Ciudad
del Vaticano, 11 de noviembre 2012 (VIS).- A mediodía, Benedicto
XVI, se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con
los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro y comentó la Liturgia
de la Palabra de este domingo que presenta como modelos de fe las
figuras de dos viudas: una en el primer libro de los Reyes, la otra
en el evangelio de Marcos.
“Ambas
mujeres son muy pobres -dijo el Santo Padre- y precisamente, en su
condición, demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el
ciclo de los relatos sobre el profeta Elías a quien, durante una
carestía, el Señor ordena que vaya a Sidón, fuera de Israel, en
territorio pagano. Allí encuentra a una viuda a quien pide agua para
beber y un poco de pan. La mujer le responde que le queda solamente
un puñado de harina y un chorro de aceite, pero, ya que el profeta
insiste y le promete, que, si lo escucha, la harina y el aceite no le
faltarán, le da lo que pide y es recompensada. La segunda viuda, la
del Evangelio, es notada por Jesús en el templo de Jerusalén, ante
el “tesoro”, donde la gente echaba sus ofertas. Jesús, viendo
que esta mujer echaba dos monedas, llamó a sus discípulos y les
explicó que ese óbolo era mayor que el de los ricos, porque,
mientras ellos daban lo que les sobraba, la viuda ofrecía “todo lo
que tenía (..) para vivir”.
De
estos dos episodios bíblicos, “se puede recabar una preciosa
enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de
quien funda la propia vida sobre Dios, sobre su Palabra, y confía
totalmente en Él. La condición de la viuda, en la antigüedad,
constituía de por sí un estado de grave necesidad. Por esto, en la
Biblia, las viudas y los huérfanos son personas a las cuales Dios
cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios
sigue siendo su “esposo”, su “padre”. No obstante, la
Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso
la viudez, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión
de fe, que se expresa en el amor por Él y por el prójimo. Ninguno
es tan pobre cómo para no poder dar algo. Y, de hecho, ambas viudas
demuestran su fe con un gesto de caridad: una con el profeta y la
otra dando limosna. Así atestiguan la unidad inseparable entre fe y
caridad, como también entre el amor a Dios y al amor prójimo”.
“Ningún gesto de bondad -concluyó el Papa citando las palabras de
San León Magno- carece de sentido ante Dios, ninguna misericordia
permanece sin fruto”.
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