Ciudad
del Vaticano, 3 diciembre 2012
(VIS).- El Santo Padre ha recibido hoy a la Plenaria del Pontificio
Consejo Justicia y Paz, y les ha dirigido un discurso.
El
hombre de hoy, afirmó Benedicto XVI, "es considerado en clave
predominantemente biológica o como "capital humano",
"recurso", parte de un engranaje productivo y financiero
que lo supera. Si, por un lado se sigue proclamando la dignidad de la
persona, por otro nuevas ideologías - como la hedonista y egoísta
de los derechos sexuales y reproductivos o la de un capitalismo
financiero sin límites, que prevalece sobre la política y
deconstruye la economía real - ayudan a considerar el empleado y su
trabajo como bienes "menores" y a socavar los fundamentos
naturales de la sociedad, especialmente la familia. En realidad, el
ser humano es constitutivamente trascendente respecto a los demás
seres y bienes terrenales, y goza de una verdadera primacía que lo
hace responsable de sí mismo y de la creación. Para el
cristianismo, el trabajo es un bien fundamental del hombre, en vista
de su personalización, su socialización, la formación de una
familia, la contribución al bien común y a la paz. Por este motivo,
el objetivo del acceso al trabajo para todos es siempre una
prioridad, incluso en tiempos de recesión económica ".
"De
una nueva evangelización de lo social, continuó el Santo Padre,
puede derivar un nuevo humanismo y un compromiso renovado cultural y
proyectual". La nueva evangelización "ayuda a destronar a
los ídolos modernos, a reemplazar el individualismo, el consumismo
materialista y la tecnocracia con la cultura de la fraternidad y la
gratuidad, del amor solidario. Jesucristo resume y da cumplimiento a
los preceptos con un mandamiento nuevo: "Como yo os he amado,
amaos también unos a otros" (Jn 13:34), y aquí está el
secreto de toda vida social plenamente humana y pacífica, así como
de la renovación de la política y de las instituciones nacionales y
mundiales. El beato Papa Juan XXIII motivó los esfuerzos para
construir una comunidad mundial, con la correspondiente autoridad,
precisamente a partir del amor, el amor por el bien común de la
familia humana".
"La
Iglesia ciertamente no tiene la misión de sugerir, desde el punto de
vista político y jurídico, la configuración concreta de un tal
ordenamiento internacional, sino que ofrece a los que tienen esta
responsabilidad aquellos principios de reflexión, criterios de
juicio y orientaciones prácticas que pueden garantizar el marco
antropológico y ético en torno al bien común . En la reflexión
hay que tener en cuenta que no hay que imaginarse un super poder,
concentrado en manos de unos pocos, que domina sobre todos los
pueblos, explotando a los más débiles, sino que toda autoridad debe
entenderse, en primer lugar, como fuerza moral, facultad para influir
según la razón, es decir, como una autoridad participada, limitada
por competencias y por el derecho", concluyó el Pontífice.
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