Ciudad
del Vaticano, 3 noviembre 2012
(VIS).-El Santo Padre presidió esta mañana en la basílica de San
Pedro la celebración eucarística en sufragio de los cardenales y
obispos fallecidos durante este año. En modo particular el Papa
recordó a los cardenales John Patrick Foley, Anthony Bevilacqua,
José Sánchez, Ignace Moussa Daoud, Luis Aponte Martínez, Rodolfo
Quezada Toruño, Eugênio de Araújo Sales, Paul Shan Kuo-Hsi, Carlo
Maria Martini y Fortunato Baldelli.
Ofrecemos
a continuación extractos de la homilía del pontífice:
“Los
lugares de la sepultura constituyen una suerte de asamblea en la que
los vivos se encuentran con sus difuntos y con ellos consolidan los
vínculos de una comunión que la muerte no ha logrado interrumpir.
Y, aquí en Roma, en esos cementerios peculiares que son las
catacumbas, advertimos, como en ningún otro lugar, los lazos
profundos con la cristiandad antigua, que sentimos tan cercana”.
“Cuando
nos adentramos en las galerías de las catacumbas romanas, como en
los cementerios de nuestras ciudades y pueblos, es como si
atravesáramos un umbral inmaterial y entrásemos en comunicación
con aquellos que allí custodian su pasado, hecho de alegría y
dolores, de fracasos y esperanzas. Todo esto sucede porque la muerte
concierne al hombre de nuestros días, como al de entonces; y, aunque
tantas cosas del pasado nos resulten ajenas, la muerte es siempre la
misma”.
“Pero,
¿cómo respondemos los cristianos a la cuestión de la muerte?
Respondemos con la fe en Dios, con una mirada de esperanza sólida
que se funda en la muerte y resurrección de Jesucristo. Entonces, la
muerte se abre a la vida, a la vida eterna, que no es una copia
infinita del tiempo presente, sino algo completamente nuevo. La fe
nos dice que la inmortalidad verdadera a la que aspiramos no es una
idea ni un concepto, sino una relación de comunión plena con el
Dios vivo; es estar en sus manos, en su amor, es convertirse en Él
en una cosa sola con todos los hermanos y hermanas que ha creado y
redimido, con la creación entera (...) Es la vida que llega a su
plenitud: la vida en Dios; una vida que ahora podemos solamente
entrever, como se adivina el cielo sereno a través de la niebla”.
“Los
pastores que recordamos hoy han servido a la Iglesia con fidelidad y
amor, afrontando a veces pruebas gravosas, para asegurar a la grey
que les fue confiada atención y cuidados. En la variedad de sus
dotes y tareas respectivas han dado ejemplo de diligente vigilancia y
de sabia y entregada dedicación al Reino de Dios, brindando una
aportación inapreciable a la estación post-conciliar, tiempo de
renovación para toda la Iglesia”.
“El
banquete eucarístico, en que han participado primero como fieles y
después, cotidianamente, como ministros, anticipa de la forma más
elocuente lo que el Señor ha prometido en el Sermón de la montaña:
la posesión del Reino de los Cielos, el tomar parte en el banquete
de toda la Jerusalén celestial. Recemos para que sea así para
todos. Nuestra oración está alimentada por esta firme esperanza
“que no defrauda” porque nos la garantizó Cristo que quiso vivir
en su carne la experiencia de la muerte para triunfar sobre ella con
el acontecimiento prodigioso de la Resurrección”.
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