Ciudad
del Vaticano, 21 de diciembre de 2015 (Vis).- Misionariedad y
pastoralidad, idoneidad y sagacidad, espiritualidad y humanidad,
ejemplaridad y fidelidad, racionalidad y amabilidad, inocuidad y
determinación, caridad y verdad, honestidad y madurez, respeto y
humildad, dadivosidad y atención, impavidez y prontitud,
atendibilidad y sobriedad. Son las palabras que el Papa Francisco ha
propuesto esta mañana a la Curia Romana, como subsidio práctico
para vivir fructuosamente el tiempo de gracia de la Navidad y del Año
de la Misericordia y, al mismo tiempo, para que su servicio a la
Iglesia sea fecundo. ''Invito -dijo- a los responsables de los
Dicasterios y a los superiores a profundizarla, a enriquecerla y
completarla. Es una lista que inicia desde el análisis acróstico de
la palabra ''misericordia'', para que esta sea nuestra guía y
nuestro faro''.
Durante
el tradicional encuentro con los miembros de la Curia Romana para el
intercambio de las felicitaciones navideñas, el Santo Padre
pronunció un discurso en el que recodó, en primer lugar, sus
anteriores encuentros con la Curia, en 2013 cuando puso de relieve
''dos aspectos importantes e inseparables del trabajo de la Curia: la
profesionalidad y el servicio, indicando a San José como modelo a
imitar''. El año pasado, en cambio, como preparación al sacramento
de la Reconciliación, afrontó algunas tentaciones, males, ''el
catálogo de los males curiales'' que podrían afectar a todo
cristiano, curia, comunidad, congregación, parroquia y movimiento
eclesial. ''Males- afirmó- que exigen prevención, vigilancia,
cuidado y en algunos casos, por desgracia, intervenciones dolorosas y
prolongadas''.
''Algunos
de esos males -continuó- se han manifestado a lo largo de este año,
provocando mucho dolor a todo el cuerpo e hiriendo a muchas almas.Es
necesario afirmar que esto ha sido —y lo será siempre— objeto de
sincera reflexión y decisivas medidas. La reforma seguirá adelante
con determinación, lucidez y resolución, porque Ecclesia semper
reformanda. Sin embargo, los males y hasta los escándalos no podrán
ocultar la eficiencia de los servicios que la Curia Romana, con
esfuerzo, responsabilidad, diligencia y dedicación, ofrece al Papa y
a toda la Iglesia, y esto es un verdadero consuelo. San Ignacio
enseñaba que ''es propio del mal espíritu morder (con escrúpulos),
entristecer y poner obstáculos, inquietando con falsas razones para
que no pase adelante; y propio del buen espíritu es dar ánimo y
fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud,
facilitando y quitando todos los impedimentos, para que siga adelante
en el bien obrar''.
Por
eso ''sería una gran injusticia no manifestar un profundo
agradecimiento y un necesario aliento a todas las personas íntegras
y honestas que trabajan con dedicación, devoción, fidelidad y
profesionalidad, ofreciendo a la Iglesia y al Sucesor de Pedro el
consuelo de su solidaridad y obediencia, como también su generosa
oración.Es más, las resistencias, las fatigas y las caídas de las
personas y de los ministros representan también lecciones y
ocasiones de crecimiento y nunca de abatimiento. Son oportunidades
para volver a lo esencial, que significa tener en cuenta la
conciencia que tenemos de nosotros mismos, de Dios, del prójimo, del
sensus Ecclesiae y del sensus fidei''.
Después,
Francisco entró de lleno en su discurso, centrado en un ''volver a
lo esencial'', cuando estamos iniciando -dijo- '' la peregrinación
del Año Santo de la Misericordia, abierto por la Iglesia hace pocos
días, y que representa para ella y para todos nosotros una fuerte
llamada a la gratitud, a la conversión, a la renovación, a la
penitencia y a la reconciliación''. Y en el contexto de la
Navidad, la fiesta de la infinita Misericordia de Dios, como dice san
Agustín de Hipona y de este Año de la Misericordia, presentó a la
Curia el subsidio práctico, citado al inicio, comenzando por la
misionalidad y la pastoralidad.
''La
misionariedad es lo que hace y muestra a la curia fértil y fecunda;
es prueba de la eficacia, la capacidad y la autenticidad de nuestro
obrar. La fe es un don, pero la medida de nuestra fe se demuestra
también por nuestra aptitud para comunicarla. Todo bautizado es
misionero de la Buena Noticia ante todo con su vida, su trabajo y con
su gozoso y convencido testimonio. La pastoralidad sana es una virtud
indispensable de modo especial para cada sacerdote. Es la búsqueda
cotidiana de seguir al Buen Pastor que cuida de sus ovejas y da su
vida para salvar la vida de los demás. Es la medida de nuestra
actividad curial y sacerdotal. Sin estas dos alas nunca podremos
volar ni tampoco alcanzar la bienaventuranza del ''siervo fiel''.
