Ciudad
del Vaticano, 27 diciembre 2015 (VIS).- A las 10.00 de la mañana de
hoy, en la festividad de la Sagrada Familia, el Santo Padre presidió
la Santa Misa en la basílica de San Pedro. Durante la celebración
eucarística, con las familias romanas y los peregrinos llegados en
ocasión del Jubileo de las Familias, y tras la lectura del Santo
Evangelio, Francisco pronunció la siguiente homilía:
''Las
Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos
familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y
Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al
Señor. Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en
marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua. Podemos ver a
menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares
entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos se han
puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las
catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más
hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la
peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van
juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración.
Es una lección importante que se ofrece también a nuestras
familias. Podemos decir incluso que la vida de la familia es un
conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.
Por
ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a
Jesús a decir sus oraciones. Y esto es una peregrinación, la
peregrinación de educar en la oración. Y también nos hace bien
saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban
juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los
Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la
peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras
del Salmo: ''¡Qué alegría cuando me dijeron: ''Vamos a la casa del
Señor''. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén''.
Qué
importante es para nuestras familias caminar juntos para alcanzar una
misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un
camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con
momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida
compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más
bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo
de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la
cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más
sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir,
encomendarles al Señor, como hicieron Elcaná y Ana, José y María,
para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos
del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en
un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las
gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que
hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que,
sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia
desempeña en la peregrinación de cada día.
Al
final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivió
con sus padres. Esta imagen tiene también una buena enseñanza para
nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se
ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y
se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos
espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús
aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se quedó en el
Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no
lo encontraban. Por su ''aventura'', probablemente también Jesús
tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero
creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además,
manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación
y angustia, la suya y la de José. Al regresar a casa, Jesús se unió
estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia.
Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de
crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de
demostrar amor y obediencia, también forman parte de la
peregrinación de la familia.
Que
en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar
privilegiado para esta peregrinación en el que se experimenta la
alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe
comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no
nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al
perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no
obstante los errores que se puedan cometer.
No
perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el
corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay
también comprensión y perdón. Encomiendo a vosotras, queridas
familias, esta cotidiana peregrinación doméstica, esta misión tan
importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que
nunca''.
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