Ciudad
del Vaticano, 12 octubre 2012
(VIS).-Benedicto XVI se asomó ayer a las nueve de la noche a la
ventana de su estudio para saludar a los numerosos participantes en
la procesión con antorchas organizada por la Acción Católica
Italiana (ACI), en colaboración con la diócesis de Roma, con motivo
de la apertura del Año de la Fe y del cincuenta aniversario del
inicio del Concilio Vaticano II. La procesión, que salió a las
19.30 de Castel Sant'Angelo ,se coloca en el ámbito de la
manifestación “La Iglesia bella del Concilio", una iniciativa
de ACI y de la diócesis romana.
“Buenas
noches a todos y gracias por haber venido -dijo el Papa a las
personas reunidas en la Plaza de San Pedro- Hace cincuenta años,
este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta
ventana a la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que
pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de
bondad, palabras que salían del corazón”.
“Eramos
felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran concilio ecuménico
se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera
para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia nueva y
fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”.
“Hoy
también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero
podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una
alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y
experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de
nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras
del pecado. Hemos visto que en el campo del Señor también hay
siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay
peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está
presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega
con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a
veces, hemos pensado: “El Señor duerme y se ha olvidado de
nosotros”.
“Esta
es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero
también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del
Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el
fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego
silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondad y verdad que
transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos
olvida. Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está
presente y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de
bondad y de caridad que iluminan al mundo y son para nosotros
garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros
también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad
no se apaga.¡Hoy también es fuerte!”.
“Al
final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa
Juan: “Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que
es un beso del Papa”
“En
este sentido y de todo corazón os imparto mi bendición: “Bendito
sea el nombre del Señor”.
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