Ciudad
del Vaticano, 19 de octubre 2014 (VIS).-Al final de la decimoquinta y
última congregación general y una vez acabadas las votaciones, el
Papa Francisco dirigió un discurso a los Padres Sinodales, en que
comenzó afirmando que durante estas dos semanas los participantes en
la III Asamblea General Extraordinaria, habían vivido una
experiencia de "sínodo", es decir un recorrido solidario,
un "camino juntos".
Pero
en este, como en todos los caminos, observó Francisco, hubo momentos
de carrera veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar
rápidamente la meta, y otros de fatiga, casi hasta de querer decir
basta, así como momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de
profunda consolación, escuchando el testimonio de pastores
verdaderos que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y las
lágrimas de sus fieles. Momentos de gracia y de consuelo, escuchando
los testimonios de las familias que han participado del Sínodo y
compartieron con los Padres Sinodales la belleza y la alegría de su
vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el
deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se ha prestado
a servir a los otros, también a través del debate.
Y
dado que el camino del que habla el Santo Padre es un camino de seres
humanos también hubo momentos de desolación, de tensión y de
tentación, entre las cuales mencionó cinco empezando por la
tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse
dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por
el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de
la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía
aprender y alcanzar. Esta sería la tentación de los celantes, de
los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados
"tradicionalistas" y también de los intelectualistas.
Otra
tentación mencionada fue la del “buenismo” destructivo, que a
nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero
curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa y las
raíces. Se trataría aquí de la tentación de los "buenistas",
de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y
liberalistas”.
La
tercera tentación es la de transformar la piedra en pan para romper
el largo ayuno, pesado y doloroso y también la de transformar, en
cambio, el pan en piedra y tirarla contra los pecadores, los débiles
y los enfermos de transformarla en “fardos insoportables” .La
cuarta tentación es la de descender de la cruz, para contentar a la
gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder
al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu
de Dios. Y por último la tentación de descuidar el “depositum
fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones,
o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando
una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y
no decir nada
No
obstante, Francisco subrayó que las tentaciones no nos deben
asustar o desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún
discípulo es más grande que su maestro; por lo tanto si Jesús fue
tentado – y además llamado Belcebú – sus discípulos no debían
esperarse un tratamiento mejor. A continuación afirmó que le
hubiera preocupado y entristecido mucho si no hubiera habido ni
tensiones ni discusiones animadas, es decir, ese movimiento de los
espíritus, como decía San Ignacio; si todos hubieran estado de
acuerdo o taciturnos en una paz falsa y quietista.
En
cambio el Papa manifestó su alegría y su reconocimiento por haber
escuchado discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral
y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresia, y
porque los Padres Sinodales tuvieron siempre ante sus ojos el bien
de la Iglesia, de las familias y la “suprema lex”: la “salus
animarum” . Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad
fundamental del sacramento del matrimonio: la indisolubilidad, la
unidad, la fidelidad y la capacidad de procrear o sea la apertura a
la vida.
El
Santo Padre hizo hincapié en que esa era la Iglesia, la viña del
Señor, la Madre fértil y la Maestra premurosa, que no tiene miedo
de arremangarse para derramar el aceite y el vino sobre las heridas
de los hombres ; que no mira a la humanidad desde un castillo de
vidrio para juzgar y clasificar a las personas, y que esa era la
Iglesia Una, Santa, Católica y compuesta de pecadores, necesitados
de la misericordia divina . Esa es la Iglesia, la verdadera esposa de
Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia
que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los
publicanos. La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a
los necesitados, los arrepentidos y no sólo a los justos o aquellos
que creen ser perfectos. La Iglesia que no se avergüenza del hermano
caído y no finge de no verlo, al contrario, se siente comprometida y
obligada a levantarlo y a animarlo a reanudar el camino acompañándolo
hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén
celeste.
Así,
afirmó, es la Iglesia, nuestra Madre. Y cuando la Iglesia, en la
variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede
equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de aquel
sentido sobrenatural de la fe, que otorga el Espíritu Santo para
que, todos juntos, podamos entrar en el corazón del Evangelio y
aprender a seguir a Jesús en nuestra vida. Y esto no debe
considerarse motivo de confusión y malestar.
Sin
embargo, algunos comentadores imaginaron ver una Iglesia en
litigio, en que una parte está contra la otra, dudando hasta del
Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la
armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo que a lo largo de la
historia ha conducido siempre la barca, a través de sus ministros,
también cuando el mar era contrario y agitado y los ministros
infieles y pecadores. Pero, como indicó el Papa, era necesario
vivir todo esto con tranquilidad y paz interior también, porque el
sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro y la presencia del Papa
es garantía para todos.
Por
lo tanto, la tarea del Papa es la de garantizar la unidad de la
Iglesia, la de recordar a los fieles su deber de seguir fielmente el
Evangelio de Cristo y la de recordar a los pastores que su primer
deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado y salir a
buscar – con paternidad y misericordia y sin falsos miedos – la
oveja perdida. Y su tarea es también la de recordar a todos que la
autoridad en la Iglesia es servicio como explicaba con claridad el
Papa Benedicto XVI cuando afirmaba que la Iglesia está llamada y se
empeña en ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la
ejercita no a título propio, sino en el nombre de Jesucristo… A
través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a
su grey: es Él que la guía, la protege, la corrige porque la ama
profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras
almas, quiso que el Colegio Apostólico, -hoy los Obispos- en
comunión con el Sucesor de Pedro participaran en este misión suya
de cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando,
animando y sosteniendo a la comunidad cristiana..
O
como dice el Concilio, cuidando sobre todo que cada uno de los fieles
sean guiados en el Espíritu Santo a vivir según el Evangelio su
propia vocación, a practicar una caridad sincera y concreta y a
ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos liberó. Y a través
de nosotros – continua el Papa Benedicto – es cómo el Señor
llega a las almas, las instruye las custodia, las guía. También san
Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan dice: Sea por lo
tanto un empeño de amor apacentar la grey del Señor, que ha de ser
la suprema norma de conducta de los ministros de Dios, un amor
incondicional, como aquel del buen Pastor, lleno de alegría, abierto
a todos, atento a los cercanos y atento con los lejanos, delicado
con los más débiles, los pequeños, los simples, los pecadores,
para manifestar la infinita misericordia de Dios con el consuelo de
la esperanza.
Por
lo tanto, dijo el Pontífice, la Iglesia es de Cristo – es su
esposa – y todos los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro,
tienen la tarea y el deber de custodiarla y de servirla, no como
patrones sino como servidores. El Papa en este contexto no es el
señor supremo sino más bien el supremo servidor – “Il servus
servorum Dei”; el garante de la obediencia , de la conformidad de
la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al
Tradición de la Iglesia poniendo de parte todo arbitrio personal,
siendo también – por voluntad de Cristo mismo – el Pastor y
Doctor supremo de todos los fieles y gozando de la potestad ordinaria
que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia.
Finalmente,
Francisco recordó a todos que todavía tenían un año para madurar
con verdadero discernimiento espiritual las ideas propuestas y
encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e
innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar
respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las familias;
un año para trabajar sobre la “Relatio Synodi” que es el resumen
fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en esta aula y en
los círculos menores. Y concluyó pidiendo que el Señor acompañase
y guiase a todos los participantes en el Sínodo en este recorrido.
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