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lunes, 1 de febrero de 2016

La Iglesia y el mundo esperan de vosotros profecía, cercanía y esperanza, dice el Papa a los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada


Ciudad del Vaticano, 1 de febrero 2016 (Vis).-El Año de la Vida Consagrada, convocado por el Papa Francisco a finales de 2014 y comenzado con una vigilia de oración en noviembre de ese año en la basílica romana de Santa María Mayor, se clausura mañana con una solemne misa celebrada por el Santo Padre en la basílica de San Pedro. A lo largo de esa convocatoria se han sucedido eventos, seminarios, cadenas de oración en los monasterios de todo el mundo, así como un encuentro entre consagrados de diversas confesiones cristianas que, como afirma el Pontífice en el discurso que había preparado para ellos es una iniciativa que merece seguir adelante.

Esta mañana Francisco ha recibido en el Aula Pablo VI a los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada, el último evento del Año. El Papa ha improvisado unas palabras para ellos, dando por leído el texto preparado para la ocasión y del que ofrecemos amplios extractos:

''Un día Jesús en su infinita misericordia, se dirigió a cada uno y cada una de nosotros y nos dijo personalmente: ''Ven''. Si estamos aquí es porque respondimos ''sí''. A veces con ''una adhesión llena de entusiasmo y alegría, otras más difícil, quizás incierta'', pero siempre ''con generosidad, dejándonos guiar por caminos que ni siquiera habríamos imaginado'', aprendiendo de Cristo, ''la relación con el Padre, recibiendo su Espíritu, aprendiendo a amar a los pobres y pecadores, al igual que el servicio, la acogida, el perdón y la caridad fraternal''. ''Nuestra vida consagrada tiene sentido porque permanecer con El e ir con El por los caminos del mundo llevándolo, nos conforma a El, nos hace ser Iglesia, don para la humanidad''.

''El Año se termina pero prosigue nuestro compromiso de ser fieles a la llamada recibida y de crecer en el amor, en la entrega, en la creatividad. Y para que sea así me gustaría dejaros tres palabras.... La primera palabra es profecía, el carácter que distingue a la vida consagrada... La Iglesia y el mundo esperan que proclaméis con vuestra vida, incluso antes que con las palabras, la realidad de Dios: decir Dios. Si a veces es rechazado o marginado o ignorado, debemos preguntarnos si tal vez no hemos dejado que su rostro se transparentase, mostrando en su lugar el nuestro. El rostro de Dios es el de un Padre, "misericordioso y clemente, lento a la ira y grande en el amor''

La segunda es cercanía. ''Dios, en Jesús, se acercó a cada hombre y a cada mujer, compartió la alegría de los esposos de Caná de Galilea, y la angustia de la viuda de Naín; entró en la casa de Jairo tocado por la muerte y en la casa de Betania perfumada de nardo; cargó con enfermedades y sufrimientos, hasta dar su vida en rescate por todos. Seguir a Cristo significa ir donde El iba; cargar sobre sí, como el buen samaritano, al herido que nos encontramos en el camino; ir en busca de la oveja perdida. Estar como Jesús, cerca de la gente; compartiendo sus alegrías y sus penas; mostrar con nuestro amor, el rostro paternal de Dios y caricia maternal de la Iglesia. Que nadie os sienta distantes, despegados, cerrado y por lo tanto estériles. Cada uno de vosotros está llamado a servir a los hermanos, de acuerdo con su carisma: quien con la oración, quien con la catequesis, quien con la enseñanza, quien con el cuidado de los enfermos y los pobres, quien anunciando el Evangelio, quien cumpliendo las diferentes obras de misericordia. Lo importante no es vivir para sí mismos, como Jesús no vivió para sí mismo, sino para el Padre y para nosotros''.

Por último, esperanza. ''Dando testimonio de Dios y de su amor misericordioso... podéis infundir esperanza en nuestra humanidad marcada por diversas angustias y temores y, tentada a veces de desaliento''. ''Podéis hacer que la gente sienta la fuerza renovadora de las bienaventuranzas, de la honradez, de la compasión; el valor de la bondad, de la vida sencilla, esencial, llena de significado. Y también podéis alimentar la esperanza de la Iglesia. Pienso por ejemplo en el diálogo ecuménico. El testimonio carismático y profético de la vida consagrada, en sus diversas formas, puede contribuir a que todos nos reconozcamos más unidos y favorecer la plena comunión''.


''No os dejéis condicionar en vuestro apostolado diario por la edad o el número. Lo que más importa es la capacidad de repetir el "sí" inicial a la llamada de Jesús que se sigue escuchando, de forma siempre nueva, en cada etapa de la vida. Su llamada y nuestra respuesta mantienen viva nuestra esperanza. Profecía, cercanía, esperanza. Viviendo así, llevaréis en vuestro corazones la alegría, sello distintivo de los seguidores de Jesús, y más aún de los consagrados''.

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