Ciudad
del Vaticano, 17 de enero 2016 (Vis).-Hoy, Jornada mundial del
Emigrante y el Refugiado, el Papa se asomó a mediodía a la
ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos
en la Plaza de San Pedro entre los que se encontraban siete mil
personas pertenecientes a diversas comunidades étnicas que habían
acudido en peregrinación para atravesar la Puerta Santa y celebrar
esa jornada escuchando las palabras del Santo Padre.
Antes
de la oración mariana Francisco habló del evangelio de hoy que
narra el primer milagro de Jesús, la transformación del agua en
vino durante una boda en Caná.''Los milagros, pues, -dijo- son
signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena
Noticia y tienen el objetivo de suscitar o reforzar la fe en Jesús.
En el milagro de Caná, vemos un acto de benevolencia de parte de
Jesús hacia los esposos, un signo de la bendición de Dios sobre el
matrimonio. El amor entre hombre y mujer es un buen camino para vivir
el Evangelio, es decir para encaminarse con alegría por la senda de
la santidad''.
''Pero
el milagro de Caná no se refiere solo a los esposos -añadió- Toda
persona está llamada a encontrar al Señor en su vida. La fe
cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite
encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de
luz y de oscuridad, como en cada auténtica experiencia de amor. El
relato de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no
se presenta ante nosotros como un juez dispuesto a condenar
nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir
ciegamente sus órdenes. Jesús se manifiesta como Salvador de la
humanidad... como Aquel que responde a las expectativas y a las
promesas de alegría que pueblan el corazón de cada uno de
nosotros''.
''¿Conozco
de verdad al Señor así? -dijo el Pontífice - ¿Lo siento cerca de
mí, de mi vida? ...Se trata de darnos cuenta de que Jesús nos busca
y nos invita a hacerle espacio en lo más profundo de nuestro
corazón. Y en este camino de fe con Él no se nos deja solos: hemos
recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de
piedra que Jesús hace llenar de agua para volverla vino son signo
del pasaje de la antigua a la nueva alianza: en lugar del agua usada
para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús,
derramada de modo sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en
la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que brotan del Misterio
pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos hacen
saborear la misericordia infinita de Dios''.
''La
Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos
del Señor -concluyó- nos ayude a redescubrir con fe la belleza y
la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que
manifiestan el amor fiel de Dios por nosotros. Así podremos
enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, y salir
a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre,
convirtiéndonos en testigos suyos en el mundo''.
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