Ciudad
del Vaticano, 25 de mayo 2014 (VIS).-Después de firmar la
Declaración Conjunta, el Santo Padre y el Patriarca Bartolomé se
dirigieron a la basílica del Santo Sepulcro para tomar parte en una
celebración ecuménica. El Papa entró en la Plaza por la Puerta del
Muristan, mientras el Patriarca lo hizo por la Puerta de Santa Elena.
La celebración contó con la participación de los Ordinarios de
Tierra Santa, el arzobispo sirio, el arzobispo etíope, el obispo
anglicano, el obispo luterano y otros obispos. También estaban
presentes los cónsules generales de los cinco países que garantizan
el ''Status quo'' de la basílica (Francia, Bélgica, España,
Italia, Grecia) y los otros cónsules del ''Corpus separatum'' de
Jerusalén (Suecia, Estados Unidos, Turquía, Reino Unido).
El
Santo Sepulcro es, según la tradición, el lugar de la crucifixión,
de la sepultura y de la resurrección de Cristo. Después de la
represión de la revuelta judía en 135, Jerusalén atraviesa un
cambio radical: se expulsa a los judíos, samaritanos y
judeocristianos y se les prohíbe el regreso. Adriano, para borrar
cualquier huella de la religión judía que había causado dos
violentas revueltas, destruye los lugares de culto y el Santo
Sepulcro corre la misma suerte: se rasa al suelo y sus cavidades se
llenan con tierra, erigiendo sobre él un templo dedicado a
Venus-Ishtar. Durante el prime concilio ecuménico de Nicea el obispo
de Jerusalén, Macario, invita al emperador Constantino a sacar a la
luz el Santo Sepulcro que bajo la cobertura se había conservado
perfectamente. Santa Elena, la emperatriz madre de Constantino,
ordena que se erija la basílica de la Resurrección; una basílica
que, a lo largo de los siglos, ha atravesado diversas suertes, desde
la invasión de los persas en el 614 que, según narra un peregrino,
habrían roto la piedra de la sepultura , hasta la decisión de los
Cruzados en 1099 de englobar todos los monumentos que recordaban la
muerte y resurrección de Cristo en un solo edificio que permanece
casi inalterable hasta finales del siglo XIX, pasando por un
terremoto en el 1927 o los daños acarreados durante la primera
guerra árabe-israelí en 1948.
En
nuestro días la basílica se reglamenta según el ''Statu quo'' y
son co-propietarias de ella las tres comunidades: latina
(representada por los frailes menores), greco-ortodoxa y armenio
ortodoxa; los coptos ortodoxos, los sirio ortodoxos y los etíopes
ortodoxos pueden oficiar en la basílica. A la entrada, en el atrio,
está la Piedra de la Unción, que según la tradición, indica el
lugar donde Jesús, depuesto de la cruz, fue cubierto de ungüentos.
El
Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé fueron recibidos por los
tres superiores de las comunidades del ''Status quo'' (Greco
Ortodoxa, Franciscana y Armenia Apostólica). El Patriarca Greco
Ortodoxo de Jerusalén Teófilo III, el Custodio de Jerusalén, P.
Pierbattista Pizzaballa y el Patriarca Armenio Apostólico S. B.
Nourhan Manoogian veneraron la Piedra de la Unción y a continuación
lo hicieron el Papa y el Patriarca Ecuménico.
Después
de la proclamación del Evangelio y de las palabras del Patriarca
Bartolomé, el Santo Padre pronunció un discurso afirmando, en
primer lugar que en esa basílica ''a la que todo cristiano mira con
profunda veneración llega a su culmen -dijo- la peregrinación que
estoy realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad
Bartolomé. Peregrinamos siguiendo las huellas de nuestros
predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que, con
audacia y docilidad al Espíritu Santo, hicieron posible, hace
cincuenta años, en la Ciudad santa de Jerusalén, el encuentro
histórico entre el Obispo de Roma y el Patriarca de
Constantinopla''.
''Es
una gracia extraordinaria estar aquí reunidos en oración. El
Sepulcro vacío, ese sepulcro nuevo situado en un jardín, donde José
de Arimatea colocó devotamente el cuerpo de Jesús, es el lugar de
donde salió el anuncio de la resurrección...Este anuncio,
confirmado por el testimonio de aquellos a quienes se apareció el
Señor Resucitado, es el corazón del mensaje cristiano, trasmitido
fielmente de generación en generación.. Lo que nos une es el
fundamento de la fe, gracias a la cual profesamos juntos que
Jesucristo, unigénito Hijo del Padre y nuestro único Señor,
“padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado muerto y
sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de
entre los muertos”. Cada uno de nosotros, todo bautizado en Cristo,
ha resucitado espiritualmente en este sepulcro, porque todos en el
Bautismo hemos sido realmente incorporados al Primogénito de toda la
creación, sepultados con Él, para resucitar con Él y poder caminar
en una vida nueva''.
