Ciudad
del Vaticano, 20 diciembre 2015 (VIS).- El Santo Padre se asomó a la
ventana de su estudio, en el Palacio Apostólico Vaticano, para rezar
el Ángelus como cada domingo con los fieles reunidos en la Plaza de
San Pedro. Entre los presentes se encontraba un grupo muy numeroso de
niños de los Oratorios que esperaban con ansia la bendición de las
estatuillas del Niño Jesús que colocarán en los pesebres de sus
casas. En el IV domingo de Adviento, el Papa explicó que para
celebrar de modo proficuo la Navidad, estamos llamados a detenernos
en los “lugares” del estupor.
''¿Y
cuáles son estos lugares del estupor en la vida cotidiana? -dijo-
Son tres. El primer lugar es el otro, en el cual reconocer a un
hermano, porque desde que se produjo el nacimiento de Jesús, cada
rostro lleva impresa las semblanzas del Hijo de Dios. Sobre todo
cuando es el rostro del pobre, porque como pobre, Dios entró en el
mundo y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él''. El
segundo, explicó que es el estupor de la historia. ''Tantas veces
creemos que la vemos por el lado justo, y en cambio corremos el
riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando nos parece
determinada por la economía de mercado, regulada por la finanza y
las especulaciones, dominada por los poderosos de turno. En cambio,
el Dios de la Navidad es un Dios que “desordena las cartas”.
''Un
tercer lugar del estupor es la Iglesia -continuó-. Mirarla con el
estupor de la fe significa no limitarse a considerarla sólo como una
institución religiosa, que es, sino sentirla como una Madre que, aun
entre manchas y arrugas – ¡tenemos tantas! – deja translucir los
rasgos de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una
Iglesia que sabe reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios le
envía continuamente. Una Iglesia para la que el Señor Jesús jamás
será una posesión que hay que defender celosamente: los que hacen
esto se equivocan, sino siempre Aquel que sale a su encuentro y que
ella sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza
del mundo. La Iglesia que llama al Señor: “¡Ven, Señor Jesús!”.
La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas de par en par
y los brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre
que sale de sus propias puertas para buscar con sonrisa de madre a
todos los alejados y llevarlos a la misericordia de Dios. ¡Éste es
el estupor de la Navidad!
En
Navidad, destacó, ''Dios se nos entrega totalmente entregándonos a
su Hijo, el Único que es toda su alegría. Y sólo con el corazón
de María, la humilde y pobre hija de Sion, que se convirtió en
Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el
gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa... El encuentro con
Jesús nos hará sentir este gran estupor. Pero no podemos tener este
estupor, no podemos encontrar a Jesús,-finalizó- si no lo
encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia''.
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