Por
cuanto respecta a la idoneidad y la sagacidad, ''la idoneidad
necesita el esfuerzo personal de adquirir los requisitos necesarios y
exigidos para realizar del mejor modo las propias tareas y
actividades, con la inteligencia y la intuición. Esta es contraria a
las recomendaciones y los sobornos. La sagacidad es la prontitud de
mente para comprender y para afrontar las situaciones con sabiduría
y creatividad. Idoneidad y sagacidad representan además la respuesta
humana a la gracia divina, cuando cada uno de nosotros sigue aquel
famoso dicho: ''Hacer todo como si Dios no existiese y, después,
dejar todo a Dios como si yo no existiese''.
Espiritualidad
y humanidad. ''La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier
servicio en la Iglesia y en la vida cristiana. Esta alimenta todo
nuestro obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de
las tentaciones cotidianas. La humanidad es aquello que encarna la
autenticidad de nuestra fe. Quien renuncia a su humanidad, renuncia a
todo. La humanidad nos hace diferentes de las máquinas y los robots,
que no sienten y no se conmueven. Cuando nos resulta difícil llorar
seriamente o reír apasionadamente, entonces ha iniciado nuestro
deterioro y nuestro proceso de transformación de ''hombres'' a algo
diferente. La humanidad es saber mostrar ternura, familiaridad y
cortesía con todos. Espiritualidad y humanidad, aun siendo
cualidades innatas, son sin embargo potencialidades que se han de
desarrollar integralmente, alcanzar continuamente y demostrar
cotidianamente.
A
la hora de hablar de la ejemplaridad y la fidelidad, Francisco citó
al beato Pablo VI que había recordado a la Curia ''su vocación a la
ejemplaridad''. ''Ejemplaridad para evitar los escándalos que
hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio.
Fidelidad a nuestra consagración, a nuestra vocación, recordando
siempre las palabras de Cristo: ''El que es fiel en lo poco, también
en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo
mucho es injusto'' y ''quien escandalice a uno de estos pequeños
que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de
molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por
los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del
hombre por el que viene el escándalo!'' .
Racionalidad
y amabilidad. ''La racionalidad sirve para evitar los excesos
emotivos, y la amabilidad para evitar los excesos de la burocracia,
las programaciones y las planificaciones. Son dotes necesarias para
el equilibrio de la personalidad: ''El enemigo mira mucho si un alma
es ancha o delicada de conciencia, y si es delicada procura afinarla
más, pero ya extremosamente, para turbarla más y arruinarla''.
Todo exceso es indicio de algún desequilibrio''.
Inocuidad
y determinación. ''La inocuidad, que nos hace cautos en el juicio,
capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la
capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de
las situaciones, actuando con atención y comprensión. Es hacer a
los demás lo que queremos que ellos hagan con nosotros . La
determinación es la capacidad de actuar con voluntad decidida,
visión clara y obediencia a Dios, y sólo por la suprema ley de la
salus animarum.
La
caridad y la verdad son ''dos virtudes inseparables de la existencia
cristiana: ''realizar la verdad en la caridad y vivir la caridad en
la verdad'' . Hasta el punto en que la caridad sin la verdad se
convierte en la ideología del bonachón destructivo, y la verdad sin
la caridad, en el afán ciego de judicializarlo todo''.
Honestidad
y madurez. ''La honestidad es la rectitud, la coherencia y el actuar
con sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios. La persona
honesta no actúa con rectitud solamente bajo la mirada del vigilante
o del superior; no tiene miedo de ser sorprendido porque nunca engaña
a quien confía en él. El honesto no es prepotente con las personas
ni con las cosas que le han sido confiadas para administrarlas, como
hace el ''siervo malvado''. La honestidad es la base sobre la que se
apoyan todas las demás cualidades. La madurez es el esfuerzo para
alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas, psíquicas
y espirituales. Es la meta y el resultado de un proceso de desarrollo
que no termina nunca y que no depende de la edad que tengamos.''.
Respeto
y humildad. ''El respeto es una cualidad de las almas nobles y
delicadas, de las personas que tratan siempre de demostrar la justa
consideración a los demás, a la propia misión, a los superiores y
a los subordinados, a los legajos, a los documentos, al secreto y a
la discreción; es la capacidad de saber escuchar atentamente y
hablar educadamente. La humildad, en cambio, es la virtud de los
santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en
importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de
no poder hacer nada sin la gracia de Dios''.
