Ciudad
del Vaticano, 31 marzo 2013
(VIS).- Ayer, a las 20,30 de la noche, en la basílica de San Pedro
tuvo lugar la solemne Vigilia de la noche de Pascua presidida por el
Santo Padre. El rito comenzó en el atrio del templo con la bendición
del fuego nuevo y la preparación del cirio pascual. Después de la
procesión hacia el altar, con el cirio encendido, y el canto del
“Exsultet”, se procedió a la liturgia de la Palabra, la liturgia
bautismal y la liturgia eucarística, concelebrada con los
cardenales.
Durante
la vigilia, el Papa administró los sacramentos de la iniciación
cristiana (bautismo, confirmación y primera comunión) a cuatro
personas procedentes de Italia, Albania, Rusia y Estados Unidos.
Después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre dedicó la
homilía a comentar el evangelio de las santas mujeres que van al
sepulcro, encuentran a los ángeles y la tumba vacía. "Tenemos
miedo de las sorpresas de Dios; tenemos miedo de las sorpresas de
Dios. Él nos sorprende siempre", dijo Papa Francisco. A
continuación damos el texto íntegro de su homilía.
"Queridos
hermanos y hermanas:
En
el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual,
encontramos primero a las
mujeres
que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo. Van
para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto
tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también
nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían
sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta
el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la
cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una
cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había
muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de
antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús
lo que les impulsa a ir al sepulcro.
Pero,
a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que
perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida:
ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el
cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de
preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo
esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros
cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los
días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo
afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad
que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los
apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras
seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en
definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes
personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida tenemos miedo de las
sorpresas de Dios. ¡Él nos sorprende siempre! El Señor es así.
Hermanos
y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a
nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados,
decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados,
pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros
mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay
situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda
perdonar si nos abrimos a él.
Pero
volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante.
Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo
nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro:
suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una
respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que
dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está
aquí, ha resucitado». Lo que era un simple gesto, algo hecho
ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma
en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya
nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino
también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús
no es un muerto, ha resucitado, es el Viviente.
No
es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma,
porque es el Hijo de Dios, que es el que vive. Jesús ya no es del
pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el
futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios
se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de
todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la
muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos
humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana, para
tí querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor
nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que
nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura...,
y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive.
Acepta
entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo,
con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de
él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si
eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te
parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la
seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la
paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
Hay
un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de
esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la
novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la
tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su
primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al
suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para
mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben
con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un
verbo fundamental: recordad «Recordad cómo os habló estando
todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras». Esta es la
invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus
palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia
con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y
que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a
todos los otros. Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por
nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón
de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer
memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En
esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que
guardaba todos estas cosas en su corazón, pidamos al Señor que nos
haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que
trasforma, a las sorpresas de Dios, tan hermosas; que nos haga
hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en
nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de
sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que
nos enseñe, queridos hermanos y hermanas, cada día a no buscar
entre los muertos a Aquel que vive. Amén"
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