''Detengámonos
con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la
grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de
resurrección, no de muerte. Aprendamos, en este lugar, a vivir
nuestra vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de
la mañana de Pascua... No nos dejemos robar el fundamento de nuestra
esperanza, que es precisamente éste: Christós anesti. No privemos
al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección. Y no hagamos oídos
sordos al fuerte llamamiento a la unidad que resuena precisamente en
este lugar, en las palabras de Aquel que, resucitado, nos llama a
todos nosotros “mis hermanos”.
''Ciertamente
-observó Francisco- no podemos negar las divisiones que todavía
hay entre nosotros, discípulos de Jesús: este lugar sagrado nos
hace sentir con mayor dolor el drama. Y, sin embargo, cincuenta años
después del abrazo de aquellos dos venerables Padres, hemos de
reconocer con gratitud y renovado estupor que ha sido posible, por
impulso del Espíritu Santo, dar pasos realmente importantes hacia la
unidad. Somos conscientes de que todavía queda camino por delante
para alcanzar aquella plenitud de comunión que pueda expresarse
también compartiendo la misma Mesa eucarística, como ardientemente
deseamos; pero las divergencias no deben intimidarnos ni paralizar
nuestro camino. Debemos pensar que, igual que fue movida la piedra
del sepulcro, así pueden ser removidos todos los obstáculos que
impiden aún la plena comunión entre nosotros. Será una gracia de
resurrección, que ya hoy podemos pregustar. Siempre que nos pedimos
perdón los unos a los otros por los pecados cometidos en relación
con otros cristianos y tenemos el valor de conceder y de recibir este
perdón, experimentamos la resurrección. Siempre que, superados los
antiguos prejuicios, nos atrevemos a promover nuevas relaciones
fraternas, confesamos que Cristo ha resucitado verdaderamente.
Siempre que pensamos el futuro de la Iglesia a partir de su vocación
a la unidad, brilla la luz de la mañana de Pascua. A este respecto,
deseo renovar la voluntad ya expresada por mis Predecesores, de
mantener un diálogo con todos los hermanos en Cristo para encontrar
una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que,
en conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda
ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión
reconocido por todos''.
''Peregrinando
en estos santos Lugares, recordamos en nuestra oración a toda la
región de Oriente Medio, desgraciadamente lacerada con frecuencia
por la violencia y los conflictos armados. Y no nos olvidamos en
nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que, en diversas
partes del mundo, sufren a causa de la guerra, de la pobreza, del
hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos por su fe
en el Señor Resucitado. Cuando cristianos de diversas confesiones
sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los
otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del
sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una
particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce,
sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la
Iglesia. Aquellos que matan, que persiguen a los cristianos por odio
a la fe, no les preguntan si son ortodoxos o si son católicos: son
cristianos. La sangre cristiana es la misma''.
Por
último, dirigiéndose a Bartolomé y a todos los presentes afirmó:
''Dejemos a un lado los recelos que hemos heredado del pasado y
abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, el
Espíritu del Amor para caminar juntos hacia el día bendito en que
reencontremos nuestra plena comunión. En este camino nos sentimos
sostenidos por la oración que el mismo Jesús, en esta Ciudad, la
vigilia de su pasión, elevó al Padre por sus discípulos, y que no
nos cansamos, con humildad, de hacer nuestra: “Que sean una sola
cosa… para que el mundo crea” . Y cuando la desunión nos haga
pesimistas, poco animosos, desconfiados, vayamos todos bajo el mando
de la Santa Madre de Dios. Cuando en el alma cristiana hay
turbulencias espirituales, solamente bajo el manto de la Santa Madre
de Dios encontramos paz. Que Ella nos ayude en este camino''.
Finalizado
el discurso el Papa y el Patriarca se abrazaron en signo de paz y
rezaron juntos el Padre nuestro en italiano, mientras los demás lo
hacían en su propia lengua, y a continuación, entraron juntos en el
sepulcro para venerar la tumba vacía. Después, salieron de la
basílica para bendecir al pueblo y del mismo modo fueron al Monte
Calvario, acompañados por los Patriarcas Greco y Armenio y por el
Custodio de Tierra Santa para venerar el lugar de la muerte y
crucifixión de Jesús.
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