Ciudad
del Vaticano, 24 diciembre 2015 (VIS).- El Papa Francisco presidió
esta noche, a las 21.30 horas en la basílica de San Pedro, la Santa
Misa del Gallo en la solemnidad de la Natividad del Señor 2015. En
el curso de la celebración eucarística, después de la lectura del
Santo Evangelio, el Papa pronunció la siguiente homilía:
''En
esta noche brilla una ''luz grande''; sobre nosotros resplandece la
luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las
palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: ''Acreciste
la alegría, aumentaste el gozo''. Nuestro corazón estaba ya lleno
de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se
ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por
fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el
mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente
de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que,
interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay
sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no
sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es
arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del
corazón.
Hoy
ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a
compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni
abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida
nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida
con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente
quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir
para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor,
porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos
quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y
ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del
gozo y la alegría: este Niño ''ha nacido para nosotros'', ''se nos
ha dado'', como anuncia Isaías. Al pueblo que desde hace dos mil
años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres
compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al
''Príncipe de la paz'' y ser entre las naciones su instrumento
eficaz.
Cuando
oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos
que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras
sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos
que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso.
Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra
vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la
posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo
y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta
nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para
los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación
y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su
rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios
Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el
apóstol Pablo, el compromiso de ''renunciar a la impiedad'' y a las
riquezas del mundo, para vivir una vida ''sobria, justa y piadosa''.
En
una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de
abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a
tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado,
lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo,
a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario
cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner
en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la
indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro
estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de
compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la
oración.
Que,
al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de
asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios.
Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación:
''Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación''.
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