Ciudad
del Vaticano, 27 diciembre 2015 (VIS).- Al terminar la celebración
de la Santa Misa en la fiesta de la Sagrada Familia, el Papa
Francisco se asomó a la ventana de su estudio, en el Palacio
Apostólico Vaticano, para rezar el Ángelus con los fieles y
peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Antes del rezo de la
oración mariana, el Pontífice recordó el encuentro de las familias
en Filadelfia del pasado septiembre, a todas las familias que ha
encontrado durante sus viajes apostólicos y las de todo el mundo.
''Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, en
especial en este tiempo nuestro, en el que la familia está sometida
a incomprensiones y dificultades de diversos tipos que la
debilitan''.
''El
Evangelio de hoy -ha continuado- invita a las familias a percibir la
luz de esperanza que mana de la casa de Nazaret, en la cual se ha
desarrollado en la alegría la infancia de Jesús… El núcleo
familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en
especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio.
Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la
familia una especial comunidad de vida y de amor. Aquí aprendemos
que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser ''Iglesia
doméstica'', para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y
volverse fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la
Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y
respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad''.
''Del
ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede
aprender indicaciones preciosas para el estilo y las opciones de
vida, y puede tomar fortaleza y sabiduría para el camino de cada
día. La Virgen y San José enseñan a acoger a los hijos como don de
Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la
obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa
nueva. Es en la familia unida que los hijos alcanzan la madurez de su
existencia, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor
gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión
mutua, del perdón y de la alegría''.
''La
verdadera alegría que se experimenta en la familia -ha recalcado- no
es algo casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía
profunda entre las personas, que hace saborear la belleza de estar
juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero como
cimiento de todo está la presencia de Dios, su amor acogedor,
misericordioso y paciente hacia todos. Si no se abre la puerta de la
familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la
armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. Sin
embargo, la familia que vive la alegría de la fe, la comunica
espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura
para toda la sociedad''.
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