Ciudad
del Vaticano, 4 de octubre (VIS).- El Santo Padre presidió en la
Basílica de San Pedro la celebración Eucarística con la que dio
inicio al Sínodo de los Obispos sobre “La vocación y misión de
la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. En su
homilía, el Obispo de Roma comentando los textos bíblicos que la
liturgia presenta este XXVII domingo del Tiempo Ordinario, señaló
que ''dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la
soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia''.
Sobre
la soledad habló del dominio que ejercía Adán sobre las demás
criaturas demostrando su ''indiscutible e incomparable superioridad,
pero aun así se sentía solo, porque -no encontraba ninguno como él
que lo ayudase-. El Papa recordó a los muchos hombres afligidos por
este drama. ''Ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y
sus propios hijos; los viudos y viudas; tantos hombres y mujeres
dejados por su propia esposa y por su propio marido; tantas personas
que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; los
emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución;
y tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y
tirar, y de la cultura del descarte''.
''Hoy
se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas
casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor
de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo
para vivir lo que se ha logrado... Hoy vivimos en cierto sentido la
misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad
y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad
en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la
salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena
y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil
es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado''.
De
este amor entre el hombre y la mujer recordó cómo Dios se
entristeció al ver la soledad de Adán y creó a alguien como él
que le ayudase. ''Nada hace más feliz al hombre que un corazón que
se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la
soledad y el sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado
el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para
la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su
complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es
decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos.
Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla
realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el
camino común, fecunda en la donación reciproca''.
''Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre'', dijo el Papa al
mencionar el tema de la familia. ''Es una exhortación a los
creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que
esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado
autentico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios.
De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor
pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un
amor conyugal único y usque ad mortem''.
Destacó
también que ''para Dios, el matrimonio no es una utopía de
adolescente, sino un sueño sin el cual su criatura estará destinada
a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza
el corazón humano. Paradójicamente también el hombre de hoy –que
con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado
por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor
fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores
temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de
la carne, pero desea la entrega total''.
''En
este contexto social y matrimonial bastante difícil -continuó-, la
Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad a su
Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel
y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un
espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la
sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la
indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios
y de la capacidad del hombre de amar en serio''.
Vivir
su misión, ''en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o
las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la
humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar
el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo
temporal. Y vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo
para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre –
se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el
aceite de la acogida y de la misericordia; de ser -hospital de
campo-, con las puertas abiertas para acoge a quien llama pidiendo
ayuda y apoyo''.
Antes
de concluir, Francisco recordó las palabras de san Juan Pablo II
cuando afirmó que ''el error y el mal deben ser condenados y
combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe
ser comprendido y amado''. ''Nosotros debemos amar nuestro tiempo y
ayudar al hombre de nuestro tiempo. Y la Iglesia debe buscarlo,
acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas
se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se
convierte en barrera: El santificador y los santificados proceden
todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Con
este espíritu, - finalizó- le pedimos al Señor que nos acompañe
en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión
de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo
esposo''.
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