Dadivosidad
y atención. ''Seremos mucho más dadivosos de alma y más generosos
en dar -advirtió Francisco- cuanta más confianza tengamos en Dios y
en su providencia, conscientes de que cuanto más damos, más
recibimos. En realidad, sería inútil abrir todas las puertas santas
de todas las basílicas del mundo si la puerta de nuestro corazón
permanece cerrada al amor, si nuestras manos no son capaces de dar,
si nuestras casas se cierran a la hospitalidad y nuestras iglesias a
la acogida. La atención consiste en cuidar los detalles y ofrecer lo
mejor de nosotros mismos, y también en no bajar nunca la guardia
sobre nuestros vicios y carencias. Así rezaba san Vicente de Paúl:
''Señor, ayúdame a darme cuenta de inmediato de quienes tengo a mi
lado, de quienes están preocupados y desorientados, de quienes
sufren sin demostrarlo, de quienes se sienten aislados sin
quererlo''.
Impavidez
y prontitud. Ser impávido significa ''no dejarse intimidar por las
dificultades, como Daniel en el foso de los leones o David frente a
Goliat; significa actuar con audacia y determinación; sin tibieza
''como un buen soldado''; significa ser capaz de dar el primer paso
sin titubeos, como Abraham y como María. La prontitud, en cambio,
consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin apegarse a las
efímeras cosas materiales. Dice el salmo: ''Aunque crezcan vuestras
riquezas, no les deis el corazón''. Estar listos quiere decir estar
siempre en marcha, sin sobrecargarse acumulando cosas inútiles y
encerrándose en los propios proyectos, y sin dejarse dominar por la
ambición''.
Por
último, atendibilidad y sobriedad. ''El atendible es quien sabe
mantener los compromisos con seriedad y fiabilidad cuando se cumplen,
pero sobre todo cuando se encuentra solo; es aquel que irradia a su
alrededor una sensación de tranquilidad, porque nunca traiciona la
confianza que se ha puesto en él. La sobriedad —la última virtud
de esta lista, aunque no por importancia— es la capacidad de
renunciar a lo superfluo y resistir a la lógica consumista
dominante. La sobriedad es prudencia, sencillez, esencialidad,
equilibrio y moderación. La sobriedad es mirar el mundo con los ojos
de Dios y con la mirada de los pobres y desde la parte de los pobres.
La sobriedad es un estilo de vida que indica el primado del otro
como principio jerárquico, y expresa la existencia como la atención
y servicio a los demás. Quien es sobrio es una persona coherente y
esencial en todo, porque sabe reducir, recuperar, reciclar, reparar y
vivir con un sentido de la proporción''.
Una
vez terminado el elenco, Francisco se dirigió a los prelados para
reiterar que ''la misericordia no es un sentimiento pasajero, sino la
síntesis de la Buena Noticia; es la opción de los que quieren tener
los sentimientos del Corazón de Jesús, de quien quiere seriamente
seguir al Señor, que nos pide: ''Sed misericordiosos como vuestro
Padre'' . El Padre Hermes Ronchi dice: ''Misericordia: escándalo
para la justicia, locura para la inteligencia, consuelo para
nosotros, los deudores. La deuda de existir, la deuda de ser amados,
sólo se paga con la misericordia''.
''Así
pues -subrayó- que sea la misericordia la que guíe nuestros pasos,
la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones.
Que sea el soporte maestro de nuestro trabajo. Que sea la que nos
enseñe cuándo hemos de ir adelante y cuándo debemos dar un paso
atrás. Que sea la que nos haga ver la pequeñez de nuestros actos en
el gran plan de salvación de Dios y en la majestuosidad y el
misterio de su obra''.
Y
para concluir Francisco invitó a los presentes a dejarse asombrar
por la bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo
Romero, pero que fue pronunciada por primera vez por el Cardenal John
Dearden:
''De
vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a
tomar una perspectiva mejor.
El
Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino
incluso más allá de nuestra visión.
Durante
nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de
esa magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada
de lo que hacemos está acabado,
lo
que significa que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna
declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna
oración puede expresar plenamente nuestra fe.
Ninguna
confesión trae la perfección, ninguna visita pastoral trae la
integridad.
Ningún
programa realiza la misión de la Iglesia.
En
ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.
Esto
es lo que intentamos hacer:
plantamos
semillas que un día crecerán;
regamos
semillas ya plantadas,
sabiendo
que son promesa de futuro.
Sentamos
bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los
efectos de la levadura que proporcionamos
van
más allá de nuestras posibilidades.
No
podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta
liberación.
Ella
nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede
que sea incompleto, pero es un principio,
un
paso en el camino,
una
ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.
Es
posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero
esa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.
Somos
albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos
profetas de un futuro que no es nuestro''.
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