Ciudad
del Vaticano, 2 enero 2016 (VIS).- El viernes por la tarde, a las
17.00 horas, El Papa Francisco se desplazó a la Basílica de Santa
María la Mayor donde abrió la Puerta Santa tras celebrar la Santa
Misa.
Publicamos
a continuación la homilía pronunciada por el Santo Padre.
''Con
este saludo nos dirigimos a la Virgen María en la Basílica romana
dedicada a ella con el título de Madre de Dios. Es el comienzo de un
antiguo himno, que cantaremos al final de esta santa Eucaristía, de
autor desconocido y que ha llegado hasta nosotros como una oración
que brota espontáneamente del corazón de los creyentes: ''Dios te
salve, Madre de misericordia, Madre de Dios y Madre del perdón,
Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa
alegría''. En estas pocas palabras se sintetiza la fe de
generaciones de personas que, con sus ojos fijos en el icono de la
Virgen, piden su intercesión y su consuelo.
Hoy
más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen
María, sobre todo como Madre de la Misericordia. La Puerta Santa que
hemos abierto es de hecho una puerta de la Misericordia. Quien
atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el amor
misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y
puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza de que tendrá a
su lado la compañía de María. Ella es Madre de la misericordia,
porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia
divina, Jesús, el Emmanuel, el Esperado de todos los pueblos, el
''Príncipe de la Paz''. El Hijo de Dios, que se hizo carne para
nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con
nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida,
sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.
María
es Madre de Dios que perdona, que da el perdón, y por eso podemos
decir que es Madre del perdón. Esta palabra -''perdón''- tan poco
comprendida por la mentalidad mundana, indica sin embargo el fruto
propio y original de la fe cristiana. El que no sabe perdonar no ha
conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad
es capaz de llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los
pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí
mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama.
En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que
probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde
niño: ''Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen''. En aquel
momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del
perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia,
fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente.
Para
nosotros, María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe
extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña
a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce
límites. No lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes
de este mundo con sus disquisiciones. El perdón de la Iglesia debe
tener la misma amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a
sus pies. No hay alternativa. Y por eso el Espíritu Santo ha hecho
que los Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que
todo lo que nos ha conseguido la muerte de Jesús pueda llegar a
todos los hombres, en cualquier momento y lugar.
El
himno mariano, por último, continúa diciendo: ''Madre de la
esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría''. La
esperanza, la gracia y la santa alegría son hermanas: todas son don
de Cristo, es más, son otros nombres suyos, escritos, por así
decir, en su carne. El regalo que María nos hace al darnos a
Jesucristo es el del perdón que renueva la vida, que le permite
cumplir de nuevo la voluntad de Dios, y que la llena de auténtica
felicidad. Esta gracia abre el corazón para mirar el futuro con la
alegría de quien espera. Es la enseñanza que proviene del Salmo:
''Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación''. La
fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza
provocada por el rencor y por la venganza. El perdón nos abre a la
alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos
de muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y
desgarran el corazón quitándole el reposo y la paz.
Atravesemos,
por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que
la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede
por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la
belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos de par en par
nuestro corazón a la alegría del perdón, conscientes de ver
restituida la esperanza cierta, para hacer de nuestra existencia
cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.
Y
con amor de hijos aclamémosla con las mismas palabras pronunciadas
por el pueblo de Éfeso, en tiempos del histórico Concilio: ''Santa
Madre de Dios''.
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