Ciudad
del Vaticano, 4 de noviembre 2012 (VIS).-Benedicto XVI se asomó a
mediodía a la ventana de su estudio para rezar el Angelus con los
fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
El
Papa comentó el evangelio de este domingo que presenta la enseñanza
de Jesús sobre el “mandamiento más grande”, el mandamiento del
amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo.”Los santos, a
los que hemos conmemorado hace poco, todos juntos en una única
fiesta solemne -dijo- son los que, confiando en la gracia de Dios,
quieren vivir siguiendo esta ley fundamental. De hecho, el
mandamiento del amor, lo puede poner plenamente en práctica solo el
que vive una relación profunda con Dios, al igual que los niños
aprenden a amar, a partir de una buena relación con su padre y su
madre (...) El amor no es una imposición, es un don, una realidad
que Dios nos hace conocer y experimentar para que, como una semilla,
germine también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida”.
Si
el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, esta
“podrá amar también a quien no se lo merece, como hace Dios con
nosotros, El padre y la madre no quieren a sus hijos solo cuando se
lo merecen: los quieren siempre, aunque, naturalmente les explican
cuando se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el
bien y nunca el mal. Aprendemos a mirar a los demás, no sólo con
nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de
Jesucristo. Una mirada que (...) va más allá de las apariencias y
capta los deseos profundos del otro: deseos de ser escuchado, de
atención gratuita; en una palabra, de amor. Pero, haciendo así,
sucede también lo contrario: abriéndome a la otra persona tal y
como es, saliendo a su encuentro (...) me abro también a conocer a
Dios, a sentir que existe y que es bueno”.
El amor de Dios y el
amor del prójimo son “inseparables y están en relación
recíproca. Jesús no inventó ni uno, ni otro: reveló que son, en
fondo, un mandamiento único y lo hizo no sólo con la palabra, sino
sobre todo, con su testimonio: la misma persona de Jesús y todo su
misterio encarnan la unidad del amor de Dios y del prójimo, como los
dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía, nos
da este amor doble, entregándose, para que, alimentados de ese Pan,
nos amemos unos a otros como El nos amó”.
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