Ciudad
del Vaticano, 7 junio 2014
(VIS).-El Papa Francisco envió el pasado 30 de mayo un mensaje a
los participantes del XIX Congreso Internacional de la Asociación
Internacional de Derecho Penal y del III Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología, celebrado la pasada
semana en Buenos Aires, en el que comparte con ellos algunas ideas
que ''forman parte del tesoro de la Escritura y de la experiencia
milenaria del Pueblo de Dios'' y, en las que ''a pesar de los
cambios históricos, han sido constantes tres elementos: la
satisfacción o reparación del daño causado; la confesión, por la
que el hombre expresa su conversión interior; y la contrición para
llegar al encuentro con el amor misericordioso y sanador de Dios''
Refiriéndose
a la primera,la satisfacción, Francisco observa que ''el Señor ha
ido enseñando, poco a poco, a su pueblo que hay una asimetría
necesaria entre el delito y la pena, que un ojo o un diente roto no
se remedia rompiendo otro. Se trata de hacer justicia a la víctima,
no de ajusticiar al agresor'' y explica que ''en nuestras sociedades
tendemos a pensar que los delitos se resuelven cuando se atrapa y
condena al delincuente, pasando de largo ante los daños cometidos o
sin prestar suficiente atención a la situación en que quedan las
víctimas. Pero sería un error identificar la reparación sólo con
el castigo, confundir la justicia con la venganza, lo que sólo
contribuiría a incrementar la violencia, aunque esté
institucionalizada. La experiencia nos dice que el aumento y
endurecimiento de las penas con frecuencia no resuelve los problemas
sociales, ni logra disminuir los índices de delincuencia. Y, además,
se pueden generar graves problemas para las sociedades, como son las
cárceles superpobladas o los presos detenidos sin condena''.
''A
este respecto -prosigue- los medios de comunicación...juegan un
papel muy importante y tienen una gran responsabilidad: de ellos
depende informar rectamente y no contribuir a crear alarma o pánico
social cuando se dan noticias de hechos delictivos. Están en juego
la vida y la dignidad de las personas, que no pueden convertirse en
casos publicitarios, a menudo incluso morbosos, condenando a los
presuntos culpables al descrédito social antes de ser juzgados o
forzando a las víctimas, con fines sensacionalistas, a revivir
públicamente el dolor sufrido''.
El
segundo aspecto, la confesión es ''la actitud de quien reconoce y
lamenta su culpa. Si al delincuente no se le ayuda suficientemente,
no se le ofrece una oportunidad para que pueda convertirse, termina
siendo víctima del sistema...Hay que avanzar y hacer lo posible por
corregir, mejorar y educar al hombre para que madure en todas sus
vertientes, de modo que no se desaliente, haga frente al daño
causado y logre replantear su vida sin quedar aplastado por el peso
de sus miserias... Y tenemos que preguntarnos por qué algunos caen y
otros no, siendo de su misma condición. No pocas veces la
delincuencia hunde sus raíces en las desigualdades económicas y
sociales, en las redes de la corrupción y en el crimen organizado,
que buscan cómplices entre los más poderosos y víctimas entre los
más vulnerables. Para prevenir este flagelo, no basta tener leyes
justas, es necesario construir personas responsables y capaces de
ponerlas en práctica. Una sociedad que se rige solamente por las
reglas del mercado y crea falsas expectativas y necesidades
superfluas, descarta a los que no están a la altura e impide que los
lentos, los débiles o los menos dotados se abran camino en la
vida''.
Por
último, la contrición es ''el pórtico del arrepentimiento, es esa
senda privilegiada que lleva al corazón de Dios, que nos acoge y nos
ofrece otra oportunidad, siempre que nos abramos a la verdad de la
penitencia y nos dejemos transformar por su misericordia...La actitud
de Dios, que primerea al hombre pecador ofreciéndole su perdón, se
presenta así como una justicia superior, al mismo tiempo ecuánime y
compasiva, sin que haya contradicción entre estos dos aspectos. El
perdón, en efecto, no elimina ni disminuye la exigencia de la
rectificación, propia de la justicia, ni prescinde de la necesidad
de conversión personal, sino que va más allá, buscando restaurar
las relaciones y reintegrar a las personas en la sociedad''.
''Aquí
-concluye el Papa- me parece que se halla el gran reto, que entre
todos debemos afrontar, para que las medidas que se adopten contra el
mal no se contenten con reprimir, disuadir y aislar a los que lo
causaron, sino que les ayuden a recapacitar, a transitar por las
sendas del bien, a ser personas auténticas que lejos de sus miserias
se vuelvan ellas mismas misericordiosas. Por eso, la Iglesia plantea
una justicia que sea humanizadora, genuinamente reconciliadora, una
justicia que lleve al delincuente, a través de un camino educativo y
de esforzada penitencia, a su rehabilitación y total reinserción en
la comunidad. Qué importante y hermoso sería acoger este desafío,
para que no cayera en el olvido. Qué bueno que se dieran los pasos
necesarios para que el perdón no se quedara únicamente en la esfera
privada, sino que alcanzara una verdadera dimensión política e
institucional y así crear unas relaciones de convivencia
armoniosa''.
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