Ciudad
del Vaticano, 25 de mayo 2014 (VIS).-Tras la ceremonia de bienvenida
en el aeropuerto de Tel Aviv, el Papa se desplazó en helicóptero a
Jerusalén para encontrarse en privado en la Delegación Apostólica
con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé a quien
acompañaban tres altos dignatarios. También asistieron al encuentro
el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado y el cardenal Kurt
Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los
Cristianos.
El
Patriarca Bartolomé fue elegido en 1991 como el doscientos setenta
Patriarca arzobispo de Constantinopla, la Nueva Roma y Patriarca
Ecuménico. Visitó a Benedicto XVI en el Vaticano en 2008 y
participó en la celebración del segundo milenio del nacimiento de
San Pablo. El 19 de marzo de 2013, asistió a la misa de inicio del
ministerio petrino de Francisco; fue la primera vez desde el Gran
Cisma de 1054 que un patriarca ortodoxo presenciaba la ceremonia de
inauguración del pontificado de un papa católico.
Finalizado
el encuentro, el Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé , firmaron
esta declaración conjunta:
“1.
Como nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo VI y el
Patriarca Ecuménico Atenágoras, que se encontraron aquí en
Jerusalén hace cincuenta años, también nosotros, el Papa Francisco
y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, hemos querido reunirnos en
Tierra Santa, “donde nuestro común Redentor, Cristo nuestro Señor,
vivió, enseñó, murió, resucitó y ascendió a los cielos, desde
donde envió el Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente”
(Comunicado común del Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras,
publicado tras su encuentro del 6 de enero de 1964). Nuestra reunión
–un nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y
Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles
Pedro y Andrés– es fuente de profunda alegría espiritual para
nosotros. Representa una ocasión providencial para reflexionar sobre
la profundidad y la autenticidad de nuestros vínculos, fruto de un
camino lleno de gracia por el que el Señor nos ha llevado desde
aquel día bendito de hace cincuenta años.
2.
Nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y necesario paso en el
camino hacia aquella unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede
conducirnos, la de la comunión dentro de la legítima diversidad.
Recordamos con profunda gratitud los pasos que el Señor nos ha
permitido avanzar. El abrazo que se dieron el Papa Pablo VI y el
Patriarca Atenágoras aquí en Jerusalén, después de muchos siglos
de silencio, preparó el camino para un gesto de enorme importancia:
remover de la memoria y de la mente de las Iglesias las sentencias de
mutua excomunión de 1054. Este gesto dio paso a un intercambio de
visitas entre las respectivas Sedes de Roma y Constantinopla, a una
correspondencia continua y, más tarde, a la decisión tomada por el
Papa Juan Pablo II y el Patriarca Dimitrios, de feliz memoria, de
iniciar un diálogo teológico sobre la verdad entre Católicos y
Ortodoxos. A lo largo de estos años, Dios, fuente de toda paz y
amor, nos ha enseñado a considerarnos miembros de la misma familia
cristiana, bajo un solo Señor y Salvador, Jesucristo, y a amarnos
mutuamente, de modo que podamos confesar nuestra fe en el mismo
Evangelio de Cristo, tal como lo recibimos de los Apóstoles y fue
expresado y transmitido hasta nosotros por los Concilios Ecuménicos
y los Padres de la Iglesia. Aun siendo plenamente conscientes de no
haber alcanzado la meta de la plena comunión, confirmamos hoy
nuestro compromiso de avanzar juntos hacia aquella unidad por la que
Cristo nuestro Señor oró al Padre para que “todos sean uno” .
3.
Con el convencimiento de que dicha unidad se pone de manifiesto en el
amor de Dios y en el amor al prójimo, esperamos con impaciencia que
llegue el día en el que finalmente participemos juntos en el
banquete Eucarístico. En cuanto cristianos, estamos llamados a
prepararnos para recibir este don de la comunión eucarística, como
nos enseña san Ireneo de Lyon mediante la confesión de la única
fe, la oración constante, la conversión interior, la vida nueva y
el diálogo fraterno. Hasta llegar a esta esperada meta,
manifestaremos al mundo el amor de Dios, que nos identifica como
verdaderos discípulos de Jesucristo .
4.
