Ciudad
del Vaticano, 1 enero 2016 (VIS).- Este viernes, solemnidad de Santa
María Madre de Dios y octava de Navidad, el Santo Padre ha presidido
la Misa en la Basílica Vaticana. Concelebraron cardenales, obispos y
sacerdotes, y participaron los Pueri Cantores que concluyen su XL
Congreso Internacional. Hoy también se celebra la XLIX Jornada
Mundial de la Paz, cuyo tema es "Vence la indiferencia y
conquista la paz".
Ofrecemos
a continuación la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
''Hemos
escuchado las palabras del apóstol Pablo: ''Cuando llegó la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer''.
¿Qué significa el que Jesús nazca en la ''plenitud de los
tiempos''? Si nos fijamos únicamente en el momento histórico,
podemos quedarnos pronto defraudados. Roma dominaba con su potencia
militar gran parte del mundo conocido. El emperador Augusto había
llegado al poder después de haber combatido cinco guerras civiles.
También Israel había sido conquistado por el Imperio Romano y el
pueblo elegido carecía de libertad. Para los contemporáneos de
Jesús, por tanto, ese no era en modo alguno el mejor momento. La
plenitud de los tiempos no se define desde una perspectiva
geopolítica.
Se
necesita, pues, otra interpretación, que entienda la plenitud desde
el punto de vista de Dios. Para la humanidad, la plenitud de los
tiempos tiene lugar en el momento en el que Dios establece que ha
llegado la hora de cumplir la promesa que había hecho. Por tanto, no
es la historia la que decide el nacimiento de Cristo; es más bien su
venida en el mundo la que permite a la historia alcanzar su plenitud.
Por esta razón, el nacimiento del Hijo de Dios señala el comienzo
de una nueva era en la que se cumple la antigua promesa. Como escribe
el autor de la Carta a los Hebreos: ''En muchas ocasiones y de muchas
maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En
esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado
heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades
del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él
sostiene el universo con su palabra poderosa''. La plenitud de los
tiempos es, pues, la presencia en nuestra historia del mismo Dios en
persona. Ahora podemos ver su gloria que resplandece en la pobreza de
un establo, y ser animados y sostenidos por su Verbo que se ha hecho
''pequeño'' en un niño. Gracias a él, nuestro tiempo encuentra su
plenitud.
Sin
embargo, este misterio contrasta siempre con la dramática
experiencia histórica. Cada día, aunque deseamos vernos sostenidos
por los signos de la presencia de Dios, nos encontramos con signos
opuestos, negativos, que nos hacen creer que está ausente. La
plenitud de los tiempos parece desmoronarse ante la multitud de
formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la
humanidad. A veces nos preguntamos: ¿Cómo es posible que perdure la
opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más
fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los
márgenes más miserables de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad
humana seguirá sembrando la tierra de violencia y odio, que provocan
tantas víctimas inocentes? ¿Cómo puede ser este un tiempo de
plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños
siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución,
dispuestos a arriesgar su vida con tal de que se respeten sus
derechos fundamentales? Un río de miseria, alimentado por el pecado,
parece contradecir la plenitud de los tiempos realizada por Cristo.
Y,
sin embargo, este río en crecida nada puede contra el océano de
misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a
sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la
indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa
neutralidad que obstaculiza el compartir. La gracia de Cristo, que
lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a
cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y
fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan
vivir en paz, en la armonía de la creación originaria de Dios.
Al
comienzo de un nuevo año, la Iglesia nos hace contemplar la
Maternidad de María como icono de la paz. La promesa antigua se
cumple en su persona. Ella ha creído en las palabras del ángel, ha
concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del Señor. A través
de ella, a través de su ''sí'', ha llegado la plenitud de los
tiempos. El Evangelio que hemos escuchado dice: ''Conservaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón''. Ella se nos presenta
como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la
Sabiduría, al que podemos acudir para saber interpretar
coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la posibilidad de captar
el sentido de los acontecimientos que nos afectan a nosotros
personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo
entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los
acuerdos de la política, llega la fuerza de la fe que lleva la
gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir
nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.
Bienaventurada
eres tú, María, porque has dado al mundo al Hijo de Dios; pero
todavía más dichosa por haber creído en él. Llena de fe has
concebido a Jesús antes en tu corazón que en tu seno, para hacerte
Madre de todos los creyentes. Derrama sobre nosotros tu bendición en
este día consagrado a ti; muéstranos el rostro de tu Hijo Jesús,
que derrama sobre todo el mundo su misericordia y su paz''.
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