora de todo
corazón? En el Señor, que ha dado su vida por nosotros en la cruz,
encontraremos siempre el amor incondicional que reconoce nuestra vida
como un bien y nos da siempre la posibilidad de volver a comenzar.
3.La
extraordinaria alegría de ser instrumentos de la misericordia de
Dios
La
Palabra de Dios nos enseña que ''la felicidad está más en dar que
en recibir''. Precisamente por este motivo la quinta Bienaventuranza
declara felices a los misericordiosos. Sabemos que es el Señor quien
nos ha amado primero. Pero sólo seremos de verdad bienaventurados,
felices, cuando entremos en la lógica divina del don, del amor
gratuito, si descubrimos que Dios nos ha amado infinitamente para
hacernos capaces de amar como Él, sin medida. Como dice San Juan:
''Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor
procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El
que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.( )Y este amor
no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por
nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también
nosotros debemos amarnos los unos a los otros'' .
Después
de haberles explicado a ustedes en modo muy resumido cómo ejerce el
Señor su misericordia con nosotros, quisiera sugerirles cómo
podemos ser concretamente instrumentos de esta misma misericordia
hacia nuestro prójimo.
Me
viene a la mente el ejemplo del beato Pier Giorgio Frassati. Él
decía: ''Jesús me visita cada mañana en la Comunión, y yo la
restituyo del mísero modo que puedo, visitando a los pobres''. Pier
Giorgio era un joven que había entendido lo que quiere decir tener
un corazón misericordioso, sensible a los más necesitados. A ellos
les daba mucho más que cosas materiales; se daba a sí mismo,
empleaba tiempo, palabras, capacidad de escucha. Servía siempre a
los pobres con gran discreción, sin ostentación. Vivía realmente
el Evangelio que dice: ''Cuando tú des limosna, que tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en
secreto'' . Piensen que un día antes de su muerte, estando
gravemente enfermo, daba disposiciones de cómo ayudar a sus amigos
necesitados. En su funeral, los familiares y amigos se quedaron
atónitos por la presencia de tantos pobres, para ellos desconocidos,
que habían sido visitados y ayudados por el joven Pier Giorgio.
A
mí siempre me gusta asociar las Bienaventuranzas con el capítulo 25
de Mateo, cuando Jesús nos presenta las obras de misericordia y dice
que en base a ellas seremos juzgados. Les invito por ello a descubrir
de nuevo las obras de misericordia corporales: dar de comer a los
hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos,
acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia
espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes,
advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las
ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios
por los vivos y los difuntos. Como ven, la misericordia no es
“buenismo”, ni un mero sentimentalismo. Aquí se demuestra la
autenticidad de nuestro ser discípulos de Jesús, de nuestra
credibilidad como cristianos en el mundo de hoy.
A
ustedes, jóvenes, que son muy concretos, quisiera proponer que para
los primeros siete meses del año 2016 elijan una obra de
misericordia corporal y una espiritual para ponerla en práctica cada
mes. Déjense inspirar por la oración de Santa Faustina, humilde
apóstol de la Divina Misericordia de nuestro tiempo:
''Ayúdame,
oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás
recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en
el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla ()a que mis oídos sean
misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo
y no sea indiferente a sus penas y gemidos ()a que mi lengua sea
misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos
sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos ()a que
mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras ()a que mis
pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a
mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio ()a que mi
corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos
de mi prójimo''.
El
mensaje de la Divina Misericordia constituye un programa de vida muy
concreto y exigente, pues implica las obras. Una de las obras de
misericordia más evidente, pero quizás más difícil de poner en
práctica, es la de perdonar a quien te ha ofendido, quien te ha
hecho daño, quien consideramos un enemigo. ''¡Cómo es difícil
muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento
puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del
corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza
son condiciones necesarias para vivir felices''.
Me
encuentro con tantos jóvenes que dicen estar cansados de este mundo
tan dividido, en el que se enfrentan seguidores de facciones tan
diferentes, hay tantas guerras y hay incluso quien usa la propia
religión como justificación para la violencia. Tenemos que suplicar
al Señor que nos dé la gracia de ser misericordiosos con quienes
nos hacen daño. Como Jesús que en la cruz rezaba por aquellos que
le habían crucificado: ''Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen''. El único camino para vencer el mal es la misericordia. La
justicia es necesaria, cómo no, pero ella sola no basta. Justicia y
misericordia tienen que caminar juntas. ¡Cómo quisiera que todos
nos uniéramos en oración unánime, implorando desde lo más
profundo de nuestros corazones, que el Señor tenga misericordia de
nosotros y del mundo entero!
4.¡Cracovia
nos espera!
Faltan
pocos meses para nuestro encuentro en Polonia. Cracovia, la ciudad de
San Juan Pablo II y de Santa Faustina Kowalska, nos espera con los
brazos y el corazón abiertos. Creo que la Divina Providencia nos ha
guiado para celebrar el Jubileo de los Jóvenes precisamente ahí,
donde han vivido estos dos grandes apóstoles de la misericordia de
nuestro tiempo. Juan Pablo II había intuido que este era el tiempo
de la misericordia. Al inicio de su pontificado escribió la
encíclica Dives in Misericordia. En el Año Santo 2000 canonizó a
Sor Faustina instituyendo también la Fiesta de la Divina
Misericordia en el segundo domingo de Pascua. En el año 2002
consagró personalmente en Cracovia el Santuario de Jesús
Misericordioso, encomendando el mundo a la Divina Misericordia y
esperando que este mensaje llegase a todos los habitantes de la
tierra, llenando los corazones de esperanza: ''Es preciso encender
esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este
fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo
encontrará la paz, y el hombre, la felicidad''
Queridos
jóvenes, Jesús misericordioso, retratado en la imagen venerada por
el pueblo de Dios en el santuario de Cracovia a Él dedicado, les
espera. ¡Él se fía de ustedes y cuenta con ustedes! Tiene tantas
cosas importantes que decirle a cada uno y cada una de ustedes… No
tengan miedo de contemplar sus ojos llenos de amor infinito hacia
ustedes y déjense tocar por su mirada misericordiosa, dispuesta a
perdonar cada uno de sus pecados, una mirada que es capaz de cambiar
la vida de ustedes y de sanar sus almas, una mirada que sacia la
profunda sed que demora en sus corazones jóvenes: sed de amor, de
paz, de alegría y de auténtica felicidad. ¡Vayan a Él y no tengan
miedo! Vengan para decirle desde lo más profundo de sus corazones:
“¡Jesús, confío en Ti!”. Déjense tocar por su misericordia
sin límites, para que ustedes a su vez se conviertan en apóstoles
de la misericordia mediante las obras, las palabras y la oración, en
nuestro mundo herido por el egoísmo, el odio y tanta desesperación.
Lleven
la llama del amor misericordioso de Cristo – del que habló San
Juan Pablo II – a los ambientes de su vida cotidiana y hasta los
confines de la tierra. En esta misión, yo les acompaño con mis
mejores deseos y mi oración, les encomiendo todos a la Virgen María,
Madre de la Misericordia, en este último tramo del camino de
preparación espiritual hacia la próxima JMJ de Cracovia, y les
bendigo de todo corazón''.