Ciudad
del Vaticano, 13 diciembre 2014
(VIS).-Ayer tarde en la solemnidad litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Latina, el Santo
Padre celebró la misa en la basílica vaticana. La celebración fue
acompañada por los cantos de la Misa Criolla, del compositor
argentino Ariel Ramírez. Publicamos amplios extractos de la homilía
pronunciada por el Pontífice.
''Son
los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande latinoamericana los
que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su
''patrona'', Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende
desde Alaska a la Patagonia. En esta festividad de Nuestra Señora de
Guadalupe, ...cantamos con Ella su ''magnificat''; y le confiaremos
confiamos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la
Iglesia. Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac... dio
lugar a una nueva visitación. Corrió premurosa a abrazar también a
los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una
''gran señal aparecida en el cielo …que asume en sí la simbología
cultural y religiosa de los pueblos originarios indígenas, y anuncia
y dona a su Hijo a todos esos otros los nuevos pueblos de mestizaje
desgarrado... La más perfecta discípula del Señor se convirtió en
la ''gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América''...
El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así
desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como ''el
verdaderísimo Dios por quien se vive''.
''La
Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con
ellos... Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en
el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla
preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta
hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe,
esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular
y también en ese ethos americano que se muestra en la conciencia de
dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la
solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces
contra toda esperanza''.
''De
ahí que nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por
las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos
latinoamericanos... En las maravillas que ha realizado el Señor en
María, Ella reconoce el estilo y el modo de actuar de su Hijo en la
historia de la salvación. Trastocando los juicios mundanos,
destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo
precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos
secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que
Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas.
Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños,
colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su
misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus
tronos a los ricos, potentes y dominadores. El ''Magnificat'' asì
nos introduce en las ''bienaventuranzas'', síntesis y ley primordial
del mensaje evangélico. A su luz, hoy, nos sentimos movidos a pedir
una gracia. La gracia tan cristiana de que el futuro de América
Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes,
por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por
los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los
perseguidos a causa del nombre de Cristo, ''porque de ellos es el
Reino de los cielos'' Sea la gracia de ser forjados por ellos a los
cuales, hoy día, el sistema idolátrico de la cultura del descarte
los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento
o simplemente desperdicio''.
''Y
hacemos esta petición porque América Latina es el ''¡continente de
la esperanza''!, porque de ella se esperan nuevos modelos de
desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil,
justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y
tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría
esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes
dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores
revolucionarios de auténtica vida nueva''.
''Ponemos
estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda
agradable a Dios.... El es el único Señor, el ''libertador'' de
todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es
la piedra angular de la historia y fue el gran descartado. Suplicamos
a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la
Madre de Dios, a la Reina, a la y Señora mía, a mi jovencita, a mi
pequeña, como la llamó san San Juan Diego, y con todos los
apelativos cariñosos con los que se dirigen a Ella en la piedad
popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y
protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los
hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo,
Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su
sacramentalidad, y especialmente en la Eucaristía, presente en el
tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel
de Dios, presente en los que sufren y en los humildes de corazón. Y
si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos
amenaza que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su
voz de madre, de madrecita, de madraza, ¿por qué tenés miedo,
acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?'' .
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