Ciudad
del Vaticano, 14 junio 2014 (VIS).- Publicamos a continuación el
mensaje que el Santo Padre ha enviado por la CLXXXVIII Jornada
Mundial Misionera que se celebrará el domingo 19 de octubre de 2014.
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso
es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de
la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es
misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido 'en salida'. La
Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que
los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones
y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes
en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia
y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el
Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su
acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para
evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera.
Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos
misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en
el Evangelio de Lucas.
1.
El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos,
de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de
Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con
Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los
discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema
dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El
Maestro Divino les dijo: ''No estéis alegres porque se os someten
los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están
inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría
en el Espíritu Santo y dijo: ''Te doy gracias, Padre, Señor del
cielo y de la tierra...'' Y volviéndose a sus discípulos, les dijo
aparte: ''¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!''.
Son
tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus
discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a
hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su
alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que
ellos habían experimentado.
2.
Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el
poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús
les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino
por el amor recibido: ''porque vuestros nombres están inscritos en
el cielo''. A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios,
e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los
discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús.
Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión
trinitaria: ''Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo'',
dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda
alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su
Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se
destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y
ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío
divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.
Dios
ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí
mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia
presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente
en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó
en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha
existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los
'pequeños' son los humildes, los sencillos, los pobres, los
marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los
que Jesús ha llamado ''benditos''. Se puede pensar fácilmente en
María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos
llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.
3.
''Sí, Padre, porque así te ha parecido bien''. Las palabras de
Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde
la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre
hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se
regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo
amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el
júbilo similar de María: ''Mi alma glorifica al Señor, y mi
espíritu se alegra en Dios mi Salvador''. Se trata de la Buena
Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a
Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y
cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús,
al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su
alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en
oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación
que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega
hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos
hace entrar en la vida de la Trinidad.
El
Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el
Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al
Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: ''Venid a
mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón,
y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera''. ''La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar
por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría''.
De
este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia
singular y se ha convertido en ''causa nostrae laetitiae''. Y los
discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a
ser enviados por Él para predicar el Evangelio, y así se ven
colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en
este torrente de alegría?
4.
''El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora
oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del
corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada''. Por lo tanto, la
humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que
nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar
cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la
pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del
Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a
cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como
principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la
unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en
cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en
la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en
una salida constante hacia las periferias del propio territorio,
donde hay más personas pobres que esperan.
En
muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un
fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no
despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del
encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo
a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una
vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las
necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor,
deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas
vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a
la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y
de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel
cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en
la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante
proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción
apostólica eficaz.
5.''Dios
ama al que da con alegría''. La Jornada Mundial de las Misiones es
también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la
participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución
económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en
primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia
ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de
la humanidad que se construye sobre el amor.
Queridos
hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi
pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que
nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros
en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra
vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación
interior, el 'primer amor' con el que el Señor Jesucristo ha
encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de
nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del
Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su
voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad
evangélica.
Dirigimos
nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y
alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para
todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.
Vaticano,
8 de junio de 2014, Solemnidad de Pentecostés
FRANCISCUS
PP.
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