En este sentido, el diálogo teológico emprendido por la Comisión
Mixta Internacional ofrece una aportación fundamental en la búsqueda
de la plena comunión entre católicos y ortodoxos. En los periodos
sucesivos de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, y del Patriarca
Dimitrios, el progreso de nuestros encuentros teológicos ha sido
sustancial. Hoy expresamos nuestro sincero aprecio por los logros
alcanzados hasta la fecha, así como por los trabajos actuales. No se
trata de un mero ejercicio teórico, sino de un proceder en la verdad
y en el amor, que requiere un conocimiento cada vez más profundo de
las tradiciones del otro para llegar a comprenderlas y aprender de
ellas. Por tanto, afirmamos nuevamente que el diálogo teológico no
pretende un mínimo común denominador para alcanzar un acuerdo, sino
más bien profundizar en la visión que cada uno tiene de la verdad
completa que Cristo ha dado a su Iglesia, una verdad que se comprende
cada vez más cuando seguimos las inspiraciones del Espíritu santo.
Por eso, afirmamos conjuntamente que nuestra fidelidad al Señor nos
exige encuentros fraternos y diálogo sincero. Esta búsqueda común
no nos aparta de la verdad; sino que más bien, mediante el
intercambio de dones, mediante la guía del Espíritu Santo, nos
lleva a la verdad completa.
5.
Y, mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión,
tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su
pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad, especialmente
en la defensa de la dignidad de la persona humana, en cada estadio de
su vida, y de la santidad de la familia basada en el matrimonio, en
la promoción de la paz y el bien común y en la respuesta ante el
sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo. Reconocemos que el
hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los
recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar
construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se
sienta excluido o marginado.
6.
Estamos profundamente convencidos de que el futuro de la familia
humana depende también de cómo salvaguardemos –con prudencia y
compasión, a la vez que con justicia y rectitud– el don de la
creación, que nuestro Creador nos ha confiado. Por eso, constatamos
con dolor el ilícito maltrato de nuestro planeta, que constituye un
pecado a los ojos de Dios. Reafirmamos nuestra responsabilidad y
obligación de cultivar un espíritu de humildad y moderación de
modo que todos puedan sentir la necesidad de respetar y preservar la
creación. Juntos, nos comprometemos a crear una mayor conciencia del
cuidado de la creación; hacemos un llamamiento a todos los hombres
de buena voluntad a buscar formas de vida con menos derroche y más
austeras, que no sean tanto expresión de codicia cuanto de
generosidad para la protección del mundo creado por Dios y el bien
de su pueblo.
7.
Asimismo, necesitamos urgentemente una efectiva y decidida
cooperación de los cristianos para tutelar en todo el mundo el
derecho a expresar públicamente la propia fe y a ser tratados con
equidad en la promoción de lo que el Cristianismo sigue ofreciendo a
la sociedad y a la cultura contemporánea. A este respecto, invitamos
a todos los cristianos a promover un auténtico diálogo con el
Judaísmo, el Islam y otras tradiciones religiosas. La indiferencia y
el desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a
veces, desgraciadamente incluso al conflicto.
8.
Desde esta santa ciudad de Jerusalén, expresamos nuestra común
preocupación profunda por la situación de los cristianos en Medio
Oriente y por su derecho a seguir siendo ciudadanos de pleno derecho
en sus patrias. Con confianza, dirigimos nuestra oración a Dios
omnipotente y misericordioso por la paz en Tierra Santa y en todo
Medio Oriente. Pedimos especialmente por las Iglesias en Egipto,
Siria e Iraq, que han sufrido mucho últimamente. Alentamos a todas
las partes, independientemente de sus convicciones religiosas, a
seguir trabajando por la reconciliación y por el justo
reconocimiento de los derechos de los pueblos. Estamos convencidos de
que no son las armas, sino el diálogo, el perdón y la
reconciliación, los únicos medios posibles para lograr la paz.
9.
En un momento histórico marcado por la violencia, la indiferencia y
el egoísmo, muchos hombres y mujeres se sienten perdidos. Mediante
nuestro testimonio común de la Buena Nueva del Evangelio, podemos
ayudar a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir el camino que
lleva a la verdad, a la justicia y a la paz. Unidos en nuestras
intenciones y recordando el ejemplo del Papa Pablo VI y el Patriarca
Atenágoras, de hace 50 años, pedimos que todos los cristianos,
junto con los creyentes de cualquier tradición religiosa y todos los
hombres de buena voluntad reconozcan la urgencia del momento, que nos
obliga a buscar la reconciliación y la unidad de la familia humana,
respetando absolutamente las legítimas diferencias, por el bien de
toda la humanidad y de las futuras generaciones.
10.
Al emprender esta peregrinación en común al lugar donde nuestro
único Señor Jesucristo fue crucificado, sepultado y resucitado,
encomendamos humildemente a la intercesión de la Santísima siempre
Virgen María los pasos sucesivos en el camino hacia la plena unidad,
confiando a la entera familia humana al amor infinito de Dios.
“El
Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se
fije en ti y te conceda la paz”
Jerusalén,
25 de mayo de 2014.
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