Ciudad
del Vaticano, 15 de septiembre 2012 (VIS).-Benedicto XVI inició esta
mañana la segunda jornada de su viaje apostólico a Líbano con una
visita de cortesía al presidente de la República, Michel Sleiman,
en el palacio de Baabda, donde se encontró también con el
presidente del parlamento, Nabih Berri y del consejo de ministros,
Nagib Mikati. A continuación, siempre en el palacio de Baadba,
encontró a los jefes de las comunidades religiosas musulmanas:
suní, chií, drusa y alauí. El Papa entregó a las autoridades
civiles y religiosas una copia de la exhortación apostólica
post-sinodal “Ecclesia in Medio Oriente”.
Después,
el Santo Padre, acompañado del presidente de la República plantó
en el jardín presidencial un cedro del Líbano. Finalizado este acto
simbólico, Benedicto XVI pronunció en el salón “25 de mayo”,
un discurso ante las autoridades institucionales, el cuerpo
diplomático, los jefes religiosos y los representantes del mundo de
la cultura. Siguen amplios extractos:
“He
pedido a Dios que os bendiga, que bendiga al Líbano y a todos los
habitantes de esta región que ha visto nacer grandes religiones y
nobles culturas. ¿Por qué ha elegido Dios esta región? ¿Por qué
vive en la turbulencia? Pienso que Dios la ha elegido para que sirva
de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la
posibilidad que tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de
paz y reconciliación”.
“Con
el fin de asegurar el dinamismo necesario para construir y consolidar
la paz, hay que volver incansablemente a los fundamentos del ser
humano. La dignidad del hombre es inseparable del carácter sagrado
de la vida que el Creador nos ha dado (...) Para construir la paz,
nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su
cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una
cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de
la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la
paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la
guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la
vida del ser humano, criatura querida por Dios. La indiferencia o la
negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre
impide que se respete esta gramática que es la ley natural inscrita
en el corazón humano(...) Por tanto, debemos unir nuestras fuerzas
para desarrollar una sana antropología que integre la unidad de la
persona. Sin ella, no será posible construir la paz verdadera”.
“Aún
siendo más evidentes en los países que sufren conflictos
armados(...) los atentados contra la integridad y la vida de las
personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza,
la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico
de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento
inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial
humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar
su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de
cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera (...)
Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso
legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento
natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. (...) Sólo
una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto.
Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser
humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que
actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo (...) Una mejor
calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible
compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad
de cada uno (...) Hoy, las diferencias culturales, sociales,
religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde
lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda
persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y
para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz (...) Ahí
está la orientación que debe presidir las opciones políticas y
económicas, en cualquier nivel y a escala mundial”.
“Para
abrir a las generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea
es la de educar en la paz, para construir una cultura de paz. La
educación, en la familia o en la escuela, debe ser sobre todo la
educación en los valores espirituales que dan a la transmisión del
saber y de las tradiciones de una cultura su sentido y su fuerza
(...) La tarea de la educación es la de acompañar la maduración de
la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a
contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las
ideologías políticas y religiosas. Éste es el precio de la
implantación de una cultura de la paz. Evidentemente, hay que
desterrar la violencia verbal o física. Ésta es siempre un atentado
contra la dignidad humana, tanto del culpable como de la víctima.
Además, valorizando las obras pacíficas y su influjo en el bien
común, se aumenta también el interés por la paz (...) Pensamientos
de paz, palabras de paz y gestos de paz crean una atmósfera de
respeto, de honestidad y cordialidad, donde las faltas y las ofensas
pueden ser reconocidas con verdad para avanzar juntos hacia la
reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables
religiosos reflexionen sobre ello”.
“Debemos
ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa
en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio,
pasa por la libertad humana (...) Busca un aliado, el
hombre,(...)necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo
trasgredido el primer mandamiento, el amor de Dios, trata de
pervertir el segundo, el amor al prójimo. Con él, el amor al
prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la envidia, del odio
y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el
mal con el bien (...) Se necesita la transformación profunda del
espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e
imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien
común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar
y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón
sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el
pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo.
Esta conversión que se requiere es exaltante. (...) Pero es
particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que
reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y,
en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido
pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para
todos”.
“Sólo
entonces podrá crecer el buen entendimiento entre las culturas y las
religiones, la consideración sin conmiseración de unos por otros y
el respeto de los derechos de cada uno. En
el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde
hace siglos, No es raro ver en la misma familia las dos religiones.
Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con
respecto al conjunto de la sociedad? Lo específico de Oriente Medio
se encuentra en la mezcla de diversos componentes. Es cierto que se
han combatido, desgraciadamente es así. Una sociedad plural sólo
existe con el respecto recíproco, con el deso de conocer al otro y
del otro. Este diálogo es posible únicamente siendo
conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes
culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona
humana (...)Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la
afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una
aportación decisiva. No olvidemos que la libertad religiosa es el
derecho fundamental del que dependen muchos otros. Profesar y vivir
libremente la propia religión, sin poner en peligro su vida y su
libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida o el
debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho
sagrado a una vida íntegra en el plano espiritual. (...)La libertad
religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para
la paz. Ella promueve una coexistencia y una vida armoniosa a causa
del compromiso común al servicio de causas nobles y de la búsqueda
de la verdad que no se impone por la violencia sino por 'la fuerza de
la misma verdad' (...) la Verdad que está en Dios. (...) La creencia
auténtica no puede llevar a la muerte. El artífice de la paz es
humilde y justo. Los creyentes tienen hoy, por tanto, un papel
esencial, el de testimoniar la paz que viene de Dios y que es un don
que se da a todos en la vida personal, familiar, social, política y
económica. No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad
de los hombres de bien. Sería peor que no hacer nada”.
“Estas
reflexiones sobre la paz, la sociedad, la dignidad de la persona,
sobre los valores de la familia y la vida, sobre el diálogo y la
solidaridad no pueden quedar como el simple enunciado de ideas.
Pueden y deben ser vividas. Estamos en el Líbano y aquí es donde
han de vivirse. El Líbano está llamado, ahora más que nunca, a ser
un ejemplo. Políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres
del mundo de la cultura, os invito, pues, a dar testimonio con valor
en vuestro entorno, a tiempo y a destiempo, de que Dios quiere la
paz, que Dios nos confía la paz”.
Después
del encuentro el Papa se trasladó a la sede del Patriarcado
Católico de Cilicia de los Armenios donde fue recibido por el
patriarca, Su Beatitud Nerses Bedros XIX Tamouni. Benedicto XVI
bendijo la estatua del monje Hagop, que redactó el primer libro
impreso en lengua armenia el “Libro de los Viernes”, publicado en
Venecia en 1512. Más tarde almorzó en el refectorio de la comunidad
con los patriarcas y obispos de Líbano.
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