Ciudad
del Vaticano, 14 de febrero de 2016 (Vis).-Desde el Palacio Nacional
el Papa se trasladó ayer en papamóvil a la cercana Plaza de la
Constitución -conocida también como ''Zócalo'' y lugar altamente
simbólico porque surge sobre los restos del antiguo centro político
y religioso de la capital del imperio azteca Tenochtitlán- donde
está la Catedral de la Asunción. El templo, construido en roca
volcánica, se yergue sobre el lugar ocupado por un templo dedicado a
la divinidad azteca Xipe. Hernán Cortés hizo construir alli una
iglesia con el material de los antiguos santuarios y el Papa Clemente
VII la declara catedral en 1530, mientras su sucesor, Pablo III la
eleva a ''metropolitana'' en 1567. La construcción del templo actual
comienza en 1657 pero se concluye solamente en 1813.
El
Santo Padre habló a los obispos manifestando ante todo su alegría
por poder posar la propia mirada sobre la ''Virgen Morenita'' y por
encontrarse en la catedral ''casita'' prolongada, pero siempre
''sagrada'', dijo, que pidió la Virgen de Guadalupe.
''Porque
sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano -afirmó-
entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el
alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la
puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de su
gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra
voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me
puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más
recónditas esperanzas. Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas.Ella
comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre
porque son sus propios hijos''.
El
Papa pidió a los presentes que le permitieran hablar partiendo de la
Guadalupana, de la mirada de la Virgen de Guadalupe: una mirada de
ternura, una mirada capaz de tejer, una mirada atenta y cercana, no
adormecida y también una mirada de conjunto y unidad. Así, todo el
discurso de Francisco al episcopado partió de estas
características, aplicadas de vez en vez a las necesidades y
esperanzas de los mexicanos, desde la reconciliación del pasado con
un futuro relegado a un ''mañana que se escabulle'', hasta la
denuncia de la violencia y el narcotráfico, sin olvidar la mirada
especial para las poblaciones amerindias ni la que sigue a los miles
de migrantes.
Sigue
el texto del discurso del Papa:
Una
mirada de ternura
Ante
todo, la ''Virgen Morenita'' nos enseña que la única fuerza capaz
de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios.
Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que
abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de
la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la
fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su
misericordia.
Un
inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya
no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la
tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre
huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de
un hogar.Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de
la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha
olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo
que se les ha confiado a ustedes?
Conozco
la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar
tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin
violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo
Predecesor, que en México estaba como en su casa, ha querido
recordar que: ''Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres
realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus
diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la
antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan
de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos
siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los
mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha
querido enaltecer la independencia y la libertad''. Y en esta
historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México,
aunque a veces pareciera una ''red que recogía ciento cincuenta y
tres peces'' no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes
fracturas se recompusieron siempre.
Por
eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que
promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es
capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la
soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro
continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel
regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, ''descubrir la
profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están
llamados a ser hijos de Dios''.
Reclínense
pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de
su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro.
El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿
acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno
presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de
coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo
sea siempre y solamente para redimir, ¿no es antídoto a la
autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?
Naturalmente,
por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de
Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma
trasparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia.
La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para
que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la
mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por
las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan
su confianza en los ''carros y caballos'' de los faraones actuales,
porque nuestra fuerza es la ''columna de fuego'' que rompe dividiendo
en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor.
El
mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se
ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del ''cogito'',
que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser,
hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por
muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque
carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas
y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el
cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la
vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la
tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente,
hace distante lo que debería estar cerca. Y, precisamente en este
mundo así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la
pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que
posee en el propio calendario una ''fiesta del grito''. A ese grito
es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de
Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede
construir, porque ''Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo
pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano''.
En
las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de
encontrar las huellas de quienes ''han visto al Señor'' , de quienes
han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces,
tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e
intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de
hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías.
No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias.
Introduzcan a sus sacerdotes en esta comprensión del sagrado
ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de ''beber
el cáliz del Señor'', el don de custodiar la parte de su heredad
que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores.
Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado .
¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no es en
las del Padre? Fuera de las ''cosas del Padre'' perdemos nuestra
identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.
