Ciudad
del Vaticano, 4 de octubre (VIS).- ''Frente a las exigencias de la
existencia, existe la tentación de echarse para atrás, de desertar
y encerrarse, a lo mejor en nombre de la prudencia y del realismo,
escapando así de la responsabilidad de cumplir a fondo el propio
deber''. Son las palabras con las que el Santo Padre inauguró la
vigilia de oración por el Sínodo que tuvo lugar la noche del sábado
3. Promovida por la Conferencia Episcopal Italiana, concentró a una
gran multitud de fieles y peregrinos en la Plaza de San Pedro.
El
Papa habló del miedo que sintió el profeta Elías ante el cálculo
humano y cómo lo empujó a buscar refugio, y rememoró la vigilia de
hace un año cuando ''en esta misma plaza, invocábamos al Espíritu
Santo pidiéndole que los Padres sinodales -al poner atención en el
tema de la familia- supieran escuchar y confrontarse teniendo fija la
mirada en Jesús, Palabra última del Padre y criterio de
interpretación de la realidad''. ''Esta noche -continuó- nuestra
oración no puede ser diferente. Pues, como recordaba el Metropolita
Ignacio IV Hazim, sin el Espíritu Santo, Dios resulta lejano, Cristo
permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simple
organización, la autoridad se transforma en dominio, la misión en
propaganda, el culto en evocación y el actuar de los cristianos en
una moral de esclavos''.
De
esta manera, Francisco animó a rezar ''para que el Sínodo que se
abre mañana sepa reorientar la experiencia conyugal y familiar hacia
una imagen plena del hombre; que sepa reconocer, valorizar y proponer
todo lo bello, bueno y santo que hay en ella; abrazar las situaciones
de vulnerabilidad que la ponen a prueba: la pobreza, la guerra, la
enfermedad, el luto, las relaciones laceradas y deshilachadas de las
que brotan dificultades, resentimientos y rupturas; que recuerde a
estas familias, y a todas las familias, que el Evangelio sigue siendo
la buena noticia desde la que se puede siempre comenzar de nuevo. Que
los Padres sepan sacar del tesoro de la tradición viva palabras de
consuelo y orientaciones esperanzadoras para las familias, que están
llamadas en este tiempo a construir el futuro de la comunidad
eclesial y de la ciudad del hombre''.
''Cada
familia es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la
oscuridad del mundo -destacó-. La andadura misma de Jesús entre los
hombres toma forma en el seno de una familia, en la cual permaneció
treinta años. Una familia como tantas otras, asentada en una aldea
insignificante de la periferia del Imperio''.
Asimismo
tomó como ejemplo al beato Charles de Foucauld , que ''entendió que
no se crece en el amor de Dios evitando la servidumbre de las
relaciones humanas, porque amando a los otros es como se aprende a
amar a Dios; inclinándose al prójimo es como nos elevamos hacia
Dios. A través de la cercanía fraterna y solidaria a los más
pobres y abandonados entendió que, a fin de cuentas, son
precisamente ellos los que nos evangelizan, ayudándonos a crecer en
humanidad''.
Francisco
alentó a los fieles a que entrasen en el misterio de la Familia para
poder entenderla. ''La familia es lugar de santidad evangélica,
llevada a cabo en las condiciones más ordinarias. En ella se respira
la memoria de las generaciones y se ahondan las raíces que permiten
ir más lejos. Es el lugar de discernimiento, donde se nos educa para
descubrir el plan de Dios para nuestra vida y saber acogerlo con
confianza. La familia es lugar de gratuidad, de presencia discreta,
fraterna, solidaria, que nos enseña a salir de nosotros mismos para
acoger al otro, para perdonar y sentirse perdonados''.
Antes
de finalizar pidió a todos que regresaran a Nazaret para que el
Sínodo ''más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en
la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y
su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la
puedan caracterizar'' porque ''en la Galilea de los gentiles de
nuestro tiempo encontraremos de nuevo la consistencia de una Iglesia
que es madre, capaz de engendrar la vida y atenta a comunicar
continuamente la vida, a acompañar con dedicación, ternura y fuerza
moral. Porque si no somos capaces de unir la compasión a la
justicia, terminamos siendo seres inútilmente severos y
profundamente injustos''.
''Una
Iglesia que es familia sabe presentarse con la proximidad y el amor
de un padre...Y una Iglesia sobre todo de hijos, que se reconocen
hermanos, nunca llega a considerar al otro sólo como un peso, un
problema, un coste, una preocupación o un riesgo: el otro es
esencialmente un don, que sigue siéndolo aunque recorra caminos
diferentes... La Iglesia es una casa abierta, lejos de grandezas
exteriores, acogedora en el estilo sobrio de sus miembros... Esta
Iglesia puede verdaderamente iluminar la noche del hombre, indicarle
con credibilidad la meta y compartir su camino, sencillamente porque
ella es la primera que vive la experiencia de ser incesantemente
renovada en el corazón misericordioso del Padre''.
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