Ciudad
del Vaticano, 10 de febrero de 2016 (Vis).-Esta tarde, Miércoles de
Ceniza, inicio de la Cuaresma, el Papa Francisco ha celebrado en la
basílica de San Pedro, la santa misa con el rito de bendición e
imposición de las cenizas y el envío de los Misioneros de la
Misericordia con motivo del Jubileo. Concelebraron con el Santo Padre
cardenales, obispos y más de 700 misioneros che al final de la
misa recibieron del Pontífice el ''mandato'', unido con la facultad
de absolver también los pecados reservados a la Sede Apostólica.
Los Misioneros de la Misericordia son más de mil en todo el mundo,
testigos privilegiados en cada una de sus Iglesias del carácter
extraordinario del Jubileo.
En
su homilía, el Obispo de Roma señaló que al inicio del camino
cuaresmal, la Palabra de Dios nos dirige dos invitaciones: ''La
primera, como dice San Pablo, es dejarse reconciliar con Dios...
Porque Cristo... conoce la debilidad de nuestro corazón; lo ve
herido y sabe cuánto necesitamos el perdón y sentirnos amados para
hacer el bien. Solos no podemos: por eso el apóstol no nos pide que
hagamos algo sino que nos dejemos "nos dejemos reconciliar con
Dios", que le permitamos que nos perdone con confianza ..porque
El vence el pecado y nos levanta de la miseria si se las confiamos a
Él. Está en nosotros reconocernos necesitados de misericordia: es
el primer paso del camino del cristiano; se trata de entrar a través
de la puerta abierta, que es Cristo, donde nos espera... el Salvador
y nos ofrece una vida nueva y alegre''.
Pero
puede haber algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón
y el Papa enumeró entre ellos la ''tentación de blindar las
puertas, o sea de convivir con el propio pecado... pensando que no
somos peores que los demás y de esta manera encerrarnos en
nosotros mismos permaneciendo prisioneros del mal''. Otro obstáculo
es ''la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón'', aunque
en realidad, la vergüenza sea ''un buen síntoma porque indica que
queremos separarnos dl mal; sin embargo, no debe jamás transformarse
en temor o miedo''. El tercer obstáculo es el de alejarnos de la
puerta. ''Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias -dijo
Francisco- cuando "rumiamos" constantamente relacionando
entre sí las cosas negativas hasta el punto de hundirnos en los
sótanos del alma''. Así nos hacemos incluso familiares de la
tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos más débiles
frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos con
nosotros mismos, encerrándonos y huyendo de la luz, mientras
solamente la gracia del Señor nos libera''.
La
segunda invitación de Dios llega del profeta Joel: ''Volved a mí
con todo el corazón''. Si hay que regresar es porque nos hemos
alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos alejado de Dios, de
los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse cuenta. Todos
sabemos lo que nos cuesta confiar verdaderamente en Dios, confiar en
él como Padre, sin miedo. ¡Que díficil es amar a los demás, en
vez de pensar mal de ellos! ¡Cuánto nos cuesta hacer el bien
verdadero cuando, en cambio, somos atraídos y seducidos por tantas
realidades materiales, que al final se desvanecen dejándonos
empobrecidos!. Junto a esta historia de pecado, Jesús inaugura una
historia de salvación. El evangelio que abre la Cuaresma nos invita
a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan
del pecado''.
La
primera es ''la oración, expresión de apertura y de confianza en
el Señor: es el encuentro personal con Él, que acorta las
distancias creadas por el pecado. Rezar significa decir: ''No soy
autosuficiente, te necesito. Tú eres mi vida y mi salvación''. La
segunda medicina es ''la caridad para superar la sensación de
extrañeza cuando nos encontramos con los demás. El amor verdadero,
de hecho, no es un acto exterior; no es dar algo en modo
paternalista para tranquilizar la conciencia, sino aceptar a quien
necesita nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestra ayuda''. Por
último, ''el ayuno, la penitencia para liberarnos de las
dependencias de lo pasajero y ejercitarnos para ser más sensibles y
misericordiosos. Es una invitación a la simplicidad y a compartir,
a quitar algo de nuestra mesa y de nuestros bienes para reencontrar
el bien verdadero de la libertad''.
''Volved
a mí, dice el Señor, volved con todo el corazón''. No sólo con un
acto externo -subrayó el Papa al final de su homilía- sino desde lo
profundo de nosotros mismos. Jesús nos llama a vivir la oración, la
caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad venciendo la
hipocresía. ¡Que la Cuaresma sea un tiempo de beneficiosa
''podadura'' de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia,
para no pensar que todo está bien si yo estoy bien, para entender
aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o
del consenso sino la limpieza del corazón y de la vida para
reencontrar identidad cristiana, es decir, el amor que sirve; no el
egoísmo que se sirve!''.
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