Ciudad
del Vaticano, 12 octubre 2012
(VIS).-El Santo Padre recibió esta maña a los obispos que
participaron en el Concilio Ecuménico Vaticano II y a los
presidentes de las conferencias episcopales presentes en el Sínodo
sobre la Nueva Evangelización.
El
Papa, que tomó parte en el Vaticano II como perito conciliar, dijo a
los Padres venidos a Roma: “Son tantos los recuerdos que afloran a
nuestra mente -y que cada uno tiene muy grabados en el corazón-, de
aquel período tan vivaz, rico y fecundo que fue el Concilio; pero
como no quiero prolongarme mucho (...) me gustaría recordar
solamente cómo una palabra, lanzada por el beato Juan XXIII, casi de
forma programática, retornaba continuamente en los trabajos
conciliares: la palabra “aggiornamento” (actualización n.d.r)”.
“Cincuenta
años después de la apertura de aquella solemne asamblea de la
Iglesia, alguien se preguntará si aquella expresión no haya sido,
quizás desde el principio, completamente apropiada. Pienso que sobre
la elección de las palabras se podría discutir durante horas y se
encontrarían pareceres continuamente discordantes, pero estoy
convencido de que la intuición que el beato Juan XXIII compendió
con esta palabra fue y es todavía exacta. El cristianismo no debe
considerarse como “algo del pasado”, ni debe vivirse mirando
perennemente “hacia atrás” porque Jesucristo es ayer, hoy y para
la eternidad. El cristianismo está marcado por la presencia del Dios
eterno, que entró en el tiempo y está presente en todo tiempo,
porque todo tiempo brota de su potencia creadora, de su “hoy”
eterno”.
“Por
eso el cristianismo es siempre nuevo. No tenemos que considerarlo
como un árbol completamente desarrollado partiendo del grano de
mostaza evangélico que crece, da fruto y ,un buen día, envejece y
pierde su energía vital. El cristianismo es un árbol que, por así
decir, (...) es siempre joven. Y esta actualidad, este
“aggiornamento” no significa ruptura con la tradición, sino que
expresa su vitalidad continua; no significa reducir la fe rebajándola
a la moda de la época, al metro de lo que nos gusta o de lo que le
gusta a la opinión pública; sino todo lo contrario: exactamente
como hicieron los Padres conciliares tenemos que llevar el “hoy”
que vivimos a la medida del evento cristiano; tenemos que llevar el
“hoy” de nuestro tiempo al “hoy” de Dios”.
“El
concilio ha sido un tiempo de gracia en que el Espíritu Santo nos ha
enseñado que la Iglesia, en su camino en la historia, debe hablar
siempre a la humanidad contemporánea, pero esto puede ocurrir solo
con la fuerza de los que tienen raíces profundas en Dios (...) y
viven con pureza su fe; no ocurre merced a los que se adecuan al
momento que pasa, a los que eligen el camino más cómodo. El
concilio lo tenía muy claro cuando en la constitución dogmática
sobre la Iglesia “Lumen Gentium” afirmaba que en la Iglesia todos
están llamados a la santidad (...) la santidad muestra el rostro
verdadero de la Iglesia”.
“La
memoria del pasado-concluyó el Papa- es preciosa pero no se agota en
sí misma. El Año de la Fe que hemos empezado nos sugiere el mejor
modo para recordar el concilio y conmemorarlo: concentrarnos en el
corazón de su mensaje que, por otra parte, no es otro que el mensaje
de la fe en Cristo, único salvador del mundo, proclamada a la
humanidad de nuestra época. Hoy también lo que es importante y
esencial es llevar el rayo del amor de Dios al corazón y a la vida
de cada hombre y cada mujer, y llevar a los hombres y mujeres de
cualquier época y lugar a Dios”.
Terminada
la audiencia el Papa almorzó con los Padres que toman parte en el
Sínodo sobre la nueva evangelización, con los obispos participantes
en el Concilio Vaticano II, y con los presidentes de las conferencias
episcopales. También estuvieron presentes el patriarca ecuménico de
Constantinopla, Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado
de la Comunión Anglicana Rowan Williams.
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