CIUDAD DEL VATICANO, 13 MAY 2010 (VIS).-Hoy, memoria de Nuestra Señora de Fátima, décimo aniversario de la beatificación de los pastorcillos Jacinta y Francisco, el Papa celebró la Eucaristía en la explanada del Santuario de Fátima ante medio millón de personas.
En la homilía, el Santo Padre afirmó que había venido como peregrino a Fátima “para regocijarse de la presencia de María y de su protección maternal; (...) para rezar con María y con muchos peregrinos por nuestra humanidad afligida por la miseria y el sufrimiento; (...) para confiar a la materna protección de María, a los sacerdotes, consagrados y consagradas, misioneros y a todas las personas de bien”.
Refiriéndose a las “confidencias místicas de los pastorcillos”, Benedicto XVI señaló que “alguno podría sentir un poco de envidia porque “vieron” o hay quien se resigna decepcionado por no haber tenido la misma suerte, pero insiste en querer ver”.
“Las Escrituras –continuó- nos invitan a creer. (...) Dios puede llegar a nosotros, ofreciéndose a nuestra visión interior. Es más, aquella Luz interior de los pastores, que proviene del futuro de Dios es la misma que se manifestó en la plenitud de los tiempos y ha venido para todos: el Hijo de Dios hecho hombre. (...) Por eso, nuestra esperanza tiene un fundamento real: (...) Jesús de Nazaret”.
El Papa hizo hincapié en que “la fe en Dios abre al ser humano el horizonte de una esperanza cierta que no defrauda, indica una base sólida sobre la que poder asentar, sin temor, la propia vida; requiere el abandono, lleno de confianza, en las manos del Amor que sostiene el mundo”.
Tras poner de relieve que los pastorcillos “hicieron de su vida una ofrenda a Dios, que compartieron con los demás por amor a El”, el Santo Padre señaló que “se engañaría quien pensase que la misión profética de Fátima se ha terminado. (...) El hombre ha podido desencadenar un ciclo de muerte y terror, pero no logra interrumpirlo... En la Sagrada Escritura aparece con frecuencia que Dios está buscando justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando la Virgen pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”.
“Con la familia humana dispuesta a sacrificar sus vínculos más sagrados en el altar de mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, bajó del cielo nuestra Madre bendita y se ofreció para poner en el corazón de los que se le confían el Amor de Dios que arde en el suyo”.
Benedicto XVI concluyó manifestando el deseo de que “en estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones se acelere el triunfo preanunciado del Inmaculado Corazón de María para gloria de la Santísima Trinidad”.
Al final de la misa, el Papa se dirigió a los enfermos presentes y a cuantos le seguían por la radio y la televisión.
En la pasión de Cristo, dijo el Santo Padre, “el sufrimiento humano se ha convertido en un sufrimiento compartido”. Con esta esperanza “se pueden superar las sensaciones de inutilidad del sufrimiento que consume a la persona en su interior y la hace sentirse una carga para los demás cuando, en realidad, el sufrimiento vivido con Jesús sirve para la salvación de los hermanos”.
“El divino Maestro, en vez de explicar las razones del sufrimiento, ha preferido llamar a cada uno a seguirle, diciendo: “Toma tu cruz y sígueme”. Ven conmigo. Participa, con tu sufrimiento, en esta obra de salvación del mundo, que se realiza mediante mi sufrimiento en la Cruz. En la medida en que abrazas tu cruz, uniéndote espiritualmente a mi Cruz, se revelará a tus ojos el significado salvífico del sufrimiento. Encontrarás la paz interior e incluso la alegría espiritual en el sufrimiento”.
El Santo Padre pidió a los enfermos que acogieran esta llamada de Jesús y le confiaran “todas las adversidades y penas para que sean -de acuerdo con su designio- medio de redención para el mundo entero. Seréis redentores en el Redentor, como sois hijos en el Hijo. Junto a la Cruz ... se halla la Madre de Jesús, nuestra Madre”.
Antes de despedirse, Benedicto XVI saludó a la multitud de peregrinos en varios idiomas.
El Papa visitó a continuación las tumbas de los pastorcillos, que se encuentran dentro de la Basílica del Santuario de Fátima y desde allí se dirigió a la Casa “Nossa Senhora do Carmo” para el almuerzo con los obispos de Portugal y con su séquito.
