Ciudad
del Vaticano, 24 diciembre 2014 (VIS).- El Papa Franciso presidió
esta noche a las 22,00 en la basílica de San Pedro la Santa Misa del
Gallo en la solemnidad de la Natividad del Señor 2014. En el curso
de la celebración eucarística, después de la lectura del Santo
Evangelio, el Papa pronunció la siguiente homilía:
''El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban
tierras de sombras y una luz les brilló''. ''Un ángel del Señor se
les presentó (a los pastores): la gloria del Señor los envolvió de
claridad''. De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad
nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa
la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su
pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la
esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
También
nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios
atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la
llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza
de encontrar la ''luz grande''. Abriendo nuestro corazón, tenemos
también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese
niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.
El
origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche
de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido
el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por
la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel. También el curso de
los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio,
la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el
hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios
esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto
momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar,
no podía negarse a sí mismo. Por eso ha seguido esperando con
paciencia frente a la corrupción de los hombres y de los pueblos. La
paciencia de Dios. Qué difícil es entender esto: la paciencia de
Dios con nosotros.
A
lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad
nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más
fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el
anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y
la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del
hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo
perdido; y todos los días, pacientemente. La paciencia de Dios.
La
profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa
la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos
tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los
pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento
del Redentor, lo hicieron con estas palabras: ''Y aquí tenéis la
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre''. La ''señal'' es precisamente la humildad de Dios, la
humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que,
aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos,
nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El
mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su
alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos
llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de
nuestra pequeñez.
Esta
noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y
acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la
ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él,
o le impido que se acerque? ''Pero si yo busco al Señor'' –podríamos
responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino
dejar que sea él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie
con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola
presencia: ¿permito a Dios que me quiera?
Y
más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones
difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien
preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el
calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de
hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios.
La
respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a
nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con
mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de
nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el
encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y
suplicarle: ''Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la
ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la
gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la
humildad en cualquier conflicto''.
Queridos
hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio:
allí ''el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande''. La
vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio,
no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las
leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan
actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la
Virgen Madre: ''María, muéstranos a Jesús''.
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