Si
nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las
palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas
vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden
olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de
huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de
impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia
desesperada. Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a
los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las
miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con
aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes
sobre la otra orilla del mar, han abandonado bancos de extorsiones
con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza. Me preocupan
tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las
quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar
la muerte en cambio de monedas que, al final, ''la polilla y el óxido
echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban'' .
Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el
narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad
mexicana, comprendida la Iglesia.
La
proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la
inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad
de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos
consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en
condenas genéricas, formas de
nominalismo, sino que exigen un coraje profético y un serio y
cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a
entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos
desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo
comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia
humana y existencial de los territorios desolados de nuestras
ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas,
las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las
estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de
las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea
la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios
tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los
bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.
Una
mirada capaz de tejer
En
el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas
mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la
''Morenita''. Dios no necesita de colores apagados para diseñar su
rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores
y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad
de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros. Sean,
por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo
cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de
copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la
humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No
se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si
el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.
Redescubran
pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de la fe de
esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la
semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego,
enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios,
escondido en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona
de su Hijo Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen
ensangrentada y humillada, como figura del propio destino. Imiten su
condescendencia y su capacidad de reclinarse. No comprenderemos jamás
bastante el hecho de que con los hilos mestizos de nuestra gente Dios
entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca
seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse a esta
''sincatábasis''.
Una
mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas,
para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas culturas.
México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en
un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se
les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la
fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les
convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.
Se
ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta
Nación, del ''laberinto de la soledad'' en el cual estaría
aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para
algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro
unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el
concierto de las naciones y de una misión compartida. Para otros,
también la Iglesia en México estaría condenada a escoger entre
sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos
de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar
su presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a
tener certezas provisorias, -como
aquel ''cogito'' famoso- olvidándose de tener anidada en su
corazón la sed de Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos
y no sólo una parte. No se cansen en cambio de recordarle a su
Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido
la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y
espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo
ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes.
Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido -sean
deuteronómicos- y sepan suscitar la esperanza de nuevas
metas, porque el mañana será una tierra ''rica de frutos'' aunque
nos plantee desafíos no indiferentes.
Que
las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean
capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la
reconciliación de sus diferencias y la integración de sus
diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos;
de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a
pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar
soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a
la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del
modo mexicano de habitar el mundo.
Una
mirada atenta y cercana, no adormecida
Les
ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las
nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar,
que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes
si se duermen en sus laureles! Es necesario no desperdiciar la
herencia recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están
asentados sobre espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos, fieles ''hasta el final'', que han
ofrecido la vida para que la Iglesia pudiese cumplir la propia
misión. Desde lo alto de ese podio están llamados a lanzar una
mirada amplia sobre el campo del Señor para planificar la siembra y
esperar la cosecha.
Los
invito a cansarse, a
cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar y de profundizar la fe
mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la
religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo requiere atención
pastoral a las personas y a los grupos, que esperan poder salir al
encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa conversión
pastoral – y subrayo conversión pastoral- de nuestras comunidades
puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús .
Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación
de la distancia, y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo
de las distancias que pueden existir en esta Conferencia Episcopal;
no las conozco, pero superar la tentación de la distancia y del
clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento
triunfal y de la autoreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios
es familiar, cercano, en su
rostro, que la proximidad y la condescendencia, ese
agacharse y acercarse, pueden más que la fuerza, que
cualquier tipo de fuerza.
Como
enseña la bella tradición guadalupana, la ''Morenita'' custodia las
miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos
que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible
en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a
nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en
nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón,
resguardarlos.
Sólo
una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a
tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos
sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada
podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando
encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente,
este encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.
El
primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de sus
sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa
de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a
leer sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de
contar cuanto ''han hecho y enseñado'', y también para no echarse
atrás cuando se sienten un poco rebajados y no puedan hacer otra
cosa que llorar porque ''han negado al Señor'' , y también para
sostener, en comunión con Cristo, cuando alguno, abatido, saldrá
con Judas ''en la noche'' . En estas situaciones, que nunca falte la
paternidad de ustedes, Obispos, para con sus sacerdotes. Animen la
comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus dones; intégrenlos en
las grandes causas, porque el corazón del apóstol no fue hecho para
cosas pequeñas.
La
necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra
Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una ''casita sagrada''.
Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje
diminutivo -una casita
sagrada- y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad
del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se
adaptaron a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la
modestia. La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral,
no podrá hacer menos que comprenderse como una ''casita'' en la cual
sus hijos pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se
permanece si se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante.
El protagonista de la salvación es
el mendigo.''Casita'' familiar y al mismo tiempo ''sagrada'',
porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos
guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la
humilde medida divina y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la
''casita'' en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse
también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza,
se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde
Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra
solamente ''quitándose las sandalias'' para confesar la propia
insuficiencia.
Este
habernos olvidado de este ''quitarse las sandalias'' para entrar, ¿no
está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la
sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores
esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del
respeto a la naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los
hombres y de la sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo
generoso en favor de los legítimos derechos humanos le faltará la
savia vital que puede provenir sólo de un manantial que la humanidad
no podrá darse jamás a sí misma.
Una
mirada de conjunto y de unidad
Sólo
mirando a la ''Morenita'', México se comprende por completo. Por
tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia hoy les
confía y siempre les confío requiere esta mirada que abarque la
totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en
comunión. La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su
fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado
por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo
mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de
la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la
Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta
cinta puede ser despreciado.
El
episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años
conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una
permanente formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno
no faltó; el espíritu de colegialidad ha crecido; las
intervenciones pastorales han influido sobre sus Iglesias y sobre la
conciencia nacional; los trabajos pastorales compartidos han sido
fructuosos en los campos esenciales de la misión eclesial como la
familia, las vocaciones, la presencia social. Mientras nos alegramos
por el camino de estos años, les pido que no se dejen desanimar por
las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo posible por promover,
entre ustedes y en sus diócesis, el celo misionero, sobre todo hacia
las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana.
Redescubrir que la Iglesia es misión es fundamental para su futuro,
porque sólo el ''entusiasmo, el estupor convencido'' de los
evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les ruego, por tanto,
cuidar especialmente la formación y la preparación de los laicos,
superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente
en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el
testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.
A
este Pueblo mexicano, le ayudaría mucho un testimonio unificador de
la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del
destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la
Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón
de los esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de
universalidad sin la cual la razón, resignada a módulos parciales,
renuncia a su más alta aspiración de búsqueda de la verdad. La
misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y,
con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la
unidad entre ustedes.. Esto es
esencial, hermanos. Esto no está en el texto pero me sale ahora. Si
tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las
digan; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios que
después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si se pasaron de
la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo
episcopal. Comunión y unidad entre ustedes. La
comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores
da prueba de su veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia,
tienen necesidad de Obispos servidores y custodios de la unidad
edificada sobre la Palabra del Señor, alimentada con su Cuerpo y
guiada por su Espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.
No
se necesitan ''príncipes'', sino una comunidad de testigos del
Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su
respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca
eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama
honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia
que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su
Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener
encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en
sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que
sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle la barca
de la Iglesia en México. Recuerden
que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Madre Iglesia,
sabe bien que el Pastor amado será encontrado sólo donde los pastos
son herbosos y los riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de
los compañeros del Esposo que, alguna vez por desidia o incapacidad,
conducen la grey por lugares áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de
nosotros pastores, compañeros del Supremo Pastor, si dejamos vagar a
su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se
encuentra!
Permítanme
una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto
están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época
representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia
que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el
norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan
atrás las propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad
que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la ''luz verde''
que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no
siempre la integración en la presunta ''tierra prometida'' es tan
fácil como se piensa. Hermanos, que sus corazones sean capaces de
seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la
comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la
presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe,
de la fe de ese pueblo, las razones de sus esperanzas y la fuerza de
su caridad. Que no les suceda a ellos que, colgando sus cítaras, se
enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose
en ''exilados de sí mismos''. Testimonien juntos que la Iglesia es
custodia de una visión unitaria del hombre y no puede compartir que
sea reducido a un mero ''recurso'' humano. No será vana la premura
de sus diócesis en el echar el poco bálsamo que tienen en los pies
heridos de quien atraviesa sus territorios y de gastar por ellos el
dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al final,
enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba
caído sobre el camino .
Queridos
hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán
a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez
alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del
trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para
hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una
Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el
propio corazón ''no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre''?.
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