PV-PORTUGAL/ VIS 20100513 (790)
En la homilía, el Santo Padre afirmó que había venido como peregrino a Fátima “para regocijarse de la presencia de María y de su protección maternal; (...) para rezar con María y con muchos peregrinos por nuestra humanidad afligida por la miseria y el sufrimiento; (...) para confiar a la materna protección de María, a los sacerdotes, consagrados y consagradas, misioneros y a todas las personas de bien”.
Refiriéndose a las “confidencias místicas de los pastorcillos”, Benedicto XVI señaló que “alguno podría sentir un poco de envidia porque “vieron” o hay quien se resigna decepcionado por no haber tenido la misma suerte, pero insiste en querer ver”.
“Las Escrituras –continuó- nos invitan a creer. (...) Dios puede llegar a nosotros, ofreciéndose a nuestra visión interior. Es más, aquella Luz interior de los pastores, que proviene del futuro de Dios es la misma que se manifestó en la plenitud de los tiempos y ha venido para todos: el Hijo de Dios hecho hombre. (...) Por eso, nuestra esperanza tiene un fundamento real: (...) Jesús de Nazaret”.
El Papa hizo hincapié en que “la fe en Dios abre al ser humano el horizonte de una esperanza cierta que no defrauda, indica una base sólida sobre la que poder asentar, sin temor, la propia vida; requiere el abandono, lleno de confianza, en las manos del Amor que sostiene el mundo”.
Tras poner de relieve que los pastorcillos “hicieron de su vida una ofrenda a Dios, que compartieron con los demás por amor a El”, el Santo Padre señaló que “se engañaría quien pensase que la misión profética de Fátima se ha terminado. (...) El hombre ha podido desencadenar un ciclo de muerte y terror, pero no logra interrumpirlo... En la Sagrada Escritura aparece con frecuencia que Dios está buscando justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando la Virgen pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”.
“Con la familia humana dispuesta a sacrificar sus vínculos más sagrados en el altar de mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, bajó del cielo nuestra Madre bendita y se ofreció para poner en el corazón de los que se le confían el Amor de Dios que arde en el suyo”.
Benedicto XVI concluyó manifestando el deseo de que “en estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones se acelere el triunfo preanunciado del Inmaculado Corazón de María para gloria de la Santísima Trinidad”.
Al final de la misa, el Papa se dirigió a los enfermos presentes y a cuantos le seguían por la radio y la televisión.
En la pasión de Cristo, dijo el Santo Padre, “el sufrimiento humano se ha convertido en un sufrimiento compartido”. Con esta esperanza “se pueden superar las sensaciones de inutilidad del sufrimiento que consume a la persona en su interior y la hace sentirse una carga para los demás cuando, en realidad, el sufrimiento vivido con Jesús sirve para la salvación de los hermanos”.
“El divino Maestro, en vez de explicar las razones del sufrimiento, ha preferido llamar a cada uno a seguirle, diciendo: “Toma tu cruz y sígueme”. Ven conmigo. Participa, con tu sufrimiento, en esta obra de salvación del mundo, que se realiza mediante mi sufrimiento en la Cruz. En la medida en que abrazas tu cruz, uniéndote espiritualmente a mi Cruz, se revelará a tus ojos el significado salvífico del sufrimiento. Encontrarás la paz interior e incluso la alegría espiritual en el sufrimiento”.
El Santo Padre pidió a los enfermos que acogieran esta llamada de Jesús y le confiaran “todas las adversidades y penas para que sean -de acuerdo con su designio- medio de redención para el mundo entero. Seréis redentores en el Redentor, como sois hijos en el Hijo. Junto a la Cruz ... se halla la Madre de Jesús, nuestra Madre”.
Antes de despedirse, Benedicto XVI saludó a la multitud de peregrinos en varios idiomas.
El Papa visitó a continuación las tumbas de los pastorcillos, que se encuentran dentro de la Basílica del Santuario de Fátima y desde allí se dirigió a la Casa “Nossa Senhora do Carmo” para el almuerzo con los obispos de Portugal y con su séquito.
PV-PORTUGAL/ VIS 20100513 (790)