Ciudad
del Vaticano, 8 de febrero 2015 (VIS).-El 11 de febrero, memoria
litúrgica de la Virgen de Lourdes, se celebra la Jornada Mundial del
Enfermo y el Papa, que bendijo las iniciativas preparadas para ese
día -en particular la Vigilia que tendrá lugar en Roma el día 10-
dedicó la meditación que precede al Angelus dominical al sentido y
al valor de la enfermedad, recordando que las actividades principales
de Jesús en su vida pública fueron predicar y curar.
''Con
la predicación Él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones
demuestra que está cerca de nosotros, que el Reino de Dios está en
medio de nosotros'', dijo Francisco a los fieles reunidos a mediodía
en la Plaza de San Pedro, comentando el evangelio de San Marcos que
narra la curación de la suegra de Pedro y, en el ocaso del sábado,
cuando la gente podía salir de casa y llevar los enfermos a Jesús,
la de tantas personas aquejadas de todo tipo de enfermedades,
físicas, psíquicas y espirituales.
''Venido
a la tierra para anunciar y salvar a cada ser humano y a todos los
seres humanos, Jesús, demuestra una predilección especial por los
que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los
pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Así se
revela tanto médico de las almas como de los cuerpos, Buen
Samaritano del ser humano. La curación de los enfermos por parte de
Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la
enfermedad''.
Pero
la obra salvífica de Cristo ''no se acaba con su persona y en el
arco de su vida terrena: continúa a través de la Iglesia,
sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres. Jesús,
enviando en misión a sus discípulos, les confiere un doble mandato:
anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a
esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a
los enfermos parte integrante de su misión''.
El
Papa citó a este propósito las palabras del evangelio de San Mateo,
cuando Jesús exclama: “Los pobres y los enfermos estarán siempre
con vosotros'', y afirmó que ''la Iglesia continuamente los
encuentra en su camino y considera a las personas enfermas como un
camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y para
servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo:
el enfermo es la carne de Cristo''.
También
en nuestros tiempos, no obstante los múltiples progresos de la
ciencia ''el sufrimiento interior y físico de las personas suscita
fuertes interrogantes acerca del sentido de la enfermedad y del dolor
y sobre el porqué de la muerte''. ''Se trata -subrayó el Santo
Padre- de preguntas existenciales, a las que debe responder la
acción pastoral de la Iglesia, teniendo ante los ojos el Crucifijo
donde aparece todo el misterio salvífico de Dios Padre, que por
amor de los hombres no ahorró a su propio hijo, Por lo tanto, cada
uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la Palabra de Dios y
la fuerza de la gracia a aquellos que sufren y a cuantos los asisten,
familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se
cumpla siempre con humanidad, con dedicación generosa, con amor
evangélico, con ternura. La Iglesia madre, a través de nuestras
manos, acaricia nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo
hace con ternura de madre''.
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