Ciudad
del Vaticano, 13 de julio de 2015 (Vis).-La celebración de la santa
misa en Ñu Guazú, el santuario donde san Juan Pablo II canonizó en
1988 a san Roque González de Santa Cruz y sus compañeros fue la
segunda etapa de la jornada dominical del Papa Francisco. El Papa
presidió la santa misa en el campo grande de Ñu Guazú en presencia
de más de un millón y medio de personas que lo habían aclamado
mientras saludaba a los fieles pasando en papamóvil.
En
su homilía Francisco comentó en primer lugar el salmo de la primera
lectura de la liturgia que dice ''El Señor nos dará la lluvia y
nuestra tierra dará su fruto'', afirmando: ''Esto estamos invitados
a celebrar, esa misteriosa comunión entre Dios y su Pueblo, entre
Dios y nosotros. La lluvia es signo de su presencia en la tierra
trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre da fruto, que
siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que contamos
con su gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra''.
''Una
confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va
gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una
confianza que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos
estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no
decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a confiar, se
siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a
compartir su vida. ''A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos
porque les di a conocer todo lo que sabía de mi Padre'' Los
discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la
amistad de Jesús''.
Y
el Evangelio de hoy hablaba de este discipulado, presentando ''la
cédula de identidad del cristiano, su carta de presentación, su
credencial'', cuando ''Jesús llama a sus discípulos y los envía
dándoles reglas claras, y precisas. Los desafía con una serie de
actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces
que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que sería
más fácil leerlas simbólicamente o ''espiritualmente''. Pero Jesús
es bien preciso, es bien claro. No les dice: ''Hagan como que…'' o
''hagan lo que puedan''.
El
Papa invitó a recordar esas recomendaciones: ''No lleven para el
camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero...
permanezcan en la casa donde les den alojamiento'' .
''Parecería
algo imposible -dijo- Podríamos concentrarnos en las palabras:
''pan'', ''dinero'', ''alforja'', ''bastón'', ''sandalias'',
''túnica''. Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave,
que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que
acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad
cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús
como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les
dice: ''Permanezcan donde les den alojamiento''. Los envía a
aprender una de las características fundamentales de la comunidad
creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a
hospedar, que aprendió a alojar''.
Jesús,
''no los envía como poderosos, como dueños, jefes, o cargados de
leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del
cristiano es simplemente transformar el corazón. El suyo, y ayudar a
transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con
otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la
clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la
lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del
dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir, y
cuidar.Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de
afrontar la vida, y de afrontar la misión''.
''Cuántas
veces pensamos la misión en base a proyectos o programas -observó
el Obispo de Roma- Cuántas veces imaginamos la evangelización en
torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas,
buscando que las personas se conviertan en base a nuestros
argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica
del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias,
con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a
hospedar''.
La
Iglesia ''es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir,
especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en
mayor dificultad. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de
la hospitalidad. Y cuánto bien podemos hacer si nos animamos a
aprender este el lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de
recibir, del de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se
puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso
hay que tener las puertas abiertas, sobre todo las puertas del
corazón''.
''Hospitalidad
con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo,
con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico.
Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene
fe o la ha perdido. Y, a veces, por culpa nuestra. Hospitalidad con
el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas
diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica.
Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo
es''.
''Tantas
veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados,
que viene antes. Hay una raíz que causa tanto, pero tanto, daño, y
que destruye silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que, poco a
poco, va haciendo nido en nuestro corazón y ''comiendo'' nuestra
vitalidad: la soledad. Soledad que puede tener muchas causas, muchos
motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos hace. Nos va
apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando
en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta
madre, no sea es principalmente gestionar cosas, proyectos, sino
aprender a vivir la fraternidad con los demás. Es la fraternidad
acogedora, el mejor testimonio que Dios es Padre, porque ''de esto
sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a
los otros'' .
De
esta manera, ''Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte
lleno de vida, de belleza, de verdad, de plenitud. Dios nunca cierra
los horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al
sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad.
Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para
que aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es
definitivamente un nuevo horizonte, es una nueva palabra, para
tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, de
aislamiento. Es una palabra que rompe el silencio de la soledad. Y
cuando estemos cansados, o se nos haga pesada la tarea de
evangelizar, es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone,
responde a las necesidades más hondas de las personas, porque todos
hemos sido creados para la amistad con Jesús y para el amor fraterno
''Hay
algo que es cierto -constató Francisco- no podemos obligar a nadie
a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza
y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede
obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro
Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de
nuestros hermanos, especialmente la vida de los que han perdido la
esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras
parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no
con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro
entre nosotros y con Dios. Como lugares de hospitalidad y de
acogida''.
''La
Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar,
como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino
que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó. Alojar
como la tierra, que no domina la semilla, sino que la recibe, la
nutre y la germina.
Así
queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo
paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos
con la confianza, con la certeza que: ''el Señor nos dará la lluvia
y nuestra tierra dará su fruto''. Que así sea'', finalizó el Santo
Padre.
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