Ciudad
del Vaticano, 16 de septiembre (VIS).-El City Center Waterfront de
Beirut fue escenario esta mañana de la Santa Misa celebrada por
Benedicto XVI. El Waterfront es una zona costera entre el puerto
turístico y el centro de la ciudad; el terreno fue recuperado del
mar con los fragmentos de tierra y de escombros de los edificios del
centro de Beirut demolido al final de la guerra antes de comenzar la
reconstrucción.
El
Santo Padre llegó a ese lugar en automóvil, procedente de la
nunciatura apostólica de Harissa y recorrió en papamóvil el
último tramo del trayecto, a partir del paseo marítimo de Jounieh.
A su llegada fue recibido por el alcalde de Beirut que le entregó
las llaves de la ciudad. Asistieron a la Santa Misa miles de fieles,
las autoridades civiles libanesas y 300 obispos de Oriente Medio. La
liturgia se celebró en francés, árabe y latín.
En
su homilía, el Papa comentó el Evangelio de hoy que revela la
verdadera identidad de Jesús. En el relato de Marcos Jesús camina
con sus discípulos por la senda que conduce a los pueblos de la
región de Cesarea de Filipo y les pregunta: “Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?”
“El
momento elegido para plantear esta cuestión tiene un significado
-explicó el Santo Padre- Jesús se encuentra en un momento decisivo
de su existencia. Sube hacia Jerusalén, hacia el lugar donde, por la
cruz y la resurrección, se cumplirá el acontecimiento central de
nuestra salvación. Jerusalén es también donde, al final de estos
acontecimientos, nacerá la Iglesia”.
En
el pasaje evangélico, después de que Pedro proclame que Jesús es
el Mesías, Cristo precisa a los discípulos que el Mesías deberá
sufrir y ser ajusticiado antes de resucitar. “Se percataba -dijo el
pontífice- de que la gente podría utilizar esa respuesta para
propósitos que no eran los suyos para suscitar falsas esperanzas
terrenas sobre él. Y no se deja encerrar sólo en los atributos del
libertador humano que muchos esperan”.
Jesús
es “un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador
político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su
Padre hasta entregar su vida (...) Así, Jesús va contra lo que
muchos esperaban de él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso
explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando el
sufrimiento y la muerte de su maestro. Jesús se muestra severo con
él, y le hace comprender que quien quiera ser discípulo suyo, debe
aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho siervo”.
Por
eso decidirse a seguir a Jesús, es “tomar su Cruz para acompañarle
en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la
gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí
mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues
se nos asegura que este camino conduce a la resurrección, a la vida
verdadera y definitiva con Dios”. Benedicto XVI señaló en este
sentido que el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de
octubre, invita a todos los fieles a comprometerse “de forma
renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de
todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra
reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para
fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio”.
El
camino por el que Jesús nos quiere llevar es “un camino de
esperanza para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en
que, en su humanidad, él se manifiesta el más frágil,
especialmente después de la encarnación y sobre la cruz. Así es
como Dios muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por
nosotros”.
Benedicto
XVI habló a continuación de la segunda lectura en que Santiago
recuerda que el seguir a Jesús, para ser auténtico, exige “actos
concretos” (...) Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia
y, para los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de
Jesús. (...) Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de
extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y
la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad
fraterna, para fomentar la comunión. (...) Imploro particularmente
al Señor que conceda a esta región de Oriente Medio servidores de
la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir
pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los
cristianos deben dar aquí, en colaboración con todas las personas
de buena voluntad. Os hago un llamamiento a todos a trabajar por la
paz. Cada uno como pueda y allí dónde se encuentre”.
Pero
el servicio “debe entrar también en el corazón de la vida misma
de la comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia,
es ante todo un servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el
espíritu que debe reinar entre todos los bautizados, en particular
con un compromiso efectivo para con los pobres, los marginados y los
que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada
persona”.
“Queridos
hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en el corazón
-exclamó el pontífice- vuestro dolor no es inútil. Cristo servidor
está cercano a todos los que sufren (..) Que os encontréis en
vuestro camino con hermanos y hermanas que manifiesten concretamente
su presencia amorosa, que no os abandonará. Que Cristo os colme de
esperanza”.
El
Santo Padre concluyó pidiendo a Dios que bendijese al Líbano, a
todos los pueblos de la querida región del Medio Oriente y les
concediese el don de su paz”.
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