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lunes, 15 de febrero de 2016

Misa en Ecatepec: Cuaresma tiempo para abrir los ojos ante las injusticias que atentan contra el proyecto de Dios


Ciudad del Vaticano, 15 de febrero de 2016 (Vis).-Después de despedirse ayer de la nunciatura apostólica en Ciudad de México, el Papa se trasladó en helicóptero a Ecatepec para celebrar la santa misa. Era la primera vez que un Pontífice visitaba esta ciudad satélite.

Ecapetec, que dista unos 28 kms de la capital es una colina densamente poblada -más de un millón y medio de personas- que se desplazan diariamente a Ciudad de México para trabajar. En sus orígenes era una ciudad-estado gobernada por un jefe estrechamente emparentado con la dinastía reinante de Tenochtitlan, la capital azteca. Ecatepec fue declarada República de Indios en 1560, conservando así una cierta autonomía y manteniendo la sucesión del jefe. En el siglo XVII pasa a ser un ayuntamiento con administración española. A su nombre se le añade posteriormente el de ''de Morelos'', apellido del héroe nacional José María Morelos y Pavón, ajusticiado por los españoles durante la Primera Guerra de Independencia de México en 1815. En 1980 Ecatepec es declarada ciudad.

Francisco celebró la eucaristía en el área campestre del Centro de Estudios de Ecatepec que tiene cabida para 400.000 personas y después de la lectura del Evangelio con el relato de las tentaciones de Cristo en el desierto pronunció una homilía en la que subrayó que la Cuaresma era un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que nos hace sentirnos hijos amados del Padre. ''Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor'', dijo.

Un Padre de una gran familia que ''sabe tener un amor único pero no sabe generar y criar ''hijos únicos''. Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro no del ''padre mío'' y ''padrastro vuestro''. En cada uno de nosotros anida, vive ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy''.

La Cuaresma, prosiguió Francisco es un tiempo de conversión porque ''a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira... por aquel que busca separarnos, generando una familia dividida y enfrentada. Una sociedad, dividida y enfrentada... de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena''.

Por eso la Cuaresma es también un tiempo ''para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar''.

A continuación, el Papa explicó el significado de esas tres tentaciones de Cristo que son también ''las tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados y que buscan degradar y degradarnos''.

La primera es la riqueza que nos llama a adueñarnos ''de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o ''para los míos''. Es tener el ''pan'' a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos''. La segunda tentación es la vanidad, ''esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que ''no son como uno''. La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la ''fama'' de los demás, ''haciendo leña del árbol caído'', va dejando paso a la tercera tentación, la peor la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la ''común vida de los mortales'', y que reza todos los días: ''Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos''.

A esas tres tentaciones de Cristo el cristiano se enfrenta diariamente. Son ''tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado''.

''Vale la pena que nos preguntemos -dijo Francisco- : ¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?, ¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza?''

''Hemos optado por Jesús y no por el demonio -destacó- Si nos acordamos de lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura. Porque, hermanos y hermanas, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede derrotar''.

''Hemos optado por Jesús y no por el demonio -reiteró- queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: ''Tú eres mi Dios y en ti confío''. Podemos repetirlo juntos: ''Tú eres mi Dios y en ti confío''.

''¿Se animan a repetirlo juntos? Tres veces -invitó el Papa a las decenas de miles de personas reunidas en el área campestre de Ecatepec-: ''Tu eres mi Dios y en ti confío''.


Y después de escuchar la respuesta de la multitud, Francisco concluyó : Que en esta eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que ''el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús... sabiendo que con Él y en Él siempre nace y renace la alegría''.

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