Ciudad
del Vaticano, 28 de septiembre de 2014 (VIS).-Ayer tarde en la
basílica del Santísimo Nombre de Jesús, el Papa Francisco presidió
la liturgia de agradecimiento copn motivo del 200 aniversario de la
reconstitución de la Compañía de Jesús en la Iglesia universal,
sancionada por el Papa Pío VII con la bula ''Sollicitudo Omnium
ecclesiarum'' del 7 de agosto de 1814. En el curso de la liturgia,
que comprendió el rezo de las vísperas y el canto del Te Deum,
después del Evangelio y antes de la renovación de las promesas por
parte de los jesuítas presentes, el Santo Padre pronunció una
homilía de la que ofrecemos amplios extractos:
''La
Compañía distinguida con el nombre de Jesús ha vivido tiempos
difíciles, de persecución. Durante el generalato del Padre Lorenzo
Ricci ''los enemigos de la Iglesia llegaron a obtener la supresión
de la Compañía'' por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy,
recordando su reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra
memoria, recordando los beneficios recibidos y los dones
particulares''.
''En
tiempos de tribulaciones y turbación se levanta siempre una
polvareda de dudas y de sufrimientos, y no es fácil seguir adelante,
proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis
llegan tantas tentaciones: detenerse a discutir de ideas, dejarse
llevar por la desolación, concentrarse en el hecho de ser
perseguidos y no ver nada más.El Padre General Ricci, que escribía
a los jesuitas de entonces... en un tiempo de confusión y turbación
hizo discernimiento. No perdió tiempo en discutir de ideas y
quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la Compañía''.
''La
Compañía... vivió el conflicto hasta el final, sin reducirlo:
vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Nunca se
salva uno del conflicto con la astucia y con estratagemas para
resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía
prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar
una forma de salir del conflicto aparentemente tranquila.No es
jamás la aparente tranquilidad la que colma nuestros corazones, sino
la verdadera paz que es un don de Dios. Nunca se debe buscar el
compromiso fácil... Sólo el discernimiento nos salva del verdadero
desarraigo, de la verdadera "supresión" del corazón, que
es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de
nuestra esperanza, que es Jesús, que es sólo Jesús. Y así el
Padre Ricci y la Compañía en fase de supresión privilegiaron la
historia, en lugar de una posible "historieta" gris,
sabiendo que es el amor el que juzga la historia y que la esperanza -
incluso en la oscuridad - es más grande que nuestras expectativas...
Por eso el Padre Ricci llega, precisamente en esta ocasión de
confusión y desconcierto, a hablar de los pecados de los
jesuitas.... Mirarse a sí mismos reconociéndose pecadores evita
ponerse en condiciones de considerarse víctimas ante un
verdugo...Reconocerse realmente pecadores significa ponerse en la
actitud justa para recibir consuelo''.
''Podemos
volver a recorrer brevemente este camino de discernimiento y de
servicio ... Cuando en 1759 los decretos de Pombal destruyeron las
provincias portuguesas de la Compañía, el Padr Ricci vivió el
conflicto sin lamentarse y sin dejarse llevar a la desolación, sino
invitando a la oración para pedir el espíritu bueno, el verdadero
espíritu sobrenatural de la vocación, la perfecta docilidad a la
gracia de Dios. Cuando en 1761 la tormenta avanzaba en Francia...
pidió poner toda la confianza en Dios... En 1760, después de la
expulsión de los jesuitas españoles, sigue llamando a la oración.
Y, por último, el 21 de febrero de 1773, apenas seis meses antes de
la firma del ''Breve Dominus ac Redemptor'', ante la absoluta falta
de ayuda humana, ve la mano de la misericordia de Dios, que invita a
los que somete a la prueba a no confiar en otro que no sea Él... Lo
importante para el padre Ricci es que la Compañía sea fiel hasta el
último al espíritu de su vocación, que es la mayor gloria de Dios
y la salvación de las almas''.
''La
Compañía, incluso ante su propio final, se mantuvo fiel a la
finalidad para la que fue fundada. Por ello, Ricci concluye con una
exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de
obediencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera
amistad con Dios. Todo lo demás es mundanidad...Recordemos nuestra
historia: a la Compañía ''se le dio la gracia no sólo de creer en
el Señor, sino también de sufrir por Él''.
La
nave de la Compañía fue zarandeada por las olas y no hay que
maravillarse. También lo puede ser hoy la barca de Pedro. La noche y
el poder de las tinieblas están siempre cerca. Es fatigoso remar.
Los jesuitas deben ser ''expertos y valerosos remeros''... ¡Remad
sed fuertes, incluso con el viento en contra! ¡Rememos al servicio
de la Iglesia! Pero mientras remamos - todos remamos, también el
Papa rema en la barca de Pedro - tenemos que rezar tanto... El
Señor, aun si somos hombres de poca fe nos salvará''.
''La
Compañía reconstituida por mi predecesor Pío VII estaba formada
por hombres valientes y humildes en su testimonio de esperanza, de
amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu...Por ello dio la
autorización a los jesuitas, que todavía existían aquí y allí,
gracias a un soberano luterano y a una soberana ortodoxa, a
''permanecer unidos en un solo cuerpo'' ...Y la Compañía... reanudó
su actividad apostólica con la predicación y la enseñanza, los
ministerios espirituales, la investigación científica y la acción
social, las misiones y la atención a los pobres, a los que sufren y
los marginados. Hoy la Compañía afronta con inteligencia y
laboriosidad también el trágico problema de los refugiados y de los
prófugos; y se esfuerza con discernimiento en integrar el servicio
de la fe y la promoción de la justicia, en conformidad con el
Evangelio. Confirmo hoy lo que Pablo VI nos dijo en nuestra trigésimo
segunda Congregación General y que yo mismo escuché con mis propios
oídos: "Por doquier en la Iglesia, incluso en los campos más
difíciles y extremos, en las encrucijadas de las ideologías, en las
trincheras sociales, ha habido y hay confrontación entre las
exigencias ardientes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio,
allí han estado y están los jesuitas ".
En
1814, en el momento de la reconstitución, los jesuitas eran un
pequeño rebaño, una ''mínima Compañía'', que sin embargo se
sentía investido, después de la prueba de la cruz, con la gran
misión de llevar la luz del Evangelio hasta los confines de la
tierra. Así debemos sentirnos nosotros hoy, por lo tanto: en salida,
en misión. La identidad jesuita es la de un hombre que adora sólo a
Dios y ama y sirve a sus hermanos, mostrando con el ejemplo, no sólo
en qué cree, sino también en qué espera y quién es Aquel en quien
ha puesto su confianza''.
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