Ciudad
del Vaticano, 23 enero 2015
(VIS).-Se ha publicado hoy el mensaje anual del Papa Francisco para
la XLIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se
celebrará el domingo 17 de mayo de 2015, dedicada al tema
''Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la
gratuidad del amor''. El mensaje, fechado hoy, vigilia de la
festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, se
publica en inglés, italiano, francés, alemán, portugués y
castellano.
Ofrecemos
a continuación el texto integral del documento:
El
tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión
eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno
extraordinario -apenas celebrado- y otro ordinario, convocado para el
próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno
que el tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales tuviera como punto de referencia la familia. En efecto, la
familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar. Volver a
este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de modo
más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo
punto de vista.
Podemos
dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María
a Isabel. ''En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura
saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a
voz en grito: ''¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre!''.
Este
episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que
se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera
respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en
el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en
cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra
comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno
materno que nos acoge es la primera ''escuela'' de comunicación,
hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a
familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con
el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este
encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan
extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra
primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que común
a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.
Después
de llegar al mundo, permanecemos en un ''seno'', que es la familia.
Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el
''lugar donde se aprende a convivir en la diferencia'': diferencias
de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se
acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto
más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las
edades, más rico es nuestro ambiente de vida. Es el vínculo el que
fundamenta la palabra, que a su vez fortalece el vínculo. Nosotros
no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos
recibido. En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es
decir, la lengua de nuestros antepasados. En la familia se percibe
que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de
existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo
bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo
virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de
comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de
toda comunicación.
La
experiencia del vínculo que nos ''precede'' hace que la familia sea
también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de
comunicación que es la oración. Cuando la mamá y el papá acuestan
para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a
Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más
mayores, recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con
afecto a otras personas: a los abuelos y otros familiares, a los
enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más necesitan de la
ayuda de Dios. Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la
familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el
cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da
y que nosotros ofrecemos a los demás.
Lo
que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la
comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la
capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las
miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no
se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para
las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de
los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del
saludo de María y del salto del niño brota la bendición de Isabel,
a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María
alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo. De un ''sí''
pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de
nosotros mismos y se expanden por el mundo. ''Visitar'' comporta
abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el
otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá
de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su
mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las
familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es
familia de familias.
La
familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo
juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y
ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del
ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que
tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los
conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva.
Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados,
todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón
es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta,
se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se
puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a
escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su
propio punto de vista sin negar el de los demás, será un
constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.
A
propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos
las familias con hijos afectados por una o más discapacidades. El
déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre
una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor
de los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un
estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y
puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean
más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.
Además,
en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra
cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías,
la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición. Y
esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el
odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas
por muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del
prejuicio y del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones
para decir ''ahora basta''; el único modo para romper la espiral del
mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a
los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de
maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.
Hoy,
los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables
sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como
ayudar a la comunicación en la familia y entre familias. La pueden
obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha,
de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier
momento de silencio y de espera, olvidando que ''el silencio es parte
integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con
densidad de contenido'' (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2012). La pueden
favorecer si ayudan a contar y compartir, a permanecer en contacto
con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer
posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente
este centro vital que es el encuentro, este ''inicio vivo'', sabremos
orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar de ser
guiados por ellas. También en este campo, los padres son los
primeros educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad
cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo de la
comunicación según los criterios de la dignidad de la persona
humana y del bien común.
El
desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a
narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la
dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de
la comunicación contemporánea. La información es importante pero
no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y
las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en
lugar de favorecer una visión de conjunto.
La
familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican
opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas,
sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y
un sujeto que comunica, una ''comunidad comunicante''. Una comunidad
que sabe acompañar, festejar y fructificar. En este sentido, es
posible restablecer una mirada capaz de reconocer que la familia
sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o una
institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en
ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto
que hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que
se ha de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de
algún otro, en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que
significa comunicar en el amor recibido y entregado. Narrar significa
más bien comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una
trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es
insustituible.
La
familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe
comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la
relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos
para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y
confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para
construir el futuro''.
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