Ciudad
del Vaticano, 3 enero 2016 (VIS).- En el primer domingo del año y el
segundo después de Navidad, Francisco se asomó a la ventana de su
estudio en el palacio apostólico a medio día para rezar el Ángelus
con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. ''El
Verbo, o sea la Palabra creadora de Dios, se hizo carne y habitó
entre nosotros -dijo hablando del prólogo del Evangelio de san
Juan-. Esa Palabra, que reside en el cielo, es decir en la dimensión
de Dios -continuó-, ha venido a la tierra a fin de que nosotros la
escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con las manos el amor del
Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo Unigénito, hecho hombre,
lleno de amor y de fidelidad, es el mismo Jesús''.
El
Papa explicó que el Evangelista ''no esconde el carácter dramático
de la Encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de
Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra
es la luz, y sin embargo los hombres han preferido las tinieblas; la
Palabra vino entre los suyos, pero ellos no la han acogido. Le han
cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal
que asecha también nuestra vida y que requiere por nuestra parte
vigilancia y atención para que no prevalezca. El Libro del Génesis
dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal
está agazapado a la puerta. Ay de nosotros si lo dejamos entrar;
sería él entonces el que cerraría nuestra puerta a quien quiera.
En cambio, estamos llamados a abrir de par en par la puerta de
nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para llegar a ser
así sus hijos''.
Con
estas palabras recordó que una vez más la Iglesia propone esta
invitación que acoge la Palabra de salvación, este misterio de la
luz. ''Si acogemos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el
amor del Señor y aprenderemos a ser misericordiosos como Él -dijo-.
Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos de modo
que el Evangelio sea cada vez más carne en nuestra vida. Acercarse
al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor
manera para conocer a Jesús y llevarlo a los demás. Ésta es la
vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y donar a los
demás a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y tenerlo
dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Y Él nos defiende
del mal, del diablo, que siempre está agazapado ante nuestra puerta,
ante nuestro corazón, y quiere entrar. Antes de finalizar, animó a
todos a encomendarse a María que es ''precisamente en el pesebre
donde contemplamos en estos días su dulce imagen de Madre de Jesús
y Madre nuestra''.
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