Ciudad
del Vaticano, 28 febrero 2016 (VIS).- ''Cada día, lamentablemente,
las crónicas reportan malas noticias: homicidios, incidentes,
catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a
dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha
sensación: una represión cruel realizada por los soldados romanos
dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén,
que había causado dieciocho victimas''. Es lo que dijo hoy a
mediodía Francisco en el Ángelus relacionando la actualidad que
vivimos y el Evangelio del día. ''Jesús conoce la mentalidad
supersticiosa de sus oyentes -continuó- y sabe que ellos interpretan
este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan
que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo de que
Dios los ha castigado por alguna culpa grave que habían cometido;
por así decir: “se lo merecían”. Y en cambio, el hecho de ser
salvados de la desgracia equivalía a sentirse “bien”. Ellos se
lo merecían; yo estoy bien''.
El
Papa explicó que Jesús rechaza claramente esta visión, ''porque
Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que
aquellas pobres víctimas no eran peores de los otros. Más bien, Él
invita a sacar de estos hechos dolorosos una enseñanza que se
refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice a
aquellos que le habían interpelado: ''Si vosotros no os convertís,
todos acabaréis de la misma manera''. También hoy, frente a ciertas
desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener la tentación de
''descargar'' la responsabilidad en las victimas o incluso en Dios
mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de
Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos que Dios es
así, o esto no es otra cosa que nuestra proyección, un dios hecho
''a nuestra imagen y semejanza''? Jesús, al contrario, nos invita a
cambiar el corazón, a hacer una radical inversión en el camino de
nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal, y esto lo
hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal, las hipocresías
pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía , para
retomar decididamente el camino del Evangelio''.
''Ahí
esta nuevamente, la tentación de justificarse -añadió-: ¿De qué
debemos convertirnos? ¿No somos en fin de cuentas buenas personas,
cuantas veces hemos pensado esto?, que en fin de cuentas somos
buenos, pero no es así''. El Papa ha destacado que por ser creyentes
e incluso practicantes nos justificamos. ''Lamentablemente, cada uno
de nosotros se asemeja mucho a un árbol que, por años, ha dado
múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, para nuestra buena
suerte, Jesús se parece a un agricultor que, con una paciencia sin
límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda:
''Déjala todavía este año -dice el dueño- ... Puede ser que así
dé frutos en adelante''.
''Un
''año'' de gracia -dijo-: el tiempo del ministerio de Cristo, el
tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de
nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos
ofrecen como ocasiones de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo
de un ''año jubilar de la misericordia''. La invencible paciencia de
Jesús... ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? ¿Habéis
pensado también en su irreductible preocupación por los pecadores?,
¡Cómo debería provocarnos a la impaciencia en relación a nosotros
mismos! ¡No es jamás demasiado tarde para convertirse, ¡jamás!
Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera. Recordad
aquella pequeña historia de Santa Teresa del Niño Jesús, cuando
rezaba por aquel hombre condenado a muerte, un criminal, que no
quería recibir el cosnuelo de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no
quería: quería morir así. Y ella rezaba, en el convento, y cuando
aquel hombre está ahí, en el momento de ser ajusticiado, se dirige
al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios!
También, ¡lo mismo hace con nosotros, con todos nosotros! Cuantas
veces, nosotros no lo sabemos: lo sabremos en el Cielo; pero cuantas
veces nosotros estamos ahí, ahí, y ahí el Señor nos salva: nos
salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su
misericordia. Jamás es tarde para convertirnos, pero ¡es urgente,
es ahora! Comencemos hoy''.
Antes
de finalizar, Francisco invocó a la Virgen María para que nos
sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a
su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a
dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio
examen de conciencia y arrepentirnos.
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