Ciudad
del Vaticano, 31 marzo 2013
(VIS).- A las 10.15 horas de hoy, domingo de Pascua, el Santo Padre
Francisco celebró en la Plaza de San Pedro la solemne Misa de la
Resurrección del Señor. En la celebración, que comenzó con el
ritual del "Resurrexit" -la apertura de un icono del
Resucitado, situado junto al altar papal- participaron fieles romanos
y peregrinos de todo el mundo. El Papa no pronunció ninguna homilía,
ya que después de la misa hizo el mensaje de Pascua y la bendición
"Urbi et Orbi". Fue la primera Misa pascual del nuevo
Obispo de Roma.
La
fiesta de la Resurrección del Señor se conoce como Pascua florida.
La plaza de San Pedro hacía honor a esta denominación luciendo una
espléndida decoración floreal. Más de 40.000 flores, regaladas por
los cultivadores holandeses, transformaron la zona del altar del papa
en un magnífico jardín. Destacaban los narcisos amarillos y las
liliáceas blancas, colores de la Pascua y de la bandera papal, que
representan la pureza del sacrificio de Jesús y la gloria de su
resurrección, mientras que flores de color rosa simbolizan la luz de
Cristo resucitado que destruye las tinieblas.
A
las 12, desde el balcón central de la basílica vaticana, el Santo
Padre Francisco se dirigió a los fieles reunidos en la plaza de San
Pedro -más de 250.000 personas- y a todos los que seguían el acto
por la radio y la televisión, y pronunció el pregón pascual. "La
misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más
árida", dijo el Papa, que pidió por la paz en Oriente Medio
-"en particular entre israelíes y palestinos, que tienen
dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que
reanuden las negociaciones"-, en Irak, Siria, Malí, Nigeria, la
región oriental del Congo, la República Centroafricana y Corea del
Norte. Después impartió la bendición "Urbi et Orbi", a
la Urbe y al Orbe. Publicamos el texto completo del mensaje del Papa.
"Queridos
hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua! Es
una gran alegría para mí, al comienzo de mi ministerio, poderos dar
este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas
las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más
sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles... Quisiera que
llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde
Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay
esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal.
Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. La misericordia de
Dios siempre vence.
También
nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al
sepulcro y lo encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido
tiene este evento. ¿Qué significa que Jesús ha resucitado?
Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte
misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas
y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón.
Y esto lo puede hacer el amor de Dios.
Este
mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido
hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí,
hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios,
este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de
Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna.
Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que
ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con
nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.
He
aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la
esclavitud del pecado, del
mal,
a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida,
y su gloria somos nosotros: el hombre vivo. Queridos hermanos y
hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos,
pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal
a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los
tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida
cotidiana.
Cuántos
desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el
desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del
prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que
el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede
hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir
incluso a los huesos secos. He aquí, pues, la invitación que hago a
todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos
renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor
transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta
misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la
tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la
paz. Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la
muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón,
la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio
de él la paz para el mundo entero.
Paz
para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que
tienen dificultades
para
encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las
negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de
poner fin a un conflicto que dura ya demasiado tiempo. Paz para Iraq,
y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la
amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los
tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta
sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes
de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?
Paz
para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí,
para que vuelva a
encontrar
unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan
los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y
donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de
grupos terroristas. Paz para el este de la República Democrática
del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se ven
obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.
Paz
en Asia, sobre todo en la península coreana, para que se superen las
divergencias y
madure
un renovado espíritu de reconciliación. Paz a todo el mundo, aún
tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias,
herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia,
egoísmo que continúa la trata de personas, la esclavitud más
extendida en este siglo veintiuno: ¡la trata de personas es
precisamente la esclavitud más extendida en este siglo ventiuno! Paz
a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al tráfico de
drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta
Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son
víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables
de la creación.
Queridos
hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el
mundo, les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor
porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa
de Israel: / “Eterna es su misericordia"
Después
el Papa Francisco, en lugar de saludar en distintos idiomas,
pronunció unas breves palabras en italiano para felicitar las
pascuas a todo el mundo. Este es el texto:
"Queridos
hermanos y hermanas venidos de todas las partes del mundo y reunidos
en esta plaza, corazón de la cristiandad, y todos los que estáis
conectados a través de los medios de comunicación, os renuevo mi
felicitación: ¡Buena Pascua! Llevad a vuestras familias y vuestros
Países el mensaje de alegría, de esperanza y de paz que cada año,
en este día, se renueva con vigor.
Que
el Señor resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, reconforte
a todos, especialmente a los más débiles y necesitados. Gracias por
vuestra presencia y el testimonio de vuestra fe. Un pensamiento y un
agradecimiento particular por el don de las bellísimas flores, que
provienen de los Países Bajos. Repito a todos con afecto: Cristo
resucitado guíe a todos vosotros y a la humanidad entera por sendas
de justicia, de amor y de paz."
Por
último impartió la bendición "Urbi